LA CRISIS DE LA REPRESENTACIÓN POLÍTICA EN LA ACTUALIDAD
4 de Mayo de 2013
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LA CRISIS DE LA REPRESENTACIÓN POLÍTICA EN LA ACTUALIDAD
La posibilidad de estar representado políticamente, o de gobernar por medio de sus representantes, es un derecho fundamental, amparado constitucionalmente en casi todos los estados modernos. Sin embargo, la forma republicana representativa de gobierno, en muchos estados actuales, amerita una reflexión sobre la legitimación y la eficacia de ese derecho. En la actualidad los medios de comunicación masiva se erigen en nexo entre representados y representantes, coadyuvando al ejercicio cívico de los ciudadanos
Introducción
El concepto de representación está relacionado con la idea de democracia así como a las ideas de justicia y libertad. Sin embargo, en el transcurso de su historia, tanto el concepto como la práctica, poco tuvieron que ver con la democracia y la libertad.
Las constituciones modernas han organizado sus Estados en la forma representativa de gobierno y tanto se ha valorizado el concepto de representación que ha pasado a ser la forma generalizada de participación popular. Así es que prácticamente se ha reducido la garantía de participación de la cosa pública a la garantía de estar representado.
En la actualidad se puede observar un déficit generalizado en la práctica de este derecho. A punto tal que la representación política parece haber quedado reducida a una simple delegación de derechos, sin posibilidad de que los verdaderos titulares de esos derechos (los ciudadanos) puedan otorgar un mandato y solicitar rendición de cuentas por la gestión del apoderado.
Esta crisis de la representación política ha hecho aparecer un nuevo actor como mediador entre representante y representado: la masa media.
Existen evidencias, en la actualidad y en la mayoría de los países, sobre la desconfianza instaurada en la ciudadanía hacia los partidos políticos, convertidos en el canal monopolizador de la representación política, demostrando que ésta encuentra reducida su legitimación sólo respecto de quién gobierna, pero no respecto del qué o del cómo. Esta fragilidad se ha ido acrecentando, llegando a afectar la certidumbre sobre quién es el representante.
Como derecho fundamental, debería gozar de las garantías que implican su ejercicio, sin embargo parece que todos los derechos han sido concedidos al representante, dejando de lado la figura del titular de este derecho, que es el ciudadano representado.
A partir de la desnaturalización del concepto de representación política, se debe pensar en la modificación o la reglamentación del instituto. No alentar su desaparición sino en su transformación, acompañada de una remodelación de los partidos políticos (si se los cree necesarios), de modo que puedan garantizar este derecho, comenzando esencialmente a dirigir la atención a la sociedad, como protagonista de una democracia participativa e interactiva, capaz de sentirse representada y con derecho a exigir rendición de cuentas sobre el cumplimiento del mandato otorgado.
II. El concepto de “representación” a través de la historia
Los antiguos griegos carecían de una palabra similar para denominar algunos actos que podrían compararse a un tipo de representación, que no era la política. Los romanos disponían de la palabra “representare” de la cual deriva “representación”, mas no la aplicaban aún a seres humanos que actúan por otros, o a sus instituciones políticas. Tales usos comienzan a hacer su aparición en los siglos XIII y XIV, en el latín y más tarde en el inglés, a medida que comenzaron a ser enviadas personas a participar de los Concilios de la Iglesia o al Parlamento. En un principio, lejos de ser considerado un privilegio o un derecho, la presencia en el parlamento era una carga y sólo con el paso del tiempo, la representación parlamentaria comienza a ser considerada un mecanismo de promoción de los intereses locales, como un control sobre el poder del rey.
Ya en el siglo XVII la representación había llegado a ser uno de los sagrados derechos tradicionales de los ingleses, por el que valía la pena luchar y, a partir de las Revoluciones Francesa y Americana, se transformó en uno de los “Derechos del Hombre”.
A partir de esos hechos históricos “representación” comienza a significar “representación popular”, guardando estrecha relación con la idea de auto-gobierno y con el derecho que cada hombre tiene de decir lo que piensa. Es así como llegó a encarnarse en las actuales instituciones.
Thomas Hobbes ofrece un completo desarrollo de su significado, en el capítulo XVI de su obra sobre política Leviathan, sosteniendo que un representante es alguien autorizado para actuar, mientras que el representado se hace responsable de las consecuencias de esa acción. Se trata de una perspectiva muy a favor del representante, al que sus derechos le han sido ampliados y sus responsabilidades menguadas y, como contrapartida, el representado ha aumentado sus responsabilidades y ha renunciado a algunos derechos. También sostiene Hobbes que todo gobierno es representativo, en la medida que representa a sus individuos. Debe tenerse en cuenta que esta ficción del soberano autorizado por el pueblo para actuar en su nombre, fue pensada por este autor como una forma de legitimar el poder laico y garantizar el sistema monárquico, que él defendía: como única forma de que una sociedad pueda vivir en paz y en contra de la democracia, que la consideraba propia del “estado natural de los hombres”.
Para Edmund Burke la representación política es la representación del interés y ese interés posee una realidad objetiva, impersonal y desvinculada. Los representantes para este pensador son un grupo de elite que descubren y decretan lo que es mejor para la Nación. Son una “elite genuina”, “una aristocracia natural”, “una parte esencial e integral de cualquier gran cuerpo correctamente constituido” porque la masa del pueblo es incapaz de gobernarse a sí misma, dado que no está hecha para pensar o actuar sin guía ni dirección. Burke plantea “el interés” de la sociedad, en sentido amplio, no refiriéndose al simple interés subjetivo, resultando más importante que el formal, porque el pueblo puede equivocarse en su elección, pero los intereses basados en el sentido común, no. Sin embargo reconoce que la representación virtual (basada en el interés común) no puede tener una existencia larga o segura si no tiene un basamento en la representación real (por la elección).
Los teóricos del liberalismo opinaban que la representación era de “individuos” antes que de órganos corporativos, “intereses” o clases. En armonía con el individualismo existente en su perspectiva económica, la representación debía fundamentarse en personas racionales, independientes e individuales.
John Stuart Mill considera que el verdadero interés de cualquier hombre es su participación en el interés público y cuando persigue su interés egoísta está mal aconsejado, dado que es un “interés aparente”. Su interés “real”, en cambio, es de amplio registro, remoto, difícil de percibir, no sabe lo que será mejor para él, por lo tanto le incumbe, como votante, someterse a la sabiduría superior de sus representantes.
Rousseau, que rechaza la representación legislativa, se basa en que “es imposible querer por otros”, puede sí, “querer en lugar de otros”, lo que significaría una “representación formalista”, de la que no existe ningún motivo para suponer que la voluntad del representante vaya a coincidir con la voluntad del representado. Consecuentemente “tener la voluntad de alguien sustituida por la de otro” significa, simplemente, estar dominado por otro. La crítica de Rousseau, implica una contraposición entre “legitimidad” y “representación”, dado que esta última se asienta en el principio de la voluntad general, pero que prácticamente se puede convertir en criterio legitimador de la voluntad particular de los representantes.
Sin hacer juicio de valor, Max Weber, desde la sociología, sostiene que por “representación” se quiere significar que “la acción de algún miembro del grupo es imputada al resto, que considera dicha acción como legítima y vinculante para ellos”
Con esta rápida visión sobre el concepto de “representación” de diversos teóricos, se podrá observar que cada uno construyó dicho concepto de acuerdo al paradigma imperante y los intereses del momento histórico que le tocó vivir. Sin embargo esas concepciones ideológicas no difieren de las que imperan en la actualidad. Lo que llevaría a una primera y rápida apreciación sobre la eficacia del instituto. Sin embargo, por el hecho de que la representación política haya llegado hasta nuestros días, si bien demuestra su eficacia formal, no garantiza su legitimación desde los aspectos sociológicos y axiológicos.
III. La representación política en la actualidad
Representar significa hacer “presente” algo que no está presente; en un sentido literal: lo ausente. Existe siempre en la representación una tensión entre “ausencia-presencia” que sólo puede atenuarse en la medida que exista un pleno entendimiento entre ambos extremos a nivel relacional.
La etiqueta de “representante político” parece invitar a una apreciación crítica: ¿Es una ficción? ¿Es una fórmula vacía? ¿O es realmente la sustancia de la representación democrática?
El representante político actual, que es un legislador electo, no representa a sus votantes en cualquier asunto, ni tampoco lo hace por sí mismo aisladamente, sino que trabaja con otros representantes en un contexto institucionalizado y en una tarea específica –el
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