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Enviado por   •  4 de Diciembre de 2012  •  3.118 Palabras (13 Páginas)  •  476 Visitas

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LA SEDUCCIÓN DE LAS PALABRAS

Capítulo I “El camino de las palabras profundas”

Capítulo II “Persuasión y seducción”

Grijelmo, Alex. (2000) La seducción de las palabras.

Ed. Santillana

Cap. 1 y 2

I El camino de las palabras profundas

Nada podrá medir el poder que oculta una palabra.

Contaremos sus letras, el tamaño que ocupa en un papel, los fonemas que articulamos con cada sílaba, su ritmo, tal vez averigüemos su edad; sin embargo, el espacio verdadero de las palabras, el que contiene su capacidad de seducción, se desarrolla en los lugares más espirituales, etéreos y livianos del ser humano.

Las palabras arraigan en la inteligencia y crecen con ella, pero traen antes la semilla de una herencia cultural que trasciende al individuo. Viven, pues, también en los sentimientos, forman parte del alma y duermen en la memoria. Y a veces despiertan, y se muestran entonces con más vigor, porque surgen con la fuerza de los recuerdos descansados.

Son las palabras los embriones de las ideas, el germen del pensamiento, la estructura de las razones, pero su contenido excede la definición oficial y simple de los diccionarios. En ellos se nos presentan exactas, milimétricas, científicas… Y en esas relaciones frías y alfabéticas no está el interior de cada palabra, sino solamente su pórtico. Nada podrá medir el espacio que ocupa una palabra en nuestra historia

Al adentrarnos en cada vocablo vemos un campo extenso en el que, sin saberlo, habremos de notar el olor del que se impregnó en cuantas ocasiones fue pronunciado. Llevan algunas palabras su propio sambenito colgante, aquel escapulario que hacía vestir la Inquisición a los reconciliados mientras purgasen sus faltas*; y con él nos llega el almagre peyorativo de muchos términos, incluida esa misma expresión que el propio san Benito detestaría. Tienen otras palabras, por el contrario, un aroma radiante, y lo percibimos aun cuando designen realidades tristes, porque habrán adquirido entonces la capacidad de perfumar cuanto tocan.

Se les habrán adherido todos los usos meliorativos que su historia les haya dado. Y con ellos harán vivir a la poesía.

El espacio de las palabras no se puede medir porque atesoran significados a menudo ocultos para el intelecto humano; sentidos que, sin embargo, quedan al alcance del conocimiento inconsciente.

Una palabra posee dos valores: el primero es personal del individuo, va ligado a su propia vida; y el segundo se inserta en aquél pero alcanza a toda la colectividad. Y este segundo significado conquista un campo inmenso, donde caben muchas más sensaciones que aquéllas extraídas de su preciso enunciado académico. Nunca sus definiciones (sus reducciones) llegarán a la precisión, puesto que por fuerza han de excluir la historia de cada vocablo y todas las voces que lo han extendido, el significado colectivo que condiciona la percepción personal de la palabra y la dirige.

* Explica muy bien la historia de esta expresión José María Romera en Juego de palabras, Pamplona, Gobierno de Navarra, Departamento de Educación y Cultura, 1999.

Hay algo en el lenguaje que se transmite con un mecanismo similar al genético. Sabemos ya de los cromosomas internos que hacen crecer a las palabras, y conocemos esos genes que los filólogos rastrean hasta llegar a aquel misterioso idioma indoeuropeo, origen de tantas lenguas y de origen desconocido a su vez. Las palabras se heredan unas a otras, y nosotros también heredamos las palabras y sus ideas, y eso pasa de una generación a la siguiente con la facilidad que demuestra el aprendizaje del idioma materno. Lo llamamos así, pero en él influyen también con mano sabia los abuelos, que traspasan al niño el idioma y las palabras que ellos heredaron igualmente de los padres de sus padres, en un salto generacional que va de boca a boca, de siglo a siglo, aproximando los ancestros para convertirlos casi en coetáneos. Se forma así un espacio de la palabra que atrae como un agujero negro todos los usos que se le hayan dado en la historia. Pero éstos quedan ocultos por la raíz que conocemos, y se esconden en nuestro subconsciente. Desde ese lugar moverán los hilos del mensaje subliminal, para desarrollar de tal modo la seducción de las palabras *.

* El lector encontrará con frecuencia la palabra “subliminal” en esta obra. Procede de “sub” (por debajo) y “límina” (umbral).

“Subliminal” se aplica a las ideas, imágenes o conceptos que se perciben en el cerebro por debajo del umbral de la consciencia; sin darnos cuenta. Es decir, que llegan al subconsciente de la persona sin intermediación del cerebro consciente, de manera inadvertida para la razón. (A veces se ha escrito, incluso por especialistas, con la grafía “subliminar”.)

El niño percibe antes la lógica del lenguaje que su propio sonido completo. Por eso dice “yo no cabo” en lugar de “yo no quepo”, porque ha averiguado en su minúscula experiencia las relaciones sintácticas y las aplica con rigor a todo el sistema sin dominar todavía sus excepciones. Esa facilidad de la inteligencia del ser humano, capaz de deducir unas reglas que nadie le explicó aún, se extiende después a su competencia para acumular en el inconsciente los valores de cada término, de modo que los cajones que forman las letras unidas, las palabras, se van llenando de ideas, de sugestiones, de historia, de sensaciones intransferibles. El más inteligente de los monos es incapaz de hablar, pero el más estúpido de los humanos podrá hacerlo aunque sea analfabeto, porque el habla forma parte de una esencia innata, y la adquisición

del lenguaje, el primer aprendizaje, no tiene relación directa con la inteligencia. Salvo deformaciones excepcionales, todos los niños aprenden casi por igual a pronunciar sus primeras palabras y a construir sus frases iniciáticas, y construyen una gramática creativa, en absoluto de imitación. Si imitaran a sus mayores, no dirían “el vaso se ha rompido”; y si pronuncian “ahí viene el altobús” o “el tiempo ha rebuenecido” es porque están desarrollando su capacidad innata de aplicar las normas gramaticales y morfológicas que empiezan a intuir. La capacidad del habla se debe a la dotación genética del ser humano y, como explican los psico lingüistas, en lo esencial está impresa en el genotipo de nuestra especie. Y se desarrolla mucho o nada, o poco, sí, pero se transmite como un legado que acumula experiencias seculares y las agranda y las enriquece a medida que se heredan.

Los contextos de las palabras van sumándoles así la historia de todas las épocas, y sus significados impregnan nuestro pensamiento.

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