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LA NACION COMO CUESTION REGIONAL


Enviado por   •  27 de Octubre de 2017  •  Documentos de Investigación  •  6.213 Palabras (25 Páginas)  •  424 Visitas

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LA NACION COMO CUESTION REGIONAL

Francisco AVELLA, Paris, Febrero de 1997

“Las geografías, dice el geógrafo,

son los libros mas preciosos de todos los libros.

Ellos no pasan de moda jamás.  

Es raro que una montaña cambie de lugar.

 Es raro que un océano se quede sin agua.  

Nosotros escribimos las cosas eternas.”

Antoine de Saint – Exupery, El Principito.

“…salga a la calle y mírele la cara a la verdad, excelencia

estamos en la curva final,

o vienen los infantes o nos llevamos el mar,

no hay otra excelencia, no había otra,

madre, de modo que se llevaron al Caribe en abril,

se lo llevaron en piezas numeradas

los ingenieros náuticos del Embajador EWING

para sembrarlo lejos de los huracanes

en las auroras de sangre de Arizona…”.

Gabriel García Márquez, El Otoño del Patriarca

INTRODUCCIÓN

Extraño destino el de Colombia, que no habiéndose terminado de constituir como Estado–Nación (1), durante los siglos XIX y XX, va a tener que integrarse en el próximo siglo a los Estados-Región que por fuerza del mercado se empiezan a formar en sus fronteras Caribe-Orinocense (con América Central, las Antillas, y Venezuela), Amazónica (con Brasil y Perú) y Andina (con Ecuador especialmente).

La obsesión unitaria del país en los últimos años (2), permitió el cambio de Constitución e inmediatamente aparecieron los escritos nostálgicos sobre la identidad, que con un aire decimonónico buscan al “colombiano”, perdido en la “fragmentación” de las diferentes identidades regionales (3), que según ellos es mas fuerte que la nacional, lo que conllevaría la extrema dificultad de centralizar el poder político a fin de tener “… un pueblo unificado que dirige su propio destino, formado por hombres iguales que quieren y esperan la abundancia y la libertad…”, o sea una idea “moderna” de la nación (4).

Esta idea tan esquiva a través de toda la historia del país, buscada afanosamente como una solución a los problemas de la nación, nos parece mas bien hacer oficio de problema, no porque una “ideología”, noble y progresista, no pueda ser un “ideal” a alcanzar, sino porque al confundirla con las ideas identitarias del siglo XIX, condena a las fuertes identidades regionales a ser la causa de nuestros males.

Colombia para la mayor parte de los estudiosos del país y extranjeros es un país de “regiones”, “fragmentado”, “en pedazos” (5), breve una colcha de retazos, cuando no es el país de “todas” las violencias de que hablan los periódicos del mundo diariamente (6).  Además es un “país de paradojas”, tal vez porque con todas las dificultades que ha tenido para integrarse como “nación” a través de casi dos siglos, aun existe… Y no por que siendo el mas democrático de América Latina, sea el mas violento del mundo, como afirmaba la Comisión sobre la Violencia en 1988 (7).

Lo grave de esta situación, es que el chivo expiatorio parece ser la “región”, que en manos de “…el clientelismo refuerza la tradicional fragmentación del poder impidiendo un control central del poder político”.  Poder político que como bien lo manifiesta Fernán GONZALEZ, se vuelve en contra de la región pues “…las normas institucionales y legales del país “formal” pierden gradualmente vigencia a medida que se alejan del centro” (8).

Es este efecto perverso, que haciendo de la región el culpable de la no realización de un nacionalismo centralista, cierto, bien intencionado, termina “volens nolens” por sacrificarla en el altar de una historiografía de la mejor factura jacobina, queriendo construir la nación de arriba hacia abajo.  Y ello, sin reflexionar un solo instante en el hecho innegable de que “una” idea de la nación, adecuada o inadecuada al modelo europeo decimonónico siempre ha existido, puesto que, como bien lo manifiesta DEAS “…los estereotipos regionales no impiden la integración nacional” (9).  Y en el caso de Colombia por el contrario, lo que estos estereotipos logran, es agitar el fantasma de la desunión, de la anarquía, del desorden, para justificar el poder como fuerza, y no como persuasión o, en el mejor de los casos como consentimiento, gracias a la imagen de su legitimidad.

Y sin consenso posible de tipo ideológico, sin la existencia de otra salida que la del dictamen de las urnas, (con el evidente sostén de las clientelas regionales), cada vez que el poder es legalizado, (electoralmente, pero no tan democráticamente), estas mismas clientelas logran hacer de la perversión del sistema político, una gran “virtud” republicana (10).  Y paradójicamente hunde todavía más a las regiones en su abandono por parte del Estado, puesto que la factura que los caciques pasan a la nación, privatiza aun más el poder local, sin gran beneficio regional (11).

LA OBSESION UNITARIA.

Jaime URUEÑA, en un trabajo enviado a la Comisión 1 de la Asamblea Constituyente, afirmaba que : “Desde sus orígenes, Colombia fue un tejido hecho de retazos de múltiples colores, reunidos mas por la fuerza que por la conciencia de pertenecer a una comunidad de pasado y de destino.  Territorio mas que nación, un estado famélico emprendió la tarea de darle un sentido de unidad por encima de los numerosos particularismos bien arraigados, condición de la aceptación de su Autoridad” (12).

Siguiendo los postulados clásicos de la formación de la Nación, URUEÑA explica que la base del Poder es la obediencia, por el consentimiento, no por la fuerza.  Solo así, afirma, el pueblo aceptaría la autoridad legitima del Estado, base de la cual es el “…sentimiento de unidad, de pertenencia a una comunidad en la cual los gobernados se reconozcan como miembros de una colectividad y portadores de un ideal de destino”.  Así, la condición fundamental de la legitimación del Estado, es la construcción de lo que se ha dado en llamar el Mito Nacional.

En el caso colombiano este Mito parece estar constituido por, “…el trasfondo doctrinal e ideológico de las facciones y los partidos… hechos de ideas antinómicas de lo Nacional”.  Por ello la historia política del siglo XIX, estaría marcada por la imposición de un orden constitucional nuevo, ya que después de cada victoria en las guerras civiles el triunfador, “…reunía en torno a una mesa a quienes habrían de escribir e imponer una nueva Constitución, represiva de los mitos y de las ideas del adversario vencido” (13).

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