Apuntes De Moda, Desde La Prehistoria Hasta La época Moderna
sylvieraph20 de Abril de 2013
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La historia de la indumentaria se nos ofrece
como un libro abierto en el cual podemos
descubrir los más variados aspectos
de nuestro pasado histórico. Es difícil precisar
en qué momento el ser humano decide
cubrir su cuerpo. Sin embargo, desde
la más remota antigüedad, las imágenes
plasmadas en las diversas manifestaciones
artísticas y los restos arqueológicos que
han llegado hasta nosotros nos informan
de que el vestido ha estado asociado al ser
humano casi desde su aparición en el planeta.
El acto de vestirse inmediatamente
fue acompañado de la búsqueda de diferenciación,
y en ella iría implícito el deseo
de novedad y cambio que daría origen a
ese fenómeno social que conocemos
como moda.
La moda, hoy como ayer, dirige los más
variados aspectos de nuestra vida; sin
embargo, la acepción que aquí nos interesa
es la referida al vestido. Covarrubias, en su
Tesoro de la Lengua Castellana o Española,
de 1611, no recoge el término “moda”
pero sí el Diccionario de Autoridades de
1723, que lo define como “uso, modo ù costumbre.
Tomase regularmente por el que es
nuevamente introducido, y con especialidad
en los trages y modos de vestir”, en lo
que se aprecia el especial hincapié en esa
asociación con el vestido. No obstante, el
término moda, tal y como hoy lo entendemos,
es en el siglo XVII cuando comenzamos
a encontrarlo en los documentos de la
época. En España lo encontramos mencionado
en una obra de 1662, de Agustín
Moreto, El lindo Don Diego; y en Francia,
en La escuela de mujeres de Moliere.
En cada momento de la historia y en
cada época se ha resuelto de distinta
manera la necesidad humana de protegerse,
identificarse y expresarse por medio
del vestido. Por esta razón, el vestido,
estrechamente ligado al ser humano y asociado
al fenómeno de la moda, refleja los
gustos estéticos y las tendencias del
momento en el que se desarrolla, convirtiéndose
así en uno de los signos más visibles
de las transformaciones sociales, políticas,
económicas y culturales. No en vano
decía Balzac, en su Tratado de la vida elegante,
que “el atavío es el más elocuente
de todos los estilos (…) forma parte del
propio hombre, es el texto de su existencia,
su clave jeroglifica”.
Hay dos maneras de vestirse. Una, la más
simple y antigua, se resuelve con un trozo
de tela cuya hechura no reproduce las formas
naturales del cuerpo humano. Un
trozo de tela de forma rectangular daría
respuesta a esa tipología básica de vestidos
envolventes que se ciñen al cuerpo
mediante fíbulas o cinturones, tipología
que ha sido denominada por algunos historiadores
como vestidos drapeados, por
los pliegues que hace la tela al ser ceñida
con un cinturón al cuerpo. La segunda
tipología responde a aquellos vestidos
cuyas piezas han sido cortadas y unidas
mediante costura para adaptarse a las formas
naturales del cuerpo humano. Mientras
que la primera no exige la presencia
de una persona especializada para su confección,
la segunda sí. Ambas fórmulas han
dado solución a las necesidades de indumentaria
de la humanidad hasta nuestros
días.
Como comentábamos anteriormente,
desde la Prehistoria tenemos referencias
visuales y arqueológicas que nos informan
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Amalia Descalzo Lorenzo
Apuntes de moda
desde la Prehistoria
hasta época moderna
de las diferentes indumentarias que ha ido
adoptando el ser humano. La referencia
clásica de la primera representación del
traje en España son las pinturas rupestres
de Cogull (Lérida), que muestran con claridad
personajes vestidos con pieles. Sin
embargo, habrá que esperar al primer
milenio a. C., cuando, por influencia de las
colonizaciones fenicia y griega, se desarrollan
las culturas tartésicas e íbera, para
encontrar representaciones detalladas de
la indumentaria: túnicas y mantos drapeados,
con flecos y cenefas de adorno, y
abundante joyería. Las piezas de cerámica
ibérica y las numerosas esculturas de
damas oferentes que conservan nuestros
museos reflejan también este atuendo,
que en lo esencial debió de mantenerse,
junto al uso de la toga latina.
La civilización romana, que admiró e imitó
en muchos aspectos a la griega, no se limitó
a copiarla, sino que la asimiló y la transformó.
El vestido romano tenía como prenda
básica la túnica, formada por dos piezas
de tela cuadradas o rectangulares, cosidas,
que dejan abiertos los espacios para sacar
la cabeza y los brazos, y la cual se ceñía a la
cintura con un cinturón. Una variedad de la
túnica fue la llamada laticlavia, decorada
con ribetes o clavus. También encontramos
una túnica con manga larga, hasta la muñeca,
de origen oriental. Sobre estas túnicas
se ponía un manto de hechura rectangular
llamada pallium. A diferencia de los griegos
los romanos llevaron prendas interiores. De
forma similar a la túnica, la prenda interior
confeccionada en lino recibió el nombre de
subucula, y licium, una especie de taparrabos
que se anudaba alrededor de la cintura.
La prenda típicamente romana fue la
toga, que, de hecho, solamente la podían
utilizar aquellos que tenían la categoría de
ciudadanos romanos. Consistía en una gran
pieza de lana blanca cortada en forma semicircular.
Su gran tamaño dificultaba su colocación,
y había que ser muy hábil para
ponérsela, o por el contrario contar con la
ayuda de un sirviente.
La indumentaria femenina derivaba en
parte de la griega, pues su prenda principal
estaba inspirada en el quitón griego. El
vestido principal recibía el nombre de
stola y, dependiendo de la manera en que
disponían los cierres y el cinturón para
ajustar al cuerpo, se creaban diferentes
tipologías. Ésta se vestía sobre la túnica
íntima, pues también las romanas hicieron
uso de prendas interiores, como una cinta
que sujetaba el pecho y una prenda a
modo de bragas como nos lo indica el
mosaico encontrado en Pompeya. Como
prenda “de encima”, el manto llamado
palla, de gran tamaño y generalmente
muy vistoso por los colores llamativos que
se utilizaban.
Tras el Imperio Romano, en la Península
Ibérica, y en general en lo que hoy conocemos
como Europa, se mezclaron la
supervivencia del mundo clásico, la
influencia del imperio oriental, de Bizancio,
y el vestido que en el siglo V trajeron
los pueblos centro europeos que llamamos
bárbaros. El pueblo que llega a la
Península es el que conocemos como visigodo.
De este momento histórico, que
abarca cronológicamente del siglo VI a inicios
del VIII, el único resto referente a su
indumentaria que ha llegado hasta nosotros
son las grandes hebillas y fíbulas
con las que ajustaron sus vestidos. No obstante,
la documentación gráfica, aunque
escasa, nos informa de que la túnica que
veíamos en el mundo clásico sigue siendo
el vestido básico de la sociedad visigoda;
túnicas cortas y largas con decoración de
clavus continúan en uso en estos siglos.
San Isidoro nos habla en sus Etimologías,
de una túnica llamada armilausa, cuyo
rasgo más distintivo era estar abierta en la
falda. Sobre estas túnicas se ponían los
mantos, también heredados del mundo
clásico como la clamide y el palium.
Ahora bien, lo más novedoso de este
momento histórico, y que se conservará
en los años posteriores, son las prendas
para vestir las piernas. San Isidoro distingue
entre las bragas, femoralias y tubrucos.
La diferencia entre ellos viene dada
por el largo. La femoralia fue un pantalón
que cubría de la cintura hasta por debajo
de las rodillas y el tubrucos, un pantalón
que cubría de la cintura hasta los tobillos.
El vestido femenino se resuelve igualmente
con túnicas decoradas con clavus,
y como prendas “de encima”, los mantos,
de entre los que distinguiremos uno completamente
cerrado, al modo de un poncho
actual, más corto por delante, y que ya
llevaron las mujeres bizantinas.
Estos vestidos sencillos que en la forma
recuerdan al mundo clásico y en la decoración,
al mundo oriental, son los que
adoptaron los cristianos del norte de la
Península. En el siglo VIII llegaron los árabes,
pueblo poderoso y culto, cuya presencia
se hará notar en muchos aspectos de
nuestra historia y, cómo no, en la indumentaria,
como iremos viendo.
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