Antropología Filosófica
Enviado por Daniecg • 16 de Junio de 2023 • Ensayo • 1.824 Palabras (8 Páginas) • 62 Visitas
Reporte de lectura
(Actividad 4. Parcial 1)
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MATERIA: Antropología Filosófica
PROFESOR: Juan Carlos Hernández Ascencio
ALUMNO: Daniel Alejandro Covarrubias García
REGISTRO: 4734097
FECHA: 12/Junio/2023
El hombre y su entorno
No es exagerado afirmar que uno de los supuestos básicos en cualquier tipo de consideración racional o práctica relativa a nuestro entorno sea en la forma de cosas, de un mundo, de objetos, de algo que se presenta frente a nosotros, que se nos opone (objeto)-es la auto-diferenciaci6n; más precisamente, la suposición de una diversidad esencial entre el ser humano y el de las cosas, de una discontinuidad entre el entorno y el ser humano. Si bien esta actitud, sus consecuencias y variaciones asumen formas muy diversas a lo largo de la historia de la filosofía, lo cierto es que su origen y la aceptación implícita o explícita de su validez rebasa con mucho el ámbito de la racionalidad y la filosofía (aun en sus formas “irracionales” que, en realidad, nunca lo han sido del todo), constituyendo una especie ide premisa básica de nuestra forma de vida, esto es, un supuesto cultural.
Aunque fundamentalmente justa, esta imagen hace patente la vaguedad de una de las nociones esenciales a la descripción misma del problema: la de entorno. En efecto, SI éste se toma en un sentido lato y cuasi omnicomprensivo (Le. entorno del hombre + hombre = mundo), la idea misma de un observador de ambos no sólo es racionalmente contradictoria, sino que resulta falso hablar del hombre amo un perturbador de consideración del sistema, pues en esa escala, inclusive las grandes modificaciones producidas por él, por su actividad (el clima, por ejemplo) son insignificantes vistas en un contexto global un poco más amplio. Sin embargo, en un sentido estrecho de “entorno”, es decir, considerando a éste como un sistema activo que involucra lo que sería nuestro planeta y lo esencial e inmediato para que las condiciones de vida en éste sean precisamente las que son y no se alteren sustancialmente, las observaciones que hemos hecho son justas. Existe en el sistema un elemento crecientemente perturbador y en condiciones de destruir el sistema del que forma parte y, en consecuencia, de destruirse a sí mismo.
Esta distinción se encuentra entonces presupuesta cuando se habla de una dicotomía entre un sujeto y un objeto y constituye, en esa medida, un supuesto honda mental de nuestra racionalidad y de la autoconciencia misma, presentándose, además, tanto en la forma de una autoconciencia individual como en la de una autoconciencia. Es decir, uno reconoce al entorno como algo que se encuentra frena uno, pero, dentro de éste, se reconoce, en primer lugar, a los otros como algo más o menos equiparable a uno mismo.
Aunque es casi evidente que algunas de estas presuposiciones han demostrado ser históricamente injustificadas, no puede realmente hablarse de la existencia de un consenso al respecto. En realidad, puede argumentarse que no es posible saber cabalmente, por ejemplo, si un sistema es o no suficientemente flexible y compatible con los fines de nuestra civilización. Puede pensarse, digamos, que, por lo menos basta ahora, esto ha sido siempre así, por lo que, en todo caso, uno estaría inclinado más bien a dar una respuesta positiva a la cuestión de la capacidad de acomodación del sistema. Por lo demás, la naturaleza misma verdaderamente parecería ser susceptible de control; los viajes a la luna o la manipulación genética de las especies parecerían ofrecer ejemplos fehacientes de ello. Por otra parte, el problema de los desequilibrios parciales y de ciertas alteraciones más o menos graves (contaminación, el efecto de invernadero, etc.) se presentarían, de acuerdo con esta perspectiva, en primera instancia como problemas técnicos a los que ha de darse una solución del mismo carácter ahora mismo.
La auto diferenciación humana de la naturaleza asume muy diversas formas a lo largo de la historia del desarrollo de la cultura occidental, aunque probablemente no sólo allí, es en ella donde estas formas adquieren niveles más dramáticos. Las tradiciones filosóficas más variadas, por ejemplo, son partícipes, en mayor o menor medida, de esta suposición básica.
Por supuesto que la intención de las citas anteriores no es la de responsabilizar a la Biblia del deterioro de la naturaleza. Lo que sí parece poder afirmarse es que una concepción religiosa, cosmogónica, como la contenida en ella, aunada a una consideración crecientemente racional y secularizarte (originada en Grecia) del mundo bien podría servir como explicación de nuestra idea y actitud actuales de y frente a la naturaleza. Es evidente que éstas son el resultado de un lento proceso de racionalización y secularización del mundo, de un proceso de supuesta desmitificación y objetivación (en sus dos sentidos: el de “ver las cosas como son” y el de hacerlas objetos, de oponerlas a nosotros). Es importante para corroborar estas aserciones acerca del carácter gradual de tal secularización traer a colación en este lugar la figura de Paracelso y recordar, en general, la concepción de la naturaleza que prevaleció en el Renacimiento. Para éste, la naturaleza es un ente vivo en el que el hombre constituye un eslabón ciertamente privilegiado en la gran cadena del ser. El hombre participa de la gracia divina y, en esa medida, es algo más que un receptor de las influencias astrales; al mismo tiempo, sin embargo, existe una simpatía universal entre todas las partes que integran el universo, por lo que el hombre puede tanto influir en el mundo, como ser influido por él. La naturaleza es, en opinión de un representante típico y a la vez conspicuo de esta época como Paracelso, un libro que el hombre tiene la posibilidad de leer y entender. Las cosas son entonces signos, la ciencia interpretación de ellos. Un» puede entender y saber de Dios por io menos de dos formas: leyendo el Libro, esto es, la Biblia, o leyendo el libro de la naturaleza.
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