Cuaderno Para Ser SABIO
Enviado por anibal_garcia • 11 de Julio de 2012 • 18.501 Palabras (75 Páginas) • 601 Visitas
Cuaderno para ser sabio
Jesús Martínez García
Ed. Palabra. Madrid, 1999 - Juvenil Mundo Cristiano
Podemos saber de muchas cosas en esta vida, pero lo que no debemos desconocer es la verdadera sabiduría, lo único necesario de lo que nos habla Jesucristo. Este Cuaderno te puede ayudar de una manera sencilla y con muchos ejemplos a tener temor de Dios, que es el principio de la Sabiduría y desde ahí seguir, como dice el poeta, la senda de los pocos sabios que en el mundo han sido: el Amor de Dios.
Índice
________________________________________
1.El sultán que se volvió sabio
DALE SENTIDO A TU VIDA
2. Piensa como persona
3. El necio no cree en Dios
4. El sentido de la muerte
5. Haz lo que debes hacer
EL ARTE DE VIVIR
6. Para elegir bien
7. Enrecia tu voluntad
8. Obedecer es de sabios
9. No te crees necesidades
EL PROYECTO DE DIOS
10. No basta ser buena persona
11. Ser santo es posible
12. ¡Sígueme!
13. Respuesta: ¡hágase!
EL ENEMIGO
14. El diablo
15. Las tentaciones
16. El pecado
17. El infierno existe
PARA VENCER
18. La misericordia de Dios
19. La lucha del cristiano
20. Contra corriente
21. Tu Madre del cielo
Libro: Cuaderno para ser sabio
El sultán que se volvió sabio Jesús Martínez García
Ed. Palabra. Madrid, 1999
Juvenil Mundo Cristiano
1. El sultán que se volvió sabio
Cuentan que un joven sultán de Egipto comenzó su gobierno en las circunstancias más favorables, pues tras someter a sus enemigos sirios y árabes habían, podía vivir en su palacio de El Cairo orgulloso de la paz, la gloria y la riqueza conseguidas. Pero con tanta grandeza, y aunque había sido formado cuidadosamente en la fe de sus padres, brotaron en su alma toda clase de dudas sobre la existencia de un ser supremo, todopoderoso y sabio, cuya mano gobierna la vida de los hombres.
«Todo lo que soy -pensaba- es por mí mismo. Lo único que necesito es servirme acertadamente de mis propias fuerzas y de los demás hombres y aprovechar con inteligencia las circunstancias. ¿Cómo puede un ser supremo saberlo todo y ocuparse de todo? Semejante creencia es una ilusión inculcada al pueblo humilde para que se someta a la autoridad y al orden. Si Egipto me considera a mí como a su Dios, ya no necesita otro.»
Así pensaba, o mejor, así quería pensar, pues con frecuencia revivían en él los sanos sentimientos de su infancia y juventud y reconocía, con angustiosa zozobra, que la primera duda arrastraría pronto otras mayores tras sí y haría de él un completo infiel, un verdadero ateo. Desasosegado por estos pensamientos, reunió en su palacio a los sabios de su país para que disipasen sus dudas. Pero los sabios sólo pudieron decirle que debía confiar en el gran profeta que Dios había enviado y creer en sus palabras.
-¿No era también el profeta un hombre como yo? -respondió el sultán-. ¿Por qué he de creer en su palabra si no tengo pruebas de que dice la verdad?
-Soberano señor -respondió uno de los sabios-, si exiges pruebas visibles, que puedan contemplar tus ojos, de cosas invisibles y espirituales, quieres algo imposible y contradictorio. Creer es ver con los ojos del alma; el hombre exterior encierra dentro de sí otro espiritual.
-¿Quién puede demostrar que hay un espíritu y cosas espirituales? -insistió el sultán-. Pensar y vivir, apetecer y querer; en una palabra, espíritu y cuerpo son una misma cosa, y cuando el hombre muere todo desaparece. Yo desearía que me convencierais de que no es así o que estéis de acuerdo conmigo.
Los sabios se estremecieron y tuvieron lástima del sultán, pero sólo pudieron ayudarle con el consejo de que meditase y considerase en silencio sus dudas. Y con esto, la reunión se disolvió y el sultán quedó abandonado a sí mismo. Pero algunos de los sabios, comprendiendo la peligrosa situación en que se hallaba el sultán y temiendo que poco a poco perdiera la fe y, entregándose a sus desatados apetitos, se convirtiera en un terrible tirano y opresor de su pueblo, fueron en busca del famoso mago Shajabedín, que no había asistido a la reunión. Al comunicarle sus temores los sabios, el anciano movió su venerable cabeza, tomó un bastón y se encaminó al palacio del sultán.
El sultán le recibió con gran cordialidad pues le tenía gran estima desde pequeño, pero no le gustó que le dijera que estaba enfermo en su espíritu. Shajabedín continuó:
-Soberano señor de los pueblos, estás en peligro que quedar completamente ciego y, abandonado a ti mismo, ser un juguete del capricho, si no pones remedio pronto. Para curarte he dejado mi soledad. De ti depende que quieras someterte al tratamiento.
El sultán le prometió hacer todo lo que le ordenare. Entonces Shajabedín ordenó traer una bañera, llenarla de agua y pidió al sultán que entrara en ella. Luego el mago sacó un frasco y vertió en el agua una savia de hierbas escogidas, que como en el agua, actuaría también a través del cuerpo en su invisible habitante: el espíritu. Pasado un rato Shajabedín dejo al sultán que saliera de la bañera, se vistiera y se sentara en un sofá. Apenas hizo esto, el sultán quedó sumido en un profundo sueño.
De repente se vio trasladado a la azotea de su palacio, desde donde podía ver todo El Cairo y sus alrededores. Todo le pareció como un gran jardín, en el que los habitantes se movían dichosos y alegres y obedecían sumisos al sultán. Incluso el desierto le pareció transformado en un delicioso valle lleno de árboles, flores, arroyos de plata. En la lejanía vio los brillantes séquitos de Siria, Etiopía y la India que le traían sus tesoros como vasallos suyos. Bajó al piso de abajo para recoger su sable y miró por una ventana para ver si llegaba ya la comitiva.
Pero un terrible espanto se apoderó de él al ver que, de repente, todo había cambiado: veía arder los edificios, oía los gritos desesperados del pueblo y los aullidos feroces de sus enemigos. Un esclavo entró en la estancia y le dijo que no había tiempo que perder, pues los tres ejércitos habían entrado en la ciudad y ya estaban a las puertas del palacio.
Afortunadamente un barco de mercaderes estaba a punto de hacerse a la vela y allí le llevaron sus propios esclavos. El sultán le dijo que, por el amor de Dios, le dejara embarcar. Pero el mercader soltó una carcajada y dijo que su dios se llamaba dinero y amor quería decir pagar. Aquellas palabras hicieron arder de ira las entrañas del sultán. Mientras sacaba
...