ARREBATOS CARNALES
Enviado por albertovr • 2 de Diciembre de 2013 • 39.346 Palabras (158 Páginas) • 331 Visitas
ARREBATOS
CARNALES
I
FRANCISCO , MARTIN MORENO
AGRADECIMIENTOS
Cómo no comenzar con Beatriz? Claro, otra vez Beatriz, siempre Beatriz, quien en esta ocasión no
solo me volvió a obsequiar su generosa paciencia a la hora de escuchar mis planteamientos,
alternativas y soluciones, sino porque también dedicó una buena parte de su tiempo en la purga de
los textos de modo que la redacción fuera fluida, "no decayera la tensión de la trama y se evitaran
repeticiones innecesarias. Le agradezco una vez más que no tenga el menor sentimiento de piedad
a la hora de leer mis trabajos.
Beatriz jugó además un papel muy importante en el momento final de la selección del título,
porque yo había propuesto Arrebatos carnales y otras efemérides mexicanas y sin embargo me
convenció de la conveniencia de suprimir la segunda parte, punto de acuerdo en el que concluimos
mis editores y yo.
A Erick Llamas, una joven promesa entre los investigadores mexicanos de la historia patria.
A Carolina, mi eterna asistente, por su comprensión y tolerancia en los difíciles momentos de la
mecanografía.
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UN PAR DE PÁRRAFOS A MODO DE PRÓLOGO
Abordar la vida de grandes personajes, no sólo de México sino de todo el mundo, en cualquier tiempo,
implica invariablemente un desafío. Lo asumí con el propósito de exhibirlos a la luz pública en una
textura diferente a la expuesta en las enciclopedias, en los libros de texto y, por supuesto, en los
manuales de confusión redactados por los eternos narradores de la historia oficial que han subsistido sin
mayores penas, al cobrar en las interminables listas de nómina de los enemigos de México.
Morelos, por ejemplo, cuenta con miles de calles que con justicia llevan su nombre. Existe un
sinnúmero de estatuas con su imagen; su vida y su gesta heroica aparecen en almanaques, ensayos,
textos de diferente naturaleza, novelas y libros en general. En la inmensa mayoría de ellos se proyecta
como el magnífico héroe de la Independencia, como en realidad fue en términos indiscutibles. [Claro
que sí, nadie como él! Pero, ¿por qué, en lugar de analizar estrictamente su figura histórica, no
exponemos su existencia como la de un hombre con las fortalezas y debilidades de un personaje de
carne y hueso? ¿O acaso no llegó a sentir una gran atracción por el sexo opuesto? Por supuesto que vivió
pasiones intensas, las de un ser humano enamorado de la vida, y compartió sinsabores y éxitos con
diversas mujeres. ¿Por esta razón dejaría de ser uno de los grandes forjadores de México? Entonces,
¿por qué hacer de él una figura cuasi religiosa, carente de sentimientos como si el hecho de tenerlos
denigrara su personalidad o provocara decepciones entre sus admiradores y seguidores? Es evidente que
Morelos vivió romances que hicieron girar radicalmente el rumbo de su existencia. El hecho de
divulgarlos no empequeñece su figura, sino que la aumenta de manera exponencial al revelar la
circunstancia en que desarrolló su carrera política, religiosa y militar.
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La pareja, la compañía, el ser amado, fuera hombre o mujer, tuvo que jugar un papel muy
importante en los acontecimientos, como sin duda es el caso de cualquiera de nuestros semejantes.
Resulta inadmisible estudiar las biografías de los grandes personajes de nuestra historia con un
criterio moralista o religioso que excluya sus inclinaciones sentimentales o ignore los arrebatos
carnales en que pudieron haber caído, víctimas de una obnubilación per-. manente o pasajera. El
amor constituye la columna vertebral de las relaciones humanas. ¿Adónde se va en la vida sin un
cómplice con quien se comparten secretos exquisitos en la cama?
Si se trata de investigar al gran protagonista de un episodio histórico, resulta imperativo
describir el contexto amoroso en que se desempeñaron la monja, el revolucionario, el político
reformador, el emperador, el líder de la Independencia o el dictador para poder comprender a
cabalidad sus obstáculos e impedimentos, que una vez salvados les permitieron alcanzar sus
objetivos y justificar con ello su existencia. ¿Por qué omitir esta parte del relato sólo para caer en
los terrenos de la hipocresía donde germina la confusión? ¿Por qué un novelista tiene que
convertirse en otro mojigato, en un santurrón, en un comediante mendaz que aprueba la falsedad,
la simulación y la beatería? Me niego: no dedico mi vida a la historia y a las letras para ser
etiquetado como un fariseo más ... Por dicha razón me atreví a meterme en las alcobas de Sor
Juana, Porfirio Díaz, Vasconcelos, Villa, Morelos y hasta en la habitación imperial de
Maximiliano, porque Carlota nunca lo acompañó en el lecho durante su breve estancia en el
Castillo de Chapultepec.
Si el amable lector que pasa la vista generosamente por estas líneas desea acompañarme a
descubrir secretos ignorados durante siglos, los mismos que conocí oculto en armarios o escondido
debajo de la cama o en la sala de baño o disfrazado para entrar o salir de las tiendas de campaña
militar, y se ha armado del debido valor para conocer la cara oculta de los amores y desamores
vividos por algunos de los grandes protagonistas de la historia; pase la página y comience por
imaginar a la emperatriz Carlota destrozada, sentada en un sillón de seda verde cosido con
brocados de hilo de oro, en tanto recordaba sus años de soltera en la corte de Bélgica, con la
mirada clavada en la inmensidad del Valle de México, enmarcado por los volcanes, cuyos nombres
nunca pudo pronunciar correctamente ...
Maxímílíano y Carlota
AMORES y DESAMORES IMPERIALES
A Francisco Betancourt, 'el hombre generoso que obsequia palabras de aliento cuando más se
necesitan.
Ven, ven, toma una silla, sí, aquélla, la de bejuco, la que se encuentra al fondo, mi preferida, la de mis
más felices recuerdos. Yo conservo una, la otra se perdió en la noche de los tiempos cuando
Maximiliano abandonó para siempre su pequeño Trianón, mejor dicho, nuestro pequeño Trianón,
construido en Acapatzingo, Morelos, en donde volvimos a vivir días de apasionado amor como en los
felices años cuando éramos adolescentes y mi tío Enrique Bombelles nos educaba en los suntuosos
palacios de Viena.
Ven, ven, te cuento, ¿sabías que Maximiliano de Habsburgo
...