PENSAMIENTO FILOSOFICO LA LEY
Enviado por danger17 • 21 de Septiembre de 2013 • 3.121 Palabras (13 Páginas) • 392 Visitas
LA LEY
Hoy quisiera meditar con ustedes acerca de la ley. Pero no me refiero a las leyes que son votadas por el parlamento y se aplican luego en los tribunales, sino a las leyes en el sentido científico de la palabra; por ejemplo, las leyes físicas, químicas, biológicas y, sobre todo, las de las ciencias puras, como las diversas ramas de la matemática.
Ahora bien, todo el mundo sabe que existen esas leyes. También debiera ser cosa clara que tiene una importancia realmente enorme para toda la vida humana. La ciencia efectivamente, establece las leyes y por ellas ha formado la técnica. Las leyes son lo claro, lo cierto, el apoyo último de toda acción racional. Si no conociéramos las leyes matemáticas, seríamos sencillamente bárbaros, seres indefensos, entregados al imperio caprichoso de las fuerzas naturales. No exagero al decir que conocemos pocas cosas que tengan para nosotros tanta importancia vital como las leyes. Tales son entre otras y, acaso, sobre todas las leyes matemáticas, las leyes puras.
Pues bien hay hombres que se sirven tranquilamente de un instrumento sin tener la menor idea de su estructura. Conozco locutores de radio que no saben siquiera si su micrófono es un micrófono de cinta o un micrófono de condensador, y conductores de auto que sólo conocen en su coche el lugar donde está el acelerador. Incluso parece que el número de tales hombres que diríamos automáticos, que lo manejan todo y no saben nada, va constantemente en aumento. Es un hecho realmente triste que muy pocos de entre el número inmenso de radioyentes se interesen por esta verdadera maravilla de la técnica que es el receptor.
Sin embargo, aun cuando fuera cierto que la mayor parte de nosotros hubiéramos perdido todo interés por los aparatos, yo me permito esperar que no suceda así con las leyes. Porque la ley no es sólo un instrumento o aparato. La ley entra profundamente en nuestra vida es el supuesto de nuestra civilización y, como hemos dicho, el elemento de claridad y racionabilidad en nuestra visión del mundo.
Por eso creo yo que hemos también de plantearnos la cuestión de qué es una ley.
Basta plantearla y reflexionar un momento sobre ella para damos cuenta de que la ley es algo muy notable y extraño. Acaso lo veamos mejor de la siguiente manera:
El mundo que nos rodea consta de muchas y muy diversas cosas; pero todas estas cosas, que los filósofos llaman entes poseen determinadas cualidades comunes. Por «cosa» o «ente» entiendo aquí absolutamente todo lo que en el mundo existe: hombres, animales, montes, piedras y así sucesivamente. Las cualidades comunes de estas cosas son, entre otras, las siguientes:
Primeramente, todas las cosas se hallan en algún lugar ahora: por ejemplo, yo me hallo en Friburgo, sentado ante mi mesa de trabajo.
En segundo lugar, las cosas están o suceden en determinado tiempo: para mí, por ejemplo, ahora es martes, 12 de la mañana. En tercer lugar, no conocemos cosa alguna que no haya tenido origen o principio en un punto determinado del tiempo y, en cuanto sabemos, todas las cosas son contingentes o perecederas. Viene un tiempo en que desaparecen. En cuarto lugar, todas están sometidas a cambio: un día el hombre está sano, otro día enfermo; el árbol pequeño se hace grande. En quinto lugar, cada cosa es única e individual. Yo soy yo y no otro. Este monte es precisamente este monte y no otro. Todo lo que hay en el mundo es individual y único. Finalmente — y este punto es muy importante —, todas las cosas que conocemos en el mundo son de tal naturaleza, que podrían ser también de otro modo y dejar de existir. Cierto que muchos hombres se tienen a sí mismos por necesarios, pero se engañan. Podrían muy bien no ser, y, probablemente, sin gran daño para el universo.
Tales son, pues, las notas de todo ente en este mundo: todo está en un espacio y en un tiempo, todo tiene origen, pasa, cambia, es algo individual y no es necesario. Así es el mundo o, por lo menos, así nos parece ser.
Ahora bien, en este cómodo mundo del tiempo y del espacio, compuesto de cosas contingentes e indi-viduales, aparece la ley.
Pero la ley no tiene ninguna de las cualidades de las cosas que acabamos de enumerar, ni una sola.
Porque, en primer lugar, no tiene sentido alguno decir que una ley matemática está en un lugar. Si la ley es cierta, lo es igualmente en todas partes. Cierto que me formo en la cabeza una idea de esa ley; pero es sólo una idea, no se identifica con la idea, sino que está fuera. Y este algo está por encima de todo espacio.
En segundo lugar, está también sobre el tiempo. Es absurdo decir que una ley nació ayer o que ha dejado de existir. Indudablemente, fue conocida en un momento determinado del tiempo, acaso en otro momento se caerá en la cuenta de que es falsa, de que no era tal ley; pero la ley, de suyo, es intemporal.
En tercer lugar, la ley no está sometida a cambio alguno, ni puede tampoco estarlo. Que dos y dos son cuatro es cosa que permanece así eternamente, sin cambio posible — sería absurdo imaginar semejante cambio —. Finalmente — y esto sea acaso lo más notable —, la ley no es un individuo, no es particular, sino general. Se halla acá y allá, y más allá, hasta lo infinito. Hallamos, por ejemplo, que dos y dos son cuatro no sólo sobre la tierra, sino también en la luna, y en casos innumerables hemos hallado siempre exactamente la misma ley; subrayo: exactamente la misma ley.
Con esto está relacionado lo más importante: la ley es necesaria, es decir, no puede ser de otro modo que como se enuncia. Aun cuando se trate de las llamadas leyes de probabilidad, éstas dicen que algo sucede con esta o la otra posibilidad; pero lo necesario es que se dé precisamente con esta y no con otra probabilidad. Se trata realmente de algo muy peculiar que no hallamos en ninguna parte del mundo fuera de las leyes.
Porque, como hemos dicho, todo es en el mundo solamente de hecho, y pudiera ser de otro modo.
Tales son los hechos; por lo menos, así nos parecen ser. Hay leyes, y las leyes parecen ser tal como acabamos de ver.
Pero, como ya hemos recalcado, este hecho es extraño. El mundo, nuestro mundo, con el que tenemos que habérnoslas diariamente, es muy distinto de estas leyes. El mundo es bellamente variado y contiene, digamos, distintas especies de objetos; pero todo lo que contiene lleva el cuño, que nos es familiar, de lo temporal y espacial, de lo perecedero, individual y contingente o no necesario. ¿Qué tienen que hacer en el mundo estas leyes fuera del tiempo y del espacio, universales, eternas y necesarias? ¿No tienen cara de espectros? ¿No sería más
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