Las Virtudes Cardinales
Enviado por daniela.leyton • 11 de Septiembre de 2011 • Monografía • 2.233 Palabras (9 Páginas) • 1.073 Visitas
Las Virtudes Cardinales
En la lucha cotidiana por obtener un buen carácter nos encontramos con una realidad compleja, ya que son muchos los hábitos involucrados en su formación. Las interacciones entre vicios y virtudes son también complicadas, pues unos vicios que ya tenemos pueden llamar a otros y obstaculizar nuestra intención de formar una virtud particular.
Por ejemplo, queremos formar la puntualidad en la llegada al trabajo en la mañana, y nos estamos esforzando en ello, pero al mismo tiempo estamos desarrollando el vicio de ver televisión desmedidamente en las noches. Obviamente ambos hábitos van a enfrentarse. Y así como este ejemplo, hay muchos más de virtudes y vicios que interaccionan en nuestro carácter, por lo que se hace útil un mapa o brújula que nos oriente en este camino hacia el buen carácter y la felicidad. Para esto estudiamos las cuatro virtudes más importantes de todas, que son las virtudes cardinales, y que agrupan a las demás.
Las virtudes cardinales son cuatro, al igual que los puntos cardinales. La más importante es la prudencia, que es el hábito de hacer bien las cosas buenas, o bien, el correcto uso de la razón en las cosas que se pueden hacer concretamente. La templanza es el hábito que dispone a moderar los actos de tal modo que no superen el límite debido, especialmente los que se refieren a lo placentero. La fortaleza es el hábito de enfrentar y superar las dificultades, mantener la racionalidad de los actos aún en los casos más complicados. Y la justicia es la disposición a hacer lo que es debido respecto a los demás, dar a cada uno lo que le corresponde.
Por ejemplo: si debemos llevar a cabo una acción complicada, como hablar un tema delicado con un jefe, tenemos que hacerlo inteligentemente, en el lugar adecuado, con buen tono, en el momento preciso; estaremos utilizando nuestra prudencia. Si estamos haciendo dieta, y vemos un barros luco (sándwich de carne de vaca y queso derretido) que nos encanta, debemos hacer uso de la templanza, la que se subordina a la prudencia, para no comerlo, porque no va de acuerdo con nuestros propósitos. Si queremos estudiar una carrera, sabemos que sería bueno para nosotros, pero no nos queremos esforzar para lograrlo, por lo que no lo intentamos, necesitamos recurrir a la fortaleza. Si alguna vez tenemos que pagar un sueldo adecuado, precisamos justicia.
Como resulta evidente, unas virtudes cardinales se relacionan muy estrechamente con las demás. Será difícil, por no decir imposible, desarrollarlas una a una, por lo que el carácter se va construyendo completo.
· Prudencia
Para tomar una buena decisión, el hombre tiene una facultad para captar de un modo inteligente la realidad y conocer cómo reaccionar ante ella. Esta facultad se denomina inteligencia práctica y la virtud que instala la inteligencia práctica en el carácter se llama prudencia. La prudencia es la virtud que facilita al mismo entendimiento el definir lo que ha de hacer ante cada situación que se le presente.
La prudencia es la más importante de las virtudes, pues es aquella virtud que se relaciona con el saber hacer. Este saber hacer significa tener una serie de conocimientos teóricos y técnicos y, al mismo tiempo, tener la virtud de llevar esos conocimientos a la acción, a la vida práctica. La prudencia es la virtud del emprendimiento, es decir, el hábito de quienes, teniendo conocimientos acerca de la vida del trabajo, ponen en práctica de una manera novedosa esos conocimientos.
aprender. Un buen consejo no sirve de nada si no se quiere aprender. Los estudios no sirven de nada si no se goza de humildad intelectual.
La segunda etapa es la que dice relación con el diagnóstico del presente. Quien se preocupa del presente se preocupa de los detalles. La minuciosidad significa saber mirar alrededor. Esta cualidad es difícil de adquirir porque es parte del comportamiento habitual del ser humano ver solo lo que se quiere ver. De ahí la necesidad de estar dispuesto a ver también lo que no se desea ver. Además de minucioso, el prudente es quien tiene el hábito de ver la situación más allá de los detalles. Esto es la inteligencia del presente, la que implica una visión del panorama de la situación actual que se vive. El que se queda sólo en los detalles, suele ver más problemas que soluciones.
Finalmente, el prudente es quien tiene en cuenta el futuro. La prudencia implica necesariamente ser previsor y tener la capacidad de deducir conclusiones a partir de lo que se conoce de la experiencia del pasado y de la realidad de las cosas en el presente. En la práctica, la previsión del futuro es siempre incompleta, porque no podemos ver el futuro tal como será. Pero, siendo prudentes, debemos considerar que el futuro vendrá y que es siempre bueno mejorar las condiciones actuales para enfrentar lo imprevisible, aunque ello no nos asegure nada.
La prudencia es, por tanto, la virtud por la cual nos habituamos a conocer la realidad sobre la que actuamos y esta habitualidad forja los cimientos a partir de los cuales sabemos hacer algo porque conocemos el ámbito en el que actuamos.
· Templanza y Fortaleza
Conocer no garantiza una acción buena. Ser virtuoso sería bastante más fácil si no existieran dificultades en el mundo del trabajo. Pero esto no es posible en la realidad y, quienes se desarrollan profesionalmente, tienen que ser fuertes para sobrepasar dificultades y poner en práctica aquello que saben hacer para lograr lo que se proponen. La fortaleza es la virtud que facilita resolver las cuestiones difíciles y permite estar en lo que hay que estar para poner los medios adecuados al fin: la resolución de la dificultad.
La eficacia de la práctica profesional puede deberse sin duda a la virtud de la prudencia que capacita al entendimiento para que acierte en los objetivos a lograr. Pero el acierto de los mejores objetivos es solamente una parte de la consecución de una meta. El esfuerzo para acceder al objetivo fijado, llamado fortaleza, permite lograr la consecución del objetivo. Entre más valor tenga el objetivo a lograr, mayores serán las dificultades e inconvenientes para alcanzarlo, pues cuando se trata de una meta de fácil acceso, la exigencia y, por ende, el esfuerzo, serán menores.
La virtud de la fortaleza va de la mano con la prudencia, que conoce la realidad y puede estimar cuáles son los fines que puedo alcanzar. Sin embargo, aunque la prudencia resuelva racionalmente las dificultades que presenta la realidad para el logro de una meta, esa dificultad es solo racional (teórica) y no una dificultad real, que requiere una acción concreta, propia del hombre que posee la virtud de la fortaleza.
En resumen podemos decir que el hombre virtuoso es prudente porque, entendiendo la realidad en el tiempo, conoce el
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