La Nariz
Enviado por martintellez • 27 de Octubre de 2012 • Informe • 547 Palabras (3 Páginas) • 491 Visitas
Cierto día Azora volvió de su paseo totalmente furiosa y dando grandes voces.
_¿Qué tenéis, mi querida esposa _le dijo Zadig__. ¿Quién os ha puesto de esta forma, fuera de vuestras casillas?
_¡Ay! _dijo ella_ estaríais en mi mismo estado si hubierais visto el espectáculo que acabo de contemplar. La viuda Cosrou, que hace dos días había levantado una tumba junto a un riachuelo para su joven esposo tan repentinamente fallecido, había prometido a los dioses quedarse junto a la tumba mientras las aguas del riachuelo corriesen a su lado.
_Bueno _dijo Zadig_, es una mujer que amaba verdaderamente a su marido.
_¡Pero si supierais en que se ocupaba cuando he ido a verla_ dijo Azora.
_¿En qué, querida esposa?
_Estaba ordenando que desviaran el riachuelo.
Azora prorrumpió en tantos insultos y ataques violentos contra la joven viuda, que Zadig quedó preocupado por unas demostraciones tan grandes de virtud en su esposa y decidió ponerla a prueba.
Tenía Zadig un amigo llamado Cador, que, además de merecer su mayor confianza, era un joven muy apuesto e inteligente a quien Azora miraba con buenos ojos. Así que, después de pasar Azora unos días en casa de unos parientes, encontró, al volver a su hogar, a sus criados que, entre llantos, le comunicaban que Zadig había fallecido repentinamente y lo habían enterrado en el jardín de la misma casa.
Esa misma noche Cador visitó a la desconsolada viuda para darle el pésame y llorar juntos una pérdida tan sensible. Al día siguiente, Cador volvió a visitar a Azora y ella le rogó que se quedase a comer. Cador le confió que su amigo le había dejado en testamento casi toda su hacienda y le dio a entender que su mayor dicha consistiría en compartir con ella la herencia. Tras algunas lágrimas y lamentaciones por la pérdida de su esposo, Azora reconoció que, con todo, Zadir tenía algunos defectos que no podía confesarle, pero que él , Cador, parecía un hombre mucho más íntegro.
Estando en esto, Cador se quejó de un violentísimo dolor en el bazo y la dama, inquieta y solícita, hizo traer todas sus esencias y ungüentos para ver si podía aliviarle el dolor.
_¿Hace mucho que estáis sujeto a esta cruel enfermedad? _ le preguntó.
_A veces me lleva al borde de la tumba _respondió el joven_, y sólo hay un remedio capaz de aliviarme: arrancar a un hombre recién muerto la nariz y aplicármela en el costado.
_¡Jesús, qué extraño remedio _exclamó Azora.
_No más extraño que los saquitos de hierbas del señor Arnou para curar la apoplejía.
Esta razón, unida a las prendas del joven acabaron por convencer a la dama.
_Después de todo _dijo ella_, cuando mi marido pase al otro mundo, ¿dejará el ángel
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