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Enviado por   •  21 de Marzo de 2013  •  2.890 Palabras (12 Páginas)  •  297 Visitas

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Los tres estados del capital cultural*

Pierre Bourdieu

a condición de capital cultural se impone en primer lugar como una hipótesis

indispensable para dar cuenta de las diferencias en los resultados escolares que presentan

niños de diferentes clases sociales respecto del éxito “escolar”, es decir, los beneficios

específicos que los niños de distintas clases y fracciones de clase pueden obtener del mercado

escolar, en relación a la distribución del capital cultural entre clases y fracciones de clase. Este

punto de partida significa una ruptura con los supuestos inherentes tanto a la visión común que

considera el éxito o el fracaso escolar como el resultado de las aptitudes naturales, como a las

teorías de “capital humano”.1

Los economistas tienen el aparente mérito de plantear explícitamente la cuestión de la

relación entre las tasas de rendimiento aseguradas por la inversión educativa y la

inversión económica (y de su evolución). A pesar de que su medición del rendimiento

escolar sólo toma en cuenta las inversiones y las ganancias monetarias (o directamente

convertibles en dinero), como los gastos que conllevan los estudios y el equivalente en

dinero del tiempo destinado al estudio, no pueden dar cuenta de las partes relativas que

los diferentes agentes o clases otorgan a la inversión económica y cultural, porque no

toman en cuenta, sistemáticamente, la estructura de oportunidades diferenciales del

beneficio que les es prometido por los diferentes mercados, en función del volumen y

de la estructura de su patrimonio. (Ver en particular G.S. Becher, Human Capital, New

York, Columbia University Press, 1964).

Además, al dejar de reubicar las estrategias de inversión escolar en el conjunto de las

estrategias educativas y en el sistema de las estrategias de la reproducción, se condenan a dejar

escapar, por una paradoja necesaria, las más oculta y la más determinada socialmente de las

inversiones educativas, a saber, la transmisión del capital cultural.

Sus interrogantes sobre la relación entre la “aptitud” (ability) por los estudios y la

inversión de estudios, demuestran que ignoran que la “aptitud” o el “don” es también

el producto de una inversión en tiempo y capital cultural (Id., p. 63-66). Y se entiende

entonces, que al evaluar los beneficios de la inversión escolar, sólo se pueden interrogar

sobre la rentabilidad de los gastos educativos para la “sociedad” en su conjunto (social

rate of return) (Id., p. 121), o sobre la contribución de la educación a la “productividad

nacional” (The social gain of education as measured by its effects on nacional

productivity) (Id., p.155).

Esta definición, típicamente funcionalista de las funciones de la educación, que ignora

la contribución que el sistema de enseñanza aporta a la reproducción de la estructura

social, al sancionar la transmisión hereditaria del capital cultural se encuentra de hecho

comprometida, desde su origen, con una definición del “capital humano”, la cual a

pesar de sus connotaciones “humanistas”, no escapa a un economicismo e ignora que el

rendimiento de la acción escolar depende del capital cultural previamente invertido por

la familia. Desconoce también que el rendimiento económico y social del título escolar,

depende del capital social, también heredado, y que puede ponerse a su servicio.

* Tomado de Actes de la Recherche en Sciences Sociales¸ 30 de noviembre de 1979. Traducción de

Mónica Landesmann. Texto extraído de: Bourdieu, Pierre, “Los Tres Estados del Capital Cultural”, en

Sociológica, UAM- Azcapotzalco, México, núm 5, pp. 11-17.

1 Hablar de los conceptos a través de ellos mismos en vez de hacerlos funcionar, siempre lo expone a uno

a ser esquemático y formal, es decir, “teórico” en el sentido más corriente de este término, y el más

comúnmente aprobado.

L

El capital cultural puede existir bajo tres formas: en el estado incorporado, es decir, bajo la

forma de disposiciones duraderas del organismo; en el estado objetivado, bajo la forma de

bienes culturales, cuadros, libros, diccionarios, instrumentos, maquinaria, los cuales son la

huella o la realización de teorías o de críticas a dichas teorías, y de problemáticas, etc., y

finalmente en el estado institucionalizado, como forma de objetivación muy particular, porque

tal como se puede ver con el titulo escolar, confiere al capital cultural —que supuestamente

debe de garantizar— las propiedades totalmente originales.

El estado incorporado

La mayor parte de las propiedades del capital cultural puede deducirse del hecho de que en su

estado fundamental se encuentra ligado al cuerpo y supone la incorporación. La acumulación

del capital cultural exige una incorporación que, en la medida en que supone un trabajo de

inculcación y de asimilación, consume tiempo, tiempo que tiene que ser invertido

personalmente por el “inversionista” (al igual que el bronceado, no puede realizarse por

poder2): El trabajo personal, el trabajo de adquisición, es un trabajo del “sujeto” sobre sí mismo

(se habla de cultivarse). El capital cultural es un tener transformador en ser, una propiedad

hecha cuerpo que se convierte en una parte integrante de la “persona”, un hábito.3 Quien lo

posee ha pagado con su “persona”, con lo que tiene de más personal: su tiempo. Este capital

“personal” no puede ser transmitido instantáneamente (a diferencia del dinero, del título de

propiedad y aún de nobleza) por el don o por la transmisión hereditaria, la compra o el

intercambio. Puede adquirirse, en lo esencial, de manera totalmente encubierta e inconciente y

queda marcado por sus condiciones primitivas de adquisición; no puede acumularse más allá de

las capacidades de apropiación de un agente en particular; se debilita y muere con su portador

(con sus capacidades biológicas, su memoria, etc.). Por estar ligado de múltiples maneras a la

persona, a su singularidad biológica, y por ser objeto de una transmisión hereditaria siempre

altamente encubierta y hasta invisible, constituye un desafío para todos aquellos que apliquen la

vieja y persistente distinción que hacían los juristas griegos entre las propiedades heredadas

(tapatroa) y las adquiridas (epikte ‘ra) —es decir, agregadas

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