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La Moral De La Risa


Enviado por   •  8 de Junio de 2014  •  3.161 Palabras (13 Páginas)  •  220 Visitas

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La moral de la risa

Reír es un acto con ecos sociales. ¿Deberían legitimarse todas las formas de la risa? ¿Puede la risa constituir un insulto o una vejación? ¿Es un poder? Aquí, un análisis de Aristóteles y Bergson –cuyo clásico ensayo sobre el tema acaba de reeditarse en la Argentina– a las controvertidas películas de Sacha Baron Cohen. Además, la opinión del humorista Pedro Saborido para quien “la risa es un síntoma más de quiénes somos”.

Por Andres Barba

A la salida de una de las proyecciones de El dictador la última película del siempre controvertido Sacha Baron Cohen en uno de los multicines de la ciudad de Buenos Aires y con un tono no exento de indignación, escuché cómo una mujer de unos cincuenta y cinco años despachaba la película con un interesante: “Deberían prohibir todo esto”. Quien haya visto en alguna ocasión algún largometraje de Baron Cohen ( Borat , Bruno …) entenderá de inmediato a qué se refería la mujer y también que quien despachaba el largometraje con aquel aparentemente talibánico comentario no tenía por qué ser una persona extremista. Es más, podríamos pensar que aquella mujer pensaba que El dictador se debería prohibir amparándose precisamente en los términos sobre los que hoy construiríamos la radiografía del “buen ciudadano”: seguramente se trataba de una persona tolerante y preocupada por cuestiones como la democracia, la igualdad de género, la igualdad racial, la transparencia mediática, y precisamente por esa razón salía enfurecida de una comedia que representaba de una manera tan grotesca a un dictador de Oriente Medio, misógino, antisemita y asesino que ridiculizaba tanto a los países a los que seguramente representaba como al primer mundo que tan cínicamente se oponía a él.

Aquella mujer, como todo el mundo sabe, estaba muy lejos de estar sola en su recriminación y si hubiera que hacer una lista de las personas que la apoyaban habría que retrotraerse nada menos que unos cuantos miles de años, desde la salida de ese cine de Palermo, hasta Aristóteles, y más concretamente hasta uno de sus fragmentos de De retórica .

El filósofo se anima a recomendar allí que “de la misma manera que los legisladores impiden ciertos tipo de abusos, deberían prohibir también ciertas formas de bromear”. Si Aristóteles hubiese acompañado a nuestra amiga a los multicines de Palermo a ver El dictador no es improbable que hubiese salido del cine tan indignado como ella y que hubiese considerado que aquel modo de bromear debería declararse “indebido” y deslegitimar su legalidad. Es decir, nada menos que debería “prohibirse”, tal y como había declarado taxativamente nuestra amiga.

De eso no se ríe

La afirmación aristotélica sigue estando hoy tan sin resolver como hace más de dos mil años: ¿Deberían o no legitimarse todas las formas de la risa? ¿Puede constituir la risa un insulto o una vejación? ¿Constituye la risa un poder? Y si es así: ¿Quién puede arrogarse la autoridad de administrarlo? Es decir: ¿Quién decide de qué y de qué no podemos reír?

La risa es peligrosa, tan peligrosa como esquiva a la hora de ser analizada. Todos los filósofos de la historia se han sentido llamados en algún momento de su trayectoria a dar cuenta del por qué de la risa, a explicar hasta qué punto el humor es una piedra clave en nuestra manera de conocer el mundo.

En ese sentido una de las más interesantes y revolucionarias apreciaciones sobre el fenómeno de la risa fue la teoría de la “gloria súbita” postulada por Thomas Hobbes en su Tratado sobre la naturaleza humana : la risa es un “gloria súbita” surgida de una también súbita comprensión de alguna distinción o excelencia en nosotros mismos por comparación con la debilidad o falta de esa excelencia en los demás. O más claramente, y expresado más tarde en Leviatán en esos mismos términos: “un hombre del que se ríe es un hombre sobre el que se triunfa”.

La mujer que salía del cine de Palermo y que opinaba que la película de Sacha Baron Cohen debería ser prohibida lo hacía no sin razón: consideraba en el fondo que quien reía ahí estaba triunfando sobre la tolerancia, la democracia, la igualdad de género y la dignidad del hombre, y todos nos damos cuenta de que a la mujer no se le podía despachar con una displicente palmada en la espalda y un abierto de miras: “Pero si no es más que una película…”.

La mujer, con toda la razón del mundo podría haber refutado nuestra apreciación con un implacable: “¿Entonces por qué no se hacen chistes sobre la dictadura en los diarios? Al fin y al cabo no serían más que chistes…” . La respuesta es evidente: también para el humor hay ciudadanos de primera, segunda y tercera, y si uno nace musulmán tiene más probabilidades de que le caiga un chiste en la cabeza que si nace católico, blanco y primermundista.

En cuanto a la dictadura hasta un niño podría explicar que si no es posible hacer un chiste es porque las heridas están demasiado a flor de piel. Pero ¿quién determina cuándo y cómo dejará de estarlo? ¿Se ajusticiará en la plaza al que haga el primero? O más aún: ¿acaso prohibir la risa no es vetar una de la vías de cauterización más eficaces?

En España, por poner un caso, durante los primeros años de la democracia la prensa acordó de una manera tácita un “veto” al humor sobre la monarquía. Se consideraba que reírse de la monarquía era poner en peligro una demasiado joven democracia, y aunque pueda suponerse que ya han pasado años más que suficientes para que no quepa duda de su consolidación, hace tan sólo dos años un juzgado de Madrid ordenó que se retirara de los quioscos españoles un número especial de la revista Jueves (publicación similar a la argentina Barcelona, en sus buenos tiempos) en el que, con motivo del “cheque bebé” (una prestación, ya eliminada, de 2500 euros que recibía toda familia residente en España por nacimiento o adopción), se veía al príncipe Felipe y a la princesa Letizia en una lúbrica postura, para procrear dentro del plazo indicado. Retirar una revista de los quioscos en una democracia es una cosa muy seria y debería estar muy justificada. En este caso se realizó en virtud de “insultos a la institución monarquica”, aunque ya en el juicio fue bastante difícil determinar dónde se encontraba exactamente “el insulto”.

El humorista de la revista Jueves dijo, con gran acierto, que la monarquía más consolidada del mundo, la inglesa, es también el blanco más común de las bromas (a veces de pésimo gusto) de la propia prensa británica y que nadie en el Reino Unido comete la insensatez de pensar que una broma tiene el poder de deslegitimar la monarquía. Y en cualquier caso, añadió, el insulto a Felipe de Borbón no era bajo

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