Derechos Humanos
Enviado por CarlosAramendiz • 13 de Febrero de 2015 • 1.017 Palabras (5 Páginas) • 334 Visitas
25 Discriminación en la vida pública
Discriminación en la vida pública En la historia de las civilizaciones, durante siglos, han
predominado las organizaciones de índole patriarcal: el hombre era el jefe del clan, el jefe de
familia, el jefe de las organizaciones, del Estado, etcétera. Es decir, el hombre era el que
participaba en la vida pública. Las mujeres, si bien tenían un rol importante, quedaban relegadas al
ámbito privado. Cuidaban a los hijos, los ancianos y enfermos, preparaban el alimento, trasmitían
las costumbres y tradiciones. Las mujeres no participaban por lo tanto en la organización de las
sociedades donde vivían, no intervenían en el dictado de las normas o leyes que regían sus vidas,
no eran consultadas para saber qué necesitaban, cuáles eran sus intereses como mujer; los
hombres interpretaban sus deseos y necesidades organizando toda la vida según esa visión
masculina y poniendo las reglas. Por ejemplo, nuestro código penal contemplaba un delito que se
llamaba adulterio; sin embargo, era tipificado (o sea, definido) en forma distinta para el varón y
para la mujer. Si era mujer, cometía adulterio quien tuviera al menos una sola relación con otro
hombre, mientras que si era varón para quedar tipificado era necesario el amancebamiento (es
decir, tener durante un lapso prolongado de tiempo otra mujer y además, en forma estable).
Afortunadamente ha desaparecido el delito y también su discriminatoria regulación. Pensemos en
la razón de la norma. Lo que aquí se protegía era el honor del marido y la pureza de su
descendencia. Lo que se penaba era la posibilidad de introducir en el matrimonio hijos de otro.
Ahora, si el marido tenía hijos con la manceba, el honor de la mujer no importaba. Queda abierto el
debate. Como se ve, es importante la participación de la mujer en la vida pública para que también
ella elabore las reglas, dirija o juzgue. Sin embargo tuvieron que pasar veinte siglos y dos guerras
mundiales para que la mujer comenzara a intervenir en el ámbito público. En nuestro país, el
primer paso fue el reconocimiento del voto femenino en el año 1947, durante el gobierno de Juan
D. Perón; la lucha por el sufragio femenino ya ha sido tratada en el capítulo 4.
Otro esfuerzo relevante ocurrió en 1991, cuando el Congreso de la Nación sancionó la reforma a la
Ley Electoral, introduciendo la obligatoriedad de un mínimo de 30% de participación de mujeres,
asegurándoles lugares expectables en las listas de candidaturas a cargos electivos. Este principio
se incorporó en la reforma constitucional de 1994, y se concibe como acción positiva
(discriminación positiva para favorecer a las minorías). Sin embargo, su sanción trajo discusiones y
resistencias. La prensa de la época da testimonio de ello y, en un diario de gran circulación se llegó
a decir (en un editorial) que la ley de cupo impedía a los ciudadanos elegir libremente. Algunos
sectores consideraban que era desfavorable para las mujeres porque las condenaba al mínimo.
Esto de alguna manera es cierto, porque es tal el paternalismo, que los varones se resisten a
incluir más mujeres en las listas cuando las posibles aspirantes superan el 30%. A veces es
necesario recurrir a los estrados judiciales para reclamar la aplicación del cupo, como ocurrió con
los cargos electivos
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