Código deontológico del docente
Enviado por juanjomaglione • 29 de Octubre de 2017 • Trabajo • 2.590 Palabras (11 Páginas) • 569 Visitas
CÓDIGO DEONTOLÓGICO DOCENTE
I.S.F.D N°14 – ANÍBAL PONCE CUTRAL CÓ (NEUQUÉN). REPÚBLICA ARGENTINA
PROFESORADO DE LENGUA Y LITERATURA
CÁTEDRA: ÉTICA Y DEONTOLOGÍA DOCENTE
PROFESORA: VIVIANA ARANEDA
INTEGRANTES: MARINA ENRIQUE Y JUAN JOSÉ LÓPEZ MAGLIONE
AÑO LECTIVO: 2017
Fundamentación:
El propósito del presente código deontológico es el de establecer los deberes u obligaciones que aseguren una práctica honesta y una conducta honorable a todos y cada uno de los que ejercieren la profesión docente.
En esta era de cambios continuos, la educación debe poder responder a esta concepción moderna del mundo, con el propósito de brindar a los estudiantes no sólo las mejores posibilidades en el campo laboral, sino también en la sociedad. Por este motivo, el docente debe aprehender nuevas estrategias actitudinales para desenvolverse en el momento de impartir sus clases. En sentido amplio, la educación, entendida como un sistema de relaciones humanas coordinadas hacia una meta específica, necesita abordar con absoluta claridad el fin de propiciar las condiciones para el desarrollo de las facultades intelectuales y físicas, y también de las capacidades emocionales de los jóvenes, y a la vez incentivarlos a interpretar y reinterpretar colectivamente la cultura humana en la que éstos se desarrollan.
La conjugación de ambos planos, el individual y el social, es profundamente esencial en este proceso que transcurre el alumno, y la consecución del equilibrio en esa interrelación determina el único cimiento fielmente humano del que puede construirse una vida satisfactoria y enriquecedora. En este sentido, resulta evidente que el rol de la educación es el de ofrecer a las nuevas generaciones no sólo un acervo adecuado de conocimientos o contenidos, sino sobre todo los medios para apropiarse de valores éticos y actitudes que son indispensables para madurar en plenitud, y desenvolverse en la complejidad de la sociedad. En esto se centra el alcance y la significación del ser docente: su meta es la construcción, en los jóvenes, de identidades íntegras que articulen simultáneamente ambos valores, el de ser individuos y el de pertenecer a una sociedad. Asimismo, se concuerda en afirmar que este objetivo hace, por sí solo, a la docencia una profesión fundamentalmente importante para la concreción de la justicia y la estabilidad de todo grupo humano.
Entonces, dado que todo sujeto es un ser social, necesita desarrollar e incorporar en su individualidad un conjunto de valores que le permitan defenderse y crecer en su dignidad de persona. Los valores morales conducen al bien moral (que es aquello que mejora, perfecciona y completa). Surgen primordialmente en el individuo por influjo y en el seno de la familia, y son valores como el respeto, la tolerancia, la honestidad, la lealtad, el trabajo y la responsabilidad. En el ámbito social, la persona buscará ir más allá de su propia libertad, su comodidad o bienestar, y traducirá estos valores en solidaridad, honestidad, la libertad de los demás, y la paz. Una persona con altos valores morales promoverá el respeto por el prójimo, la cooperación y comprensión, una actitud abierta y de tolerancia, así como de servicio para el bienestar común. En este sentido, el docente requiere disponer de un conjunto de reglas claras y consensuadas en el colectivo de su profesión, con el fin de atender eficazmente dicha formación moral, tanto en el aula como en su persona. La ética profesional constituye la disciplina que se orienta hacia esa meta, puesto que estudia los contenidos normativos de un colectivo profesional, como lo es la docencia. Es decir, su objeto de estudio es la deontología profesional. En el marco de esta disciplina, el profesional, durante el ejercicio de su profesión, no solo se prueba a sí mismo cualitativamente en cuanto a su desempeño docente, sino también en cuanto a su conducta ética. Porque no basta con que el individuo sea éticamente correcto en el ámbito de su vida personal, sino que esa actitud debe ser permanente, incluso (y sobre todo) en el ejercicio de sus responsabilidades profesionales. La ética general de las profesiones se plantea, así, en materia de principios, como por ejemplo: el principio de beneficencia, el principio de autonomía, el principio de justicia y el principio de no maleficencia.
Desde la perspectiva de la ética profesional, el primer criterio para juzgar las actuaciones profesionales será si se logra y cómo se logra realizar estos bienes y proporcionar estos servicios (principio de beneficencia). Como toda actuación profesional tiene como destinatario a otras personas, debe tratarlas como tales, respetando su dignidad, autonomía y derechos (principio de autonomía). Las actuaciones profesionales se llevan a cabo en un ámbito social con demandas múltiples que deben jerarquizarse y recursos más o menos limitados que hay que administrar con un criterio justo (principio de justicia). Y por último hay que evitar causar daño a alguien que pueda quedar perjudicado, implicado o afectado por una actuación profesional (principio de no maleficencia).
La actividad docente en la que más se ponen de manifiesto estos criterios éticos es en el proceso evaluativo, justamente porque ahí es donde se pone en juego la jerarquía de valores por medio de los cuales el docente emite su juicio hacia el alumno. La obligación de todo profesional docente, en esta instancia, es la de acreditar todo aquel conocimiento interiorizado por parte del alumnado. Pero, sobre todo, la evaluación es el mecanismo que posibilita analizar el proceso de aprendizaje, emitir un juicio de valor y, a partir de ello, tomar decisiones pertinentes. Implica no solo la recopilación de información sobre el desarrollo del proceso, sino también de su interpretación, es decir, la formulación de juicios de valor, lo cual define su naturaleza axiológica. En otras palabras, considerar la misma no como una simple medición sino como un proceso de aprendizaje, en la cual, el error represente una oportunidad para mejorar y no algo malo, que dé lugar a la estigmatización del sujeto. Este proceso facilita las intervenciones pedagógicas del docente, posibilitando ajustar las estrategias didácticas a las posibilidades de aprender de los alumnos y a la complejidad del objeto de conocimiento. Además, y entendiendo a la educación como algo integral, es obvio que estas cuestiones requieren, por parte de la comunidad de docentes, una atención particular en lo que refiere a la delicadeza que demanda la tarea de enseñar, en todos los procesos inherentes de la clase, y no solo en la evaluación.
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