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Política Aristóteles

benjha1319 de Junio de 2014

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POLÍTICA

Aristóteles

LIBRO I

La economía: propiedad y crematística

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Puesto que el esclavo era una parte de la propiedad, consideremos ahora en general, de acuerdo con el método que seguimos, la propiedad y la crematística. En primer lugar se podría preguntar si la crematística es lo mismo que la economía, o una parte de ésta, o subordinada a ella, y, en caso de ser subordinada, si lo es como la fabricación de lanzaderas respecto del arte textil, o como la producción del bronce respecto a la escultura; estas dos, en efecto, no sirven de la misma manera a sus artes principales, sino que una suministra el instrumento y la otra la materia, y llamo materia a la sustancia básica de que se fabrica una obra, por ejemplo, la lana para el tejedor y el bronce para el escultor. Es evidente, entonces, que no es lo mismo la [13] economía que la crematística: ésta, en efecto, se ocupa de la adquisición, aquélla de la utilización; pues ¿qué arte será, sino la economía, el que entienda de la utilización de los bienes domésticos? En cambio, es discutible si la crematística es una parte de la economía o algo de distinta especie. En efecto, si corresponde a la crematística considerar de dónde se han de obtener los recursos y la propiedad, como la propiedad y la riqueza comprenden muchas partes habrá que examinar primero si la agricultura es una parte de la crematística o algo de otro género, y en general el procurarse y adquirir el alimento.

Por otro lado, hay muchas clases de alimentos, y por eso son diferentes también las vidas tanto de los animales como de los hombres, pues no es posible vivir sin alimento, y las diferencias en la alimentación han hecho diferentes las vidas de los animales. Así, de los animales salvajes unos son gregarios y otros solitarios, según conviene a su alimentación, porque unos son carnívoros, otros herbívoros y otros omnívoros, y la naturaleza ha determinado sus costumbres encaminándolas a facilitarles al logro de su alimento, porque no agrada a todos ellos naturalmente el mismo, sino a unos uno y a otros otro, y así sus vidas son diferentes incluso entre los mismos carnívoros o herbívoros.

De un modo análogo, difieren mucho también las vidas de los hombres. Los más perezosos son pastores, pues los animales domésticos les suministran el alimento sin que ellos se preocupen de trabajar, si bien, como sus rebaños necesitan cambiar de lugar a causa de los pastos, se ven ellos obligados a seguirlos como si labraran una labranza viviente. Otros viven de la caza, pero de cazas distintas: unos viven de la piratería, otros de la pesca —los que habitan junto a lagunas, pantanos, ríos o mares—, otros de la caza de aves o animales salvajes. Pero la mayoría de los hombres viven de la tierra y de los frutos cultivados.

Estos son, pues, poco más o menos, las clases de vida [14] de los que trabajan los productos de la naturaleza y no adquieren su alimento mediante el cambio y el comercio: el pastoreo, la agricultura, la piratería, la pesca y la caza. Otros se procuran una vida confortable mezclando estos modos de subsistencia y supliendo así lo que falta al suyo propio para ser suficiente, por ejemplo, el pastoreo y la piratería, o la agricultura y la caza, y de modo semejante otros viven combinando las demás formas de subsistencia según los obligan a ello sus necesidades.

Es evidente que esta clase de facultad adquisitiva ha sido dada por la naturaleza a todos los animales, tanto desde el primer instante de su generación como cuando está acabado su desarrollo, en efecto, algunos animales, desde el principio de la generación, producen juntamente con su prole la cantidad de alimento suficiente para ella hasta que esté en condiciones de procurárselo por sí misma: así todos los vermíparos y los ovíparos. En cuanto a los vivíparos, tienen en sí durante cierto tiempo el alimento de su prole: el producto natural que llamamos leche. En consecuencia, hemos de pensar evidentemente que, de un modo semejante, las plantas existen para los animales y los demás animales para el hombre: los domésticos para su utilización y para alimento; los salvajes —si no todos, al menos la mayor parte— para alimento y para suplir otras necesidades, suministrando vestido y diversos instrumentos. Por tanto, si la naturaleza no hace nada imperfecto ni en vano, necesariamente ha creado todos estos seres en vista del hombre. De aquí que el arte de la guerra misma sea en cierto modo un arte adquisitivo, puesto que el arte de la caza es una de sus partes, y éste debe utilizarse frente a los animales salvajes y frente a los hombres que, habiendo nacido para ser regidos, no quieren serlo, porque esta clase de guerra es por naturaleza justa.

Así pues, hay una especie de arte adquisitivo que es naturalmente parte de la economía: aquélla en virtud de [15] la cual la economía tiene a mano, o se procura para tener a mano, los recursos almacenables necesarios para la vida y útiles para la comunidad civil o doméstica. Estos recursos parecen constituir la verdadera riqueza, pues la propiedad de esta índole que basta para vivir no es ilimitada, como dice el verso de Solón: “ningún límite de la riqueza se ha prescrito a los hombres”, hay un límite aquí como en las demás artes, pues ningún instrumento de ningún arte es ilimitado en cantidad ni en magnitud, y la riqueza no es sino una cantidad de instrumentos económicos y políticos. Resulta, pues, evidente que hay un arte adquisitivo natural propio de los que administran la casa y la ciudad, y por qué causa es así.

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Hay otra clase de arte adquisitivo que recibe generalmente el nombre —por lo demás justificado— de crematística, para la cual no parece haber límite alguno de la riqueza y la propiedad. Muchos la consideran como idéntica a la antes mencionada, a causa de la proximidad entre ambas; sin embargo, no es la misma, si bien tampoco está lejos de ella. Una es natural y la otra no, sino más bien producto de cierta experiencia y técnica.

Empecemos su estudio con las siguientes consideraciones: todo objeto que se posee puede utilizarse como tal de dos maneras, pero no en el mismo sentido; una utilización es adecuada al objeto, y la otra no, por ejemplo, la utilización de una sandalia como calzado y como objeto de cambio. Las dos son, en efecto, utilizaciones de la sandalia, y el que cambia una sandalia al que necesita por dinero o por alimentos utiliza la sandalia en cuanto sandalia, pero no con la utilización que le es propia, pues la sandalia no se ha hecho para cambiarla. Lo mismo ocurre con las demás posesiones, pues el cambio las abarca todas, y comen-[16] zó en un principio de un modo natural, por tener unos más y otros menos de lo necesario. De lo cual resulta también evidente que el comercio al por menor no forma parte naturalmente de la crematística, pues entonces sería necesario que los cambios se limitasen a lo suficiente. Es manifiesto, sin duda, que en la comunidad primera, es decir, en la casa, el cambio no es menester, pero sí cuando la comunidad es ya mayor. Pues los unos tenían todas las cosas en común, y los otros, ya separados, muchas pero diferentes, por lo que se necesitaban hacer cambios según sus necesidades, como lo hacen todavía hoy muchos de los pueblos bárbaros, que cambian unos productos útiles por otros, y nada más; por ejemplo, dan vino y reciben a cambio trigo, o cualquier cosa análoga. Esta clase de cambio ni es contra la naturaleza ni tampoco una forma de la crematística, sino que servía para completar la suficiencia natural. Pero de ella surgió de un modo natural la otra, pues cuando se dependió más del exterior para importar lo necesario y exportar lo que se tenía en abundancia, la necesidad hizo que se ideara la utilización del dinero por no ser fáciles de transportar todos los productos naturalmente necesarios. Por eso convinieron en dar y recibir recíprocamente en sus cambios algo que, siendo útil en sí mismo, fuera además de fácil manejo para la vida, como el hierro, la plata o algo semejante. Al principio determinaron su valor simplemente por su tamaño y peso, y por último le imprimieron un cuño para ahorrarse el trabajo de medirlo, ya que el cuño se puso para significar valor.

Inventado el dinero a consecuencia de las necesidades del cambio, surgió la segunda forma de la crematística, el comercio al por menor, que al principio se practicó sin duda del modo más simple y después se hizo más técnico cuando la experiencia enseñó dónde y cómo se habían de hacer los cambios para obtener el máximo de lucro. Por eso la crematística parece tener que ver sobre todo con el di- [17] nero, y su misión parece ser averiguar cómo se obtendrá la mayor abundancia de recursos, pues es un arte productivo de riqueza y recursos. Y, en efecto, la riqueza se considera muchas veces como la abundancia de dinero porque éste es el fin de la crematística y del comercio. Otros opinan, por el contrario, que el dinero es algo desprovisto en sí mismo de valor, algo que no es natural, sino pura convención, ya que si se lo sustituye por otra moneda no vale nada ni es útil para nada necesario, y aun siendo rico en dinero, puede uno con frecuencia verse desprovisto del alimento necesario, y sin duda esa es una extraña riqueza ésta que no impide que el que la posee en abundancia se muera de hambre, como cuentan de aquel famoso Midas a quien por su codiciosa petición todo lo que tocaba se le convertía en oro.

Por eso buscan, y con toda razón, otra definición de la riqueza y de la crematística. En efecto, otra cosa son la crematística

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