El Caballero Errate
Enviado por chagyz • 18 de Noviembre de 2013 • 18.328 Palabras (74 Páginas) • 296 Visitas
Índice
El Caballero Errante......................................................................................................... 1
La Espada Leal............................................................................................................... 45
The Hedge Knight........................................................................................................... 95
The Sworn Sword........................................................................................................... 153
Novels and novellas............................................................................................................ 213
~ A Song of Ice and Fire ~
El Caballero Errante
Un Cuento de los Siete Reinos
GEORGE R. R. MARTIN
D unk no tuvo dificultad en cavar la fosa, porque las lluvias primaverales habían ablandado la tierra. Eligió la ladera occidental de una colina, por respeto a la afición del anciano a las puestas de sol. “Ya ha pasado otro día -comentaba en vida, suspirando-. A saber qué nos deparará el de mañana, ¿eh, Dunk?”
Pues bien, uno les había deparado lluvias que los habían calado hasta los huesos, el siguiente viento racheado y húmedo, y el tercero frío. Amanecido el cuarto, el viejo ya no tenía fuerzas para montar. Ahora estaba muerto. Pocos días atrás, a lomos de su caballo, cantaba todavía la canción aquella sobre ir a Gulltown a ver a una hermosa joven, sólo que cambiando Gulltown por Vado Ceniza. “A Vado Ceniza camino, a ver a mi zagala, de cabellos de lino”, recordó Dunk, cavando con tristeza.
Cuando consideró que el agujero ya era bastante hondo, cogió en brazos el cadáver del anciano y lo llevó al borde. Había sido un hombre bajo y delgado, y ahora que ya no llevaba cota de mallas, yelmo ni cincho para la espada pesaba lo que un saco de hojas secas. Dunk poseía una estatura descomunal para su edad; a sus dieciséis o diecisiete años (nadie sabía de cierto cuántos) su cuerpo larguirucho y poco grácil frisaba los dos metros, y aún tenía que fornirse. EI viejo había dedicado muchos elogios a su fortaleza. Siempre había sido pródigo en ellos. No tenía nada más que dar.
Dunk lo depositó en la fosa y aguardó un poco a cubrirla. El aire volvía a oler a lluvia. Se imponía rellenarla antes de que cayeran las primeras gotas, pero no era fácil cubrir de tierra aquel rostro viejo y cansado. Debería haber un sacristán, pensó Dunk, para dedicarle unas oraciones; pero sólo me tiene a mí. El viejo le había comunicado toda su ciencia sobre espadas, escudos y lanzas, pero no había sido buen profesor de palabras.
-Os dejaría vuestra espada, pero se oxidaría –dijo al fin, como quien pide perdón-. Yo creo que os darán otra los dioses. Ojalá no hubieras muerto, ser -Enmudeció unos instantes, por ignorancia de lo que quedaba por decir. No sabía ninguna oración entera. EI viejo no había sido hombre de oraciones-. Erais un caballero cabal, y jamás me golpeasteis sin yo merecerlo –logró decir al cabo-, salvo aquella vez en Estanque de la Dama. Ya os dije que el pastel de la viuda se lo había comido el mozo de la posada, no yo. En fin, ya no importa. Id con los dioses, ser. Echó tierra con el pie. Después llenó la fosa metódicamente, sin mirar lo que yacía al fondo. Ha tenido una vida larga, pensó. Seguro que le faltaba poco para cumplir sesenta años. ¿Cuántos podían presumir de lo mismo? Al menos había visto otra primavera.
Dio de comer a los caballos con el crepúsculo en ciernes. Había tres: el jamelgo de Dunk, el palafrén del anciano y Trueno, su caballo de batalla, un semental zaino reservado para torneos y guerras. Trueno había perdido la rapidez y fuerza de antaño, pero guardaba el coraje, el brillo en la mirada, y era la posesión más valiosa de Dunk. Si vendiera a Trueno y al viejo Castaño, pensó el muchacho, con sillas y bridas, me darían plata, suficiente para... Frunció el entrecejo. Sólo conocía una vida, la de caballero errante: cabalgar de castillo en castillo, servir a tal o cual señor, luchar en sus batallas, comer en sus salones hasta el final de la guerra y proseguir el viaje. De vez en cuando también había torneos, si bien con menor frecuencia. Dunk sabía que en invier nos crudos algunos caballeros errantes se dedicaban al robo. No había sido el caso del anciano.
Podría buscarme otro caballero errante que necesitase un escudero para cuidarle las bestias y limpiarle la cota, pensó; o ir a alguna ciudad, Lannisport o Desembarco del Rey, y unirme a la guardia. También podría...
Había dejado amontonadas las pertenencias del viejo al pie de un roble. EI monedero de tela contenía tres monedas de plata, diecinueve peniques de cobre y un granate mellado. La mayor parte de las riquezas terrenales del anciano se había gastado en caballos y armas, como era norma entre los caballeros errantes. Ahora Dunk era dueño de varias cosas: una cota de mallas de la que había quitado mil veces la herrumbre, un morrión de hierro con barra nasal ancha y una muesca en la sien izquierda, un cincho de cuero agrietado, una espada larga con funda de madera y cuero, una daga, una navaja de afeitar, una piedra de afilar, grebas, gola, una lanza de dos metros y medio (de fresno, con dura punta de hierro) y un escudo de roble con ribete mellado de metal y las armas de Arlan de Pennytree: un cáliz con alas, plata sobre marrón.
Contempló el escudo, cogió el cinturón y volvió a mirar el primero de ambos objetos. EI cincho había sido confeccionado para las caderas estrechas del anciano, y a Dunk le iba tan pequeño como la cota. Ató la funda a una cuerda de cáñamo, se la pasó por la cintura y desenvainó la espada.
La hoja era recta y pesaba mucho: buen acero forjado en el castillo. La guarnición era de cuero blando sobre madera, y el pomo una piedra negra pulida. Con toda su sencillez, la espada era de buen coger, y Dunk conocía su filo por haberlo aguzado muchas noches con piedra de afilar y hule, antes de acostarse. Pensó: la cojo con la misma facilidad que él, y en el prado de Vado Ceniza se celebra un torneo.
EI trote de Pasoquedo era más ágil que el del viejo Castaño. Aun así, cuando divisó la posada (una construcción alta de madera y adobe), Dunk estaba cansado y dolorido. La cálida luz amarilla que se derramaba por las ventanas era tan acogedora que fue incapaz de pasar de largo. Se dijo: tengo tres monedas de plata, lo suficiente para una buena cena y toda la cerveza que me venga en gana.
Mientras desmontaba vio llegar del río a un niño desnudo y mojado, que empezó a secarse con una capa marrón de tela basta.
-¿Eres el mozo de cuadra? -preguntó. Enclenque, paliducho y con
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