LAS COSAS
Enviado por jdnovoa1990 • 25 de Abril de 2014 • 21.567 Palabras (87 Páginas) • 214 Visitas
Emilio o de la Educación
Juan Jacobo Rousseau
Libro Primero1
Todo es perfecto cuando sale de las manos de Dios, pero todo degenera en las manos del hombre. Obliga a una tierra a que dé lo que debe producir otra, a que un árbol dé un fruto distinto; mezcla y confunde los climas, los elementos y las estaciones, mutila su perro, su caballo y su esclavo; lo turba y desfigura todo; ama la deformidad, lo monstruoso; no quiere nada tal como ha salido de la naturaleza, ni al mismo hombre, a quien doma a su capricho, como a los árboles de su huerto.
De otra forma, todo sería peor, ya que nuestra especie no quiere ser formada a medias. En el estado en que están las cosas, un hombre abandonado desde su nacimiento a sí mismo sería el más desfigurado de los mortales; las preocupaciones, la autoridad, la necesidad, el ejemplo, todas las instituciones sociales, en las que estamos sumergidos, apagarían en él su natural modo de ser y no pondrían nada en su lugar que lo sustituyese. Sería como un arbolillo que el azar ha hecho nacer en medio de su camino y que los transeúntes, sacudiéndolo en todas direcciones, lo matan.
Es a ti a quien me dirijo, tierna y prudente madre, que has sabido evitar la gran ruta y librar del choque de las opiniones humanas al naciente arbolillo2. Cultiva y riega la tierna 'planta antes de que se muera; de ese modo, sus frutos ya sazonados serán un día tu delicia. Forma a su debido tiempo un círculo alrededor del alma de tu hijo; luego puedes levantar otro, pero sólo tú debes poder apartar la valla.
1 El propio Rousseau anotó su libro. Por lo tanto, se transcriben aquí íntegras sus notas.
2 La primera educación es lo que más importa, y sin la menor duda compete a las mueres; si tuvieran que encargarse los hombres de ella, el Autor de a Naturaleza les habría concedido leche para que pudieran criarlos. En tales circunstancias, en los tratados de educación nos relacionamos especialmente con las mujeres, ya que además de que pueden vigilar y estar más cerca de los niños que los hombres, e influyen también mucho más, les interesa a ellas de un modo especial que esta educación alcance el mayor grado posible, puesto que la mayor parte de las viudas quedan a merced de sus hilos, recogiendo después los resultados de la educación que les dieron. Las disposiciones legales no ofrecen la suficiente autoridad a las madres, aunque se ocupan de los niños más que los padres; sus obligaciones son más constantes, tienen mayor importancia sus afanes para el buen orden de las familias, y generalmente tienen más cariño hacia sus hijos, lo cual se debe a que siempre se ocupan mas de lo trivial que de las personas, y su finalidad no es otra que lograr la paz en lugar de la virtud. Existe algún caso en que el faltar un hijo a su padre puede tener algún atenuante, pero si hubiera un hijo tan indigno que faltase a su madre, que lo llevó en su seno, le crió, que durante muchos años se ha olvidado de sí misma para dedicarse de lleno a su hijo, ese desventurado sería merecedor de un castigo que le quitase para siempre la luz del día. Comentáis que las madres miman en exceso a sus hijos, en lo que hacen mal, pero les perjudicáis mucho más vosotros, que sois los autores de su depravación. Una madre aspira a que su hijo sea un ser feliz desde el momento en que viene al mundo. Y es justo, pero conviene que sufra los efectos del desengasto cuando se ha valido de medios equivocados. La avaricia, la ambición, la tiranía y la falsa previsión de los padres son mil veces más perjudiciales a los hijos que el ciego cariño de las madres. Por lo demás, es indispensable dar una explicación al sentido que doy al nombre de madre, lo que haré más adelante.
Se consiguen las plantas con el cultivo, y los hombres con la educación. Si el hombre naciera grande y fuerte, su talla y su fuerza le serían inútiles hasta que aprendiera a servirse de ellas y, luego, abandonado a sí mismo, se moriría de miseria antes de que los demás comprendiesen sus necesidades. Hay quien se queja del estado de la infancia, y no se da cuenta de que la raza humana habría perecido si el hombre no hubiese empezado siendo un niño.
Nacemos débiles, necesitamos ser fuertes, y al nacer carecemos de todo y se nos debe proteger; nacemos torpes y nos es esencial conseguir la inteligencia. Todo esto de que carecemos al nacer, tan imprescindible en la adolescencia, se nos ha dado por medio de la educación.
La educación nos viene de la naturaleza, de los hombres o de las cosas. El desenvolvimiento interno de nuestras facultades y de nuestros órganos es la educación de la naturaleza; el uso que aprendemos a hacer de este desenvolvimiento o desarrollo por medio de sus enseñanzas, es la educación humana, y la adquirida por nuestra propia experiencia sobre los objetos que nos afectan, es la educación de las cosas.
Cada uno de nosotros está formado por tres clases de maestros. El discípulo que en su interior tome las lecciones de los tres de forma contradictoria, se educa mal y nunca está de acuerdo consigo mismo; sólo cuando coinciden y tienden a los mismos fines logra su meta y vive consecuentemente. Sólo éste estará bien educado.
Según esto, de las tres diferentes educaciones, la de la naturaleza no depende de ningún modo de nosotros; la de las cosas está en parte en nuestra mano, y sólo en la de los hombres es donde somos los verdaderos maestros, aunque únicamente por suposición, porque, ¿quién puede esperar que ha de dirigir por completo los razonamientos y las acciones de todos cuantos a un niño se acerquen?
Por lo mismo que la educación es un arte, casi es imposible su logro, puesto que de nadie depende el concurso de causas indispensables para él. Todo cuanto puede conseguirse a fuerza de diligencia es aproximarse más o menos al propósito, pero se necesita suerte para conseguirlo.
¿Qué propósito es éste? Pues el mismo que se propone la naturaleza, lo que ya hemos indicado. Puesto que el concurso de las tres educaciones es necesario a su perfección, nosotros no podemos hacer nada que dirija a las otras dos sobre la primera, la que nos ofrece la naturaleza. Mas como la palabra «naturaleza» puede tener un sentido muy vago, conviene que la fijemos con claridad.
La naturaleza, nos dicen, no es otra cosa que el hábito3. ¿Qué significa esto? ¿No existen hábitos adquiridos forzosamente y que nunca ahoga la naturaleza? Tal es, por ejemplo, el de aquellas plantas que se evita su crecimiento vertical. La misma planta obedece la inclinación a la que fue obligada, mas la savia no cambia su primitiva dirección, y si continúa la vegetación, la planta vuelve a su crecimiento vertical. Esto mismo sucede con las inclinaciones de los seres humanos. En tanto persisten en un mismo estado,
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