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Las Pincesas Y Su Principe


Enviado por   •  30 de Octubre de 2012  •  4.807 Palabras (20 Páginas)  •  439 Visitas

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VIOLENCIA ESCOLAR UNA LECTURA PEDAGÓGICA

Eusebio Nájera Martinez Viña del Mar, Agosto 2004

Mi exposición intenta una lectura pedagógica. Una perspectiva que se pregunta y reflexiona desde la experiencia con el fin de comprender el tema que nos ocupa.

El interés en esta exposición, es relevar algunas preguntas problematizadoras que permitan entender el problema de la violencia en las escuelas.

Así puesta la inquietud, es importante decir que no se buscan respuestas únicas o recetas a seguir. Se trata de dialogar en busca de orientaciones, de caminos posibles.

En nuestro país hemos significado el problema de la violencia escolar desde ciertas informaciones que se transmiten a través de los medios de comunicación y desde ciertas sensibilidades reactivas, instaladas en la estructura del sistema educacional, que dan origen a operaciones y dispositivos de explicación e intervención en los centros escolares.

Esta significación se concentra fundamentalmente en ciertos actos que se denominan violentos efectuados por niños y jóvenes entre ellos o hacia el profesorado. La significación entonces, alude a un solo actor educativo, aquel que tiene la función de “aprender” dentro del sistema. Aprender activamente, en estos tiempos de reforma. Más aún se afina la atención en torno a ciertos niños y jóvenes que se han constituido en los años noventa, en objetos focalizados de atención de las política sociales. Se trata en su mayoría de aquellos niños y jóvenes que ingresan en las últimas décadas a la educación formal y que se mantienen en forma irregular en el sistema (abandono, retraso, deserción).

El seguimiento de este proceso de intervención nos indica que tanto desde la opinión pública como desde los mismos establecimientos se omiten reflexiones que contextualicen el tema y observen desde diversos ángulos el problema. No hay historia ni significaciones simbólicas en torno al tema. Los “hechos de violencia” retratados en los diarios y la TV pertenecen al mundo plástico del rating. No se conciben para ser articulados en argumentos de debate ni en estudios longitudinales. Así, la presentación recurrente de estos hechos dan la impresión de que las escuelas viven un desastre en sus relaciones cotidianas, que los profesores sufren como víctimas, que los alumnos son potenciales delincuentes. Las salidas se visualizan en torno al desarrollo de mecanismos normativos y de control. La familia constituye en este escenario un buen chivo expiatorio para las justificaciones del sistema institucional.

A continuación, voy a buscar orientaciones a este tema, en torno a tres preguntas:

De qué hablamos cuando decimos violencia?

Qué entendemos por violencia escolar?

Qué se hace para abordar la violencia escolar?

1. ¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO DECIMOS VIOLENCIA?

La palabra violencia cobra un sentido específico de preocupación en nuestras realidades en cuanto se hace evidente en las dinámicas políticas y culturales del siglo XX, la necesidad de enfrentar las consecuencias de la guerra y la tiranía aplicada sin control social y con consecuencias graves a la integridad física y psicológica de los habitantes del planeta.

La formulación de los derechos humanos como código mínimo de convivencia y la valoración creciente de la democracia y la paz son parte de este proceso.

Se trata de un escenario de mayor sensibilidad y de creatividad en torno a las concepciones de vida humana en sociedad, a las rupturas en el convivir, a las discriminaciones y a las desigualdades.

Desde los años cuarenta del reciente siglo pasado, se desarrolla progresivamente un conocimiento cada vez más específico y detallista respecto a la violencia y las alternativas de salida.

La violencia se constituye, entonces, en un objeto cultural, en un patrimonio de nuestra especie, en un blanco de nuestras obsesiones intelectuales.

Una primera aproximación al tema nos lleva a descubrir un relato histórico potente del uso de la violencia para enfrentar conflictos políticos y sociales a través de los siglos y las civilizaciones. Este relato nos induce a constatar que la violencia es consustancial o natural a nuestra especie. Los estudios biológicos y etológicos sobre la agresividad vienen a afirmar este intento. Es parte de nuestra constitución humana, el ser agresivos y propender a expresarlo en nuestras relaciones sociales. Esta expresión puede derivar en actos violentos o dañinos para los otros.

Así, una observación atenta a las conductas y comportamientos de las personas, nos lleva a identificar a partir de las mimesis y los efectos, quienes pertenecen a la cadena de la violencia y quiénes no presentan este trauma natural. Estas clasificaciones pueden asociar variables no identificadas con la naturaleza humana, tales como la pobreza y deducir en este camino, ciertas causas externas que propenden a estimular el “agresor interno” que llevamos adentro.

Una mirada más suave en este camino, distingue el carácter positivo de la agresividad en la sobrevivencia y desarrollo humano y por otra parte, el aprendizaje socio-cultural de las conductas violentas, donde la agresividad se vuelve negativa para la sociedad.

“El sentido común no los diferencia pero la agresividad es una potencialidad de todos los seres vivos y la violencia es un producto esencialmente humano (cultural). Frente a la agresividad como potencia innata, las culturas intervienen con la socialización y la adaptación social. A través de ellas podemos llegar a la violencia.

En este sentido, podemos definir la violencia como una modalidad cultural, conformada por conductas destinadas a obtener el control y la dominación sobre otras personas. La violencia opera mediante el uso de operaciones que ocasionan daño o perjuicio físico, psicológico o de cualquier otra índole ... Incluso la violencia por omisión.”(Corsi y Peyrú, 2003)

Otra perspectiva, nos guía hacia los factores culturales y estilos de vida. Se afirma que la violencia pertenece al mundo de la cultura, a los modos de vida de las sociedad humanas. Algunas antropologías no descartan el valor de la violencia dentro de las construcciones societales.

En este sentido, se valoran algunas conductas violentas en las comunidades dentro de contextos rituales y significantes de las reglas de convivencia comunitaria y el paso generacional. Ya sea como iniciaciones o como la búsqueda de chivos expiatorios, la violencia marca distinciones en los tiempos, los roles y las amenazas reales o ficticias presentes en los imaginarios colectivos. La escuela para nuestra

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