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Leviatan


Enviado por   •  22 de Mayo de 2014  •  Informe  •  18.254 Palabras (74 Páginas)  •  208 Visitas

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Fragmentos de

Leviatán

Thomas Hobbes

INTRODUCCION

La Naturaleza (el arte con que Dios ha hecho y gobierna el mundo) está imitada de tal modo,

como en otras muchas cosas, por el arte del hombre, que éste puede crear un animal artificial. Y

siendo la vida un movimiento de miembros cuya iniciación se halla en alguna parte principal de los

mismos ¿por qué no podríamos decir que todos los autómatas (artefactos que se mueven a sí

mismos por medio de resortes y ruedas como lo hace un reloj) tienen una vida artificial? ¿Qué es

en realidad el corazón sino un resorte; y los nervios qué son, sino diversas fibras; y las articulaciones

sino varias ruedas que dan movimiento al cuerpo entero tal como el Artífice se lo propuso? El arte

va aún más lejos, imitando esta obra racional, que es la más excelsa de la Naturaleza: el hombre.

En efecto: gracias al arte se crea ese gran Leviatán que llamamos la república o Estado (en latín

civitas) que no es sino un hombre artificial, aunque de mayor estatua y robustez que el natural para

cuya protección y defensa fue instituido; y en el cual la soberanía es un alma artificial que da vida y

movimiento al cuerpo entero; los magistrados y otros funcionarios de la judicatura y del poder

ejecutivo, nexos artificiales; la recompensa y el castigo (mediante los cuales cada nexo y cada

miembro vinculado a la sede de la soberanía es inducido a ejecutar su deber) son los nervios que

hacen lo mismo en el cuerpo natural; la riqueza y la abundancia de todos los miembros particulares

constituyen su potencia; la salus polpuli (la salvación del pueblo) son sus negocios; los consejeros, que

informan sobre cuantas cosas precisa conocer, son la memoria; la equidad y las leyes, una razón y una

voluntad artificiales; la concordia, es la salud; la sedición, la enfermedad; la guerra civil, la muerte. Por

último, los convenios mediante los cuales las partes de este cuerpo político se crean, combinan y

unen entre sí, aseméjanse a aquel fiat, o hagamos al hombre, pronunciado por Dios en la Creación.

Al describir la naturaleza de este hombre artificial me propongo considerar:

1. La materia de que consta y el artífice; ambas cosas son el hombre.

2. Cómo y por qué pactos se instituye, cuáles son los derechos y el poder justo o la autoridad justa

de un soberano; y qué es lo que lo mantiene o lo aniquila.

3. Qué es un gobierno cristiano.

Y, por último, qué es el reino de las tinieblas.

Por lo que respecta al primero existe un dicho acreditado según el cual la sabiduría se adquiere no

ya leyendo en los libros sino en los hombres. Como consecuencia aquellas personas que por lo

común no pueden dar otra prueba de ser sabios, se complacen mucho en mostrar lo que piensan

que han leído en los hombres, mediante despiadadas censuras hechas de los demás, a espaldas

suyas. Pero existe otro dicho mucho más antiguo, en virtud del cual los hombres pueden aprender

a leerse fielmente uno al otro si se toman la pena de hacerlo; es el nosce te ipsum, léete a ti mismo: lo

cual no se entendía antes en el sentido, ahora usual, de poner coto a la bárbara conducta que los

titulares del poder observan con respecto a sus inferiores; o de inducir hombres de baja estofa a

una conducta insolente hacia quienes son mejores que ellos. Antes bien, nos enseña que por la

semejanza de los pensamientos y de las pasiones de un hombre con los pensamientos y pasiones Thomas Hobbes

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de otro, quien se mire a sí mismo y considere lo que hace cuando piensa, opina, razona, espera, teme,

etc. Y por qué razones, podrá leer y saber, por consiguiente, cuáles son los pensamientos y

pasiones de los demás hombres en ocasiones parecidas. Me refiero a la similitud de aquellas

pasiones que son las mismas en todos los hombres; deseo, temor, esperanza, etc., no a la semejanza

entre los objetos de las pasiones, que son las cosas deseadas, temidas, esperadas, etc. Respecto de éstas

la constitución individual y la educación particular varían de tal modo y son tan fáciles de sustraer

a nuestro conocimiento que los caracteres del corazón humano, borrosos y encubiertos, como

están, por el disimulo, la falacia, la ficción y las erróneas doctrinas, resultan únicamente legibles

para quien investiga los corazones. Y aunque, a veces, por las acciones de los hombres

descubrimos sus designios, dejar de compararlos con nuestros propios anhelos y de advertir todas

las circunstancias que pueden alterarlos, equivale a descifrar sin clave y exponerse al error, por

exceso de confianza o de desconfianza, según que el individuo que lee sea un hombre bueno o

malo.

Aunque un hombre pueda leer a otro por sus acciones, de un modo perfecto, sólo puede hacerlo

con sus circunstantes, que son muy pocos. Quien ha de gobernar una nación entera debe leer, en sí

mismo, no a este o aquel hombre, sino a la humanidad, cosa que resulta más difícil que aprender

cualquier idioma o ciencia; cuando yo haya expuesto ordenadamente el resaltado de mi propia

lectura, los demás no tendrán otra molestia sino la de comprobar si en sí mismos llegan a análogas

conclusiones. Porque este género de doctrina no admite otra demostración.

PARTE I

CAPITULO IV

Del Lenguaje

La invención de la imprenta, aunque ingeniosa, no tiene gran importancia si se la compara con la

invención de las letras. Pero ignoramos quién fue el primero en hallar el uso de las letras. Dicen los

hombres que quien en primer término las trajo a Grecia fue Cadmo, hijo de Agenor, rey de Fenicia.

Fue, ésta, una invención provechosa para perturbar la memoria del tiempo pasado, y la conjunción

del género humano, disperso en tantas y tan distintas regiones de la tierra; y tuvo gran dificultad,

como que procede de una cuidadosa observación de los diversos movimientos de la lengua, del

paladar, de los labios y de otros órganos de la palabra; añádase, además, a ello la necesidad de

establecer distinciones de caracteres, para recordarlas. Pero la más noble y provechosa invención

de todas fue la del lenguaje, que se basa en nombres o apelaciones, y en las conexiones de ellos. Por

medio de esos elementos los hombres registran sus pensamientos, los recuerdan cuando han

pasado, y los enuncian uno a

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