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Esto No Es Un Juego


Enviado por   •  6 de Noviembre de 2014  •  1.720 Palabras (7 Páginas)  •  126 Visitas

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En los últimos tiempos se han difundido penosos casos de un fenómeno que en el mundo se denomina bullying (término proveniente del inglés bull, que significa toro, es decir que se lo podría traducir como “torear”): no es otra cosa que violencia escolar expresada en diversas modalidades, como acoso, asedio, hostigamiento, persecución, amenaza, insultos, golpizas y aun formas más sofisticadas, como campañas insidiosas por vía informática, practicadas por una persona o un grupo de personas contra víctimas indefensas. El acoso escolar es un fenómeno de alta complejidad. Consiste en la intimidación entre pares, va de las bromas a la marginación o incluso el abuso con connotaciones sexuales o agresiones físicas. Se habla de acoso cuando el abuso o el maltrato son crónicos. Estas situaciones dejan huellas profundas en quienes las padecen, y se expresan en procesos de victimización, con conductas de intimidación, tiranización, aislamiento, humillación, que implican un sometimiento abusivo de la víctima; casi siempre se desarrollan lejos de los ojos de los adultos, bajo un manto de silencio.

La relación entre pares es determinante en la socialización y el aprendizaje. Sin embargo, a veces configura un juego perverso de dominio-sumisión. En las conductas de acoso se incluyen variables familiares, sociales y escolares. Todos coinciden que esta problemática no puede esperar y que resulta imperiosa la necesidad de un tratamiento multidisciplinario que dé respuesta y a la vez prevenga las conductas de hostigamiento en el colegio. Para contribuir al abordaje del bullying en la adolescencia consideraré dos temas, que a su vez interactúan: el lugar de la amistad en la adolescencia; el poder de las comparaciones, como estímulo u obstáculo.

El saber popular dice que todas las comparaciones son odiosas, aunque algunas son más odiosas que otras. Hay, sin embargo, comparaciones que no son odiosas y que, al contrario, resultan necesarias, ya que, en el acto mismo de la comparación –es decir, del cotejo y confrontación de lo semejante, de lo diferente y de lo complementario con un otro–, se promueve una ganancia en la configuración y consolidación de la identidad propia y ajena; pone en relieve el estilo del ser, su sustancialidad y su autovaloración.

El tema de las comparaciones puede operar como un elemento valioso en la caja de herramientas conceptuales para abordar el tema del acoso escolar. Las comparaciones se presentifican en todas las etapas de la vida y suelen resignificarse de un modo muy elocuente durante la adolescencia, llegando al extremo de originar situaciones de acoso y violencia. Pero diferencio las comparaciones estructurantes de las patogénicas.

Estas últimas se originan en la vulnerabilidad –encubierta– de una identidad que ha sido insuficientemente consolidada y que además se sostiene con precariedad y con agresión, a partir de la construcción de un otro al que se ubica en el lugar de un rival peligroso, del cual hay que salvarse. Este otro es combatido mediante la denigración y triunfo (comparación maníaca), la idealización y sometimiento (comparación masoquista), la ofensa y contraataque (comparación paranoide), el control omnipotente y sofocación (comparación obsesiva) o la seducción y retaliación (comparación histérica).

A diferencia de las comparaciones patogénicas, las comparaciones estructurantes están comandadas por Eros, pues garantizan la presencia de la diferenciación y pluralidad entre los diferentes elementos cotejados. Además, permiten al sujeto desplegar su derecho al ejercicio pleno de una libre elección y están signadas por la lógica de la tolerancia, que posibilita el registro y la aceptación del otro como diferente.

La respuesta del sujeto a las comparaciones tiene lugar sobre la base de sus pulsiones, de la forma en que están imbricadas, del hecho de que entre éstas prevalezca Eros o Tánatos. Cuando prevalece este último, el cotejo de lo diferente y de lo complementario es reemplazado por el acto intolerante de la provocación, que, al generar un desafío hostil, impide al sujeto y al otro instalarse en sí mismos y detiene a ambos en sus posibilidades de evolución.

En las comparaciones maníaca, obsesiva y paranoide, el sujeto victimario puede identificarse como un amo detentador de un poder soberbio. La soberbia, a diferencia del orgullo, implica siempre un sentimiento de superioridad arrogante, de satisfacción y envanecimiento por la contemplación de lo propio con menosprecio de los demás. En la comparación maníaca se activan los mecanismos de negación, denigración y triunfo sádico sobre un otro desvalorizado,

La comparación obsesiva –compulsiva, agobiante– implementa los mecanismos de control y dominio cruel y sádico que socavan en forma gradual y progresiva la subjetividad del otro y del sí-mismo propio hasta llegar al extremo de la aniquilación.

En la comparación paranoide, el acosador se sobreinviste de una megalomanía persecutoria y el acosado suele ocupar el lugar de un rival o enemigo al que, con recelo, se debe atacar y del cual se requiere huir defensivamente.

En la comparación masoquista, el sujeto sobrevalora al otro y lo sitúa como un modelo idealizado, al servicio de acrecentar lo que puede llamarse megalomanía negativa: “Yo, cuando me comparo, soy el peor de todo y de todos”. A través de esta comparación compulsiva, satisface el deseo de revolver en la llaga de su autodesvalorización hasta convertirse en el “atormentador de sí mismo” (fórmula con la que el dramaturgo

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