Politica De Aristoteles
Enviado por ahtziii • 11 de Noviembre de 2014 • 2.761 Palabras (12 Páginas) • 147 Visitas
Introducción
Medir es comparar. Medimos la calidad de nuestras acciones cuando las comparamos con los objetivos tras los cuales las hemos ejecutado, medimos el largo de nuestras vidas en la cantidad de objetivos que conseguimos, y así medimos y comparamos todo el tiempo. Hacer una pausa y medirnos como hombres, entre hombres y frente a nosotros mismos, es un hecho que nos ha llevado siempre tras la estela del poder.
Pero es el poder el fin del hombre? El poder en virtud de qué objetivo?
Medimos nuevamente la necesidad del poder que buscamos, comparándola con el mérito de poseerle que nos brinda nuestra innoble naturaleza, y, finalmente, no encontramos sino que el polo lejano del trayecto es la supremacía por la virtud.
Talvez no es extensivo a toda la especie, pero a lo largo de la historia sería imprudente negar que esta costumbre ha estado muchas veces ligada a nuestros actos como individuos y como naciones.
Es la política entonces una ciencia de control. Un arte egómano y a la vez plus socialista, el control sobre el hombre mismo a fin de controlar las riendas del destino de su especie, una ilusión secular de superioridad del hombre mismo frente al mundo y al destino.
Lo otro, la inmersión en la miseria colectiva, el retorno al animal del cual no conseguimos liberarnos aún, la revolución a cambio de nada y el porvenir sin esperanza, en Aristóteles: el apercibimiento fatal de la verdadera felicidad del hombre.
Encontramos en su Política, un acercamiento a la medida del hombre como Estado mismo, pues le conforma y le edifica en mutualista convivencia e inextricable correspondencia. Un vistazo a las formas de su tiempo que sencillamente nos conducen a criticar severamente esa obtusa perseverancia de nuestros hombres y pueblos al reiterar sus crasos comportamientos políticos.
A continuación, una opinión personalísima, una Política de Aristóteles a la tenue luz del vistazo en solaz.
2. La Política – Ensayo
Un breve vistazo a algunos de los más fatales acontecimientos de nuestra historia nos permite ver con alguna claridad la que es quizá la más condenable de nuestras conductas. Pero, contrario a lo que el estudio superficial nos indique, no nos encontraremos con que dicha conducta sea, por ejemplo, la desmedida ambición por el poder, o la a veces insuperable condición irracional de que se revisten algunos de nuestros actos.
No, esa mirada objetiva y apenas, si se quiere, nutrida de simple sensatez, nos demostrará que en los momentos más críticos de nuestros anales no hemos hecho sino echar de más (prueba cruel de la soberbia de nuestra naturaleza) tanto a la historia como la hemos conocido, como al pensamiento de aquellos que antes de nosotros expusieron ya en claras letras los alcances que traería consigo todo acto humano desprovisto en menor o mayor medida de la racionalidad que estamos obligados a prestarle; no hemos hecho más que olvidar y obviar cada paso que nuestros antecesores dieron hacia el mejoramiento de nuestra especie, como si finalmente no hubiera más salida que la del brutal auto exterminio, como si estuviéramos irremediablemente condenados a repetir cada catástrofe de nuestra historia.
Esa búsqueda de la sociedad perfecta, del ‘estado perfecto’, no es actual; no nació tras la primera, o la segunda guerra mundial, ni tras un conflicto cualquiera como ya es costumbre nuestra; incluso sería justo asegurar que tales conflictos (y muchos anteriores) se han debido a dicha búsqueda en si misma, así como sería igualmente correcto asegurar que es quizá el propio ser humano una mezcla indisoluble de pasión y razón a tal punto de desconocer aún, tras miles de años de historia, su objetivo fundamental como individuo y como ser social.
Esta búsqueda Aristotélica de la armonía en la existencia individual y colectiva de los seres no es sino la descripción de una característica inherente a la especie humana, ‘El ciudadano y el hombre virtuoso no son más que uno’, la condición excelsa de hombre político es definitivamente un regalo de la evolución en virtud del cual ya no somos más una especie libre e ignorante de su destino, sino que nos orienta y nos obliga a enfocar nuestras acciones hacia la auto preservación y el perfeccionamiento, a la ratificación de nuestra supremacía en el universo.
Conocemos, no obstante, de los vicios de nuestra esencia. El propio Aristóteles no consigue desvincular sus pensamientos de la forma simple de una lucha constante por el poder de mejorar las cosas, poder en sentido altruista, pero poder al fin y al cabo; y es de considerarse que dicho obstáculo no se deba sino a que somos ese eslabón perdido que tanto buscan nuestros antropólogos: mixtura de bestialismo y razón, único animal que sabe que conoce, bestia única que sabe que puede cambiarlo todo con excepción de su fatal destino.
Esa es nuestra condición, y nuestra búsqueda: la Atenas perfecta. Aristóteles, al igual que muchos contemporáneos suyos, desarrolló un amplio sentido del manejo de la razón, de la finalidad del hombre y de la finalidad del hombre político como ciudadano: la formación del Estado; un hecho natural, ya que el hombre es un ser naturalmente sociable, porque no puede bastarse a sí mismo separado del todo como el resto de las partes, siendo aquél que vive fuera de ésta, un ser superior a la especie, o una bestia. Por todo esto, la naturaleza arrastra instintivamente al hombre a la asociación política. Debemos grandes postulados a su filosofía, pero merecen especial atención las circunstancias que propiciaron en su tiempo la libertad para expresarse en unos u otros aspectos, pues era éste un ciudadano libre con poder ante sus esclavos y por ende con el tiempo suficiente para encontrar en la ociosidad el camino hacia su inquisición, esa ociosidad que el defiende mejor que el trabajo en esa misma medida. He aquí una de las vendas de Aristóteles, que fija un mundo naturalmente perfecto siempre y cuando se observen las reglas de superioridad de unos hombres sobre otros, de modo que entre todos se conozca de antemano quién es o no superior a qué volumen de extraños o semejantes. Pero, ¿es posible afirmar que el conocimiento debe estar en manos de algunos y no de todos los hombres?. La concepción actual de nuestras sociedades frente a este postulado es diferente, pero, ¿es mejor?.
Es de reflexionar acerca de que así como en la naturaleza hallamos una clasificación darviniana de inferiores y superiores, entre hombres pueden igualmente hallarse análogas funciones en cuanto a la capacidad individual de razón; no obstante, hoy no forma parte de nuestro ideal de prodigalidad y escrupulosidad el seleccionar una Aristocracia como fundamento de la evolución, ni mucho menos aceptar directamente la actual entrega del poder de las masas constituyentes
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