El Principe
Enviado por itzelfierro • 8 de Octubre de 2011 • 1.508 Palabras (7 Páginas) • 372 Visitas
El príncipe.
Maquiavelo
Capítulo III. De los principados mixtos.
En principio, los problemas surgen de las dificultades propias de los principados nuevos, que consisten fundamentalmente en que los súbditos les nace la voluntad de cambiar a su señor, creyendo que con ello habrá de mejorar su condición; es en esta creencia que empuñan las armas contra su antiguo soberano, sin notar el engaño, porque la experiencia les demuestra que han perdido el cambio. Esta situación se desprende de una necesidad natural y ordinaria que obliga al príncipe a ofender a sus nuevos súbditos, no solamente con las tropas, sino con la infinidad de vejaciones que trae consigo la conquista. De modo que tienes un enemigo en todo aquél que has agredido al ocupar el principado y no te es posible conservar como amigos a los que te ayudaron a conquistarlo, puesto que no podrás cumplir sus deseos en la medida en que ellos habían imaginado, y también porque les estás obligado por gratitud, por lo que no podrás emplear en su contra medicinas fuertes.
Aun cuando se tenga un ejército poderoso para tomar una provincia, es necesario contar con el favor de sus habitantes.
Capítulo V. De qué modo deben gobernarse las ciudades o principados que antes de ocuparse por un nuevo príncipe se gobernaban con sus leyes particulares.
Hay tres maneras de conservar los estados adquiridos cuando éstos, como ya se ha dicho, viven bajo leyes propias y en condiciones de libertad; la primera es destruirlos; es habitar en ellos y la tercera es permitir que se viva bajo las leyes antiguas, cobrando un tributo y creando un gobierno leal, pero minoritario, que tenga la voluntad de mantener las alianzas; porque trata de un gobierno conquistador y los señores saben muy bien que su poder depende del apoyo del nuevo monarca, por lo que mantendrán el apego a su príncipe para afianzar su autoridad. Así que una ciudad acostumbrada a vivir en libertad se conserva con más facilidad si se cuenta con el apoyo de los ciudadanos, siempre que se quiera evitar su destrucción.
Capítulo VII. De los principados nuevos adquiridos con las armas y la fortuna de otros.
Aquellos que parten de ser simples ciudadanos y llegan a príncipes con la única ayuda de la fortuna, adquieren el poder con un esfuerzo mínimo; pero deben trabajar arduamente para mantenerse en él; no encuentran obstáculos en el camino de la conquista, como si fueran volando hacia su destino; pero una vez instalados se le presentan grandes problemas. Esto sucede a quienes adquieren un estado por medio del dinero o por la voluntad de sus antiguos señores.
Capítulo XVII. De la crueldad y la clemencia o de si es mejor ser amado que temido.
Refiriéndome a cualidades que ya se han mencionado, diré que todo príncipe debe ser reconocido por su compasión y nunca por su crueldad; pero es conveniente evitar el mal uso de la compasión. Un ejemplo lo encontramos en César Borgia, quien era reputado como cruel y fue por ello que restableció el orden en la Romaña, logró la unidad, la paz y la lealtad al soberano; bien considerado, el duque fue mucho más compasivo que los florentinos, quienes trataron de evitar la crueldad y lo único que consiguieron fue la destrucción de Pistoia. Un príncipe no debe preocuparse si adquiere fama de cruel, pues ello puede favorecer la unidad y lealtad dentro de su estado; a diferencia de aquellos que, por excesiva clemencia, dejan que prosperen los desórdenes que dan lugar a crímenes de todas las clases, lo que perjudica a toda la población; mientras que las ejecuciones ordenadas por el príncipe ofenden solamente a unos cuantos. A un príncipe nuevo le es imposible evitar la fama de cruel; porque un estado nuevo está lleno de peligros, como expresa Virgilio en voz de Dido: “La dura necesidad y la novedad del reino me obligan a adoptar tales medidas y a defender con vasta guardia las fronteras”.
Pero el príncipe debe ser medido en sus creencias y sus acciones, no temerse a sí mismo y actuar con moderación y prudencia, para evitar un exceso de confianza que lo lleve a la falta de cautela, y también la desmesurada falta de confianza, que lo lleva a la intolerancia. La respuesta es que conviene tanto lo uno como lo otro; pero como es difícil que se puedan dar ambas cosas, por lo general hay que prescindir de una de las dos, y si es necesario optar
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