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BENITO JUÁREZ


Enviado por   •  22 de Octubre de 2012  •  Biografía  •  3.176 Palabras (13 Páginas)  •  353 Visitas

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BENITO JUÁREZ

CAPITULO VI

Quién era Comonfort. El golpe de Estado.—El Plan de Tacubaya.

Don Ignacio Comonfort era hijo legítimo de irlandés y nació en el pueblo de Amozoc (Estado de Puebla) el 12 de Marzo de 1812, según asegura el Doctor Rivera. Pero el erudito Don Francisco Sosa, en su obra intitulada “Mexicanos distinguidos”, dice que nació en Puebla, en la fecha citada, y que fue hijo del teniente coronel Don Mariano Comonfort y de la Señora Doña María Guadalupe de los Ríos.

En 1826 comenzó sus estudios en el Colegio Carolino de Puebla; mas no pudo seguir ninguna carrera literaria por contrariedades de fortuna, y en 1832 comenzó su carrera pública tomando parte en la revolución acaudillada por Santa-Anna contra Bustamante, alcanzando el grado de capitán de caballería. Terminada la guerra fue nombrado comandante militar del Distrito de Izúcar de Matamoros; después fue prefecto y comandante militar de Tlapa.

Figuró como diputado al Congreso de la Unión en 1842; en 1843 volvió a ser electo diputado. Tomó parte activa en la guerra contra los Estados Unidos; fue miembro del Congreso que se reunió en Querétaro, hasta que los americanos evacuaron el territorio nacional, y en seguida fue electo senador, cuyo cargo desempeñó hasta 1851. En 1852 fue electo diputado por tercera vez. En 1853 fue nombrado administrador de la Aduana de Acapulco, y poco después fue destituído arbitrariamente por el Gabinete conservador del Presidente Santa-Anna.

De esto se colige que el despecho, más que el odio a la dictadura ominosa que pesaba sobre el país, influyó en el ánimo de Comonfort para preparar y llevar al cabo el famoso Plan de Ayutla, del que le corresponde quizás toda la gloria.

Uno de sus biógrafos dice: “Comonfort jamás opinó contra ningún indulto. Su físico revelaba al hombre observador, tenía la frente ancha y despejada, y su cara, picada de viruelas, era generalmente seria; usaba barba poblada, su cuerpo era alto y grueso, tenía el don de mando, valor y serenidad, y sus disposiciones fueron tan acertadas, hasta que dio el paso en falso, que sus tropas jamás sufrieron derrota alguna; le gustaba andar solo, y era tan laborioso, que en el tiempo en que el Sr. Lerdo dejó el Ministerio de Hacienda, Comonfort lo despachó. Estaba dotado de gran benevolencia, nunca agotada por los desengaños más crueles, y en su bello corazón vibraba muy alto la fibra de la humanidad; siempre estaba dispuesto a la reconciliación, y cifraba su mayor ventura en perdonar y dar un abrazo fraternal a los que habían sido sus enemigos”.

Todo esto es exacto; pero en ese retrato faltan las sombras. Comonfort, por el exceso de la benevolencia quizás, era un hombre débil. Estuvo muy lejos de ser un carácter. No fue liberal verdadero, sino moderado, siempre vacilante y siempre con tendencias a caer en el retroceso. Le faltó valor civil, le faltó habilidad política, le faltó consecuencia.Cierto es que cuando ocupó interinamente la Presidencia, en virtud de un acto de patriotismo del general Alvarez, “no eran ya las insurrecciones parciales, los motines militares, los esfuerzos de generales ambiciosos por asaltar el poder, los que había que combatir. Era la desesperada lucha entre las ideas antiguas y las modernas; era el espíritu religioso convertido en arma poderosa; era el clero empleando todos sus tesoros en la lucha y la intriga; era el general trastorno que precede siempre a las grandes evoluciones sociales. ¡Cuánta firmeza, cuan profunda convicción, qué constancia y qué valor eran indispensables para afrontar una situación como aquella, no sólo dificilísima, sino también nueva, sin precedente en la historia de nuestras civiles discordias, de nuestra,agitada vida independiente!”

Así dice el Sr. Sosa; pero se olvidó de agregar que ninguna de esas facultades, que con razón juzga indispensables, concurría en el Sr. Comonfort, quien, a pesar de todos los elogios que se le hacen, fue un hombre verdaderamente funesto para nuestra patria. No dudo de que fuese un buen cristiano, un individuo honrado, un excelente hijo y un enemigo generoso. Pero fue un partidario tránsfuga, un gobernante traidor. Tuvo la maña suficiente para llegar al poder; pero careció del talento necesario para conservarlo.

El historiador Don José María Vigil, que tiene la rara cualidad de refrenar su liberalismo cuando trata de asuntos de historia, para mostrarse con una serenidad y un desapasionamiento que admiro, al pintar la situación del país en los momentos que triunfaba el Plan de Ayutla, dice: “La pasión inspiraba a todos; el odio había echado entre ellos abismos profundísimos, pareciendo imposible llegar a una solución que, equilibrando los intereses, neutralizara las tendencias exclusivas de banderías que se disputaban el predominio social y político. Hubo, sin embargo, un hombre que abrigara esa esperanza quimérica, que colocándose encima de los acontecimientos, creyese de buena fe poseer suficiente prestigio personal para ir planteando con prudente parsimonia el pensamiento que entrañaba la revolución de Ayutla, atrayendo los elementos sanos de todos los partidos para construir con ellos un gran partido nacional, en que dominaran a la vez el orden y el progreso, la reforma y la conservación de legítimos intereses. Este hombre fue Comonfort. Pero veremos el resultado de esa política que tanto influyó en los sucesos posteriores que forman una de las épocas más borrascosas de la historia de México”. (México á través de los Siglos, tomo V, pág. 75.)

Sí; la esperanza era quimérica y, además, demostraba una ignorancia crasa. ¿Cómo poder conciliar en política dos principios diametralmente opuestos, e intereses excluyentes? Sólo creando un tercer principio, algo híbrido, que participando de los dos elementos contrarios, no sea ninguno de ellos. Este ha sido siempre el ideal de los moderados.

El partido Radical decía: blanco; el partido retrógrado decía: negro; y Comonfort, para conciliarios, dijo; gris. Eso no es una conciliación, sino una confusión.

El íntegro y perspicaz Don Melchor Ocampo fué en este caso, como en muchos otros, un clarividente. Al renunciar la cartera que le confió Don Juan Alvarez, dijo: “Ahora comienzo ya a comprender la situación; y por las últimas y muy dilatadas conferencias que he tenido con el señor Ministro de la Guerra (Comonfort) he sabido, entre otras cosas, el verdadero camino que sigue la presente revolución. Yo lo suponía ya; pero no puedo dudarlo cuando el mismo señor Ministro me lo ha explicado. Entonces, y muy detenida y fríamente, hemos discutido nuestros medios de acción y yo he reconocido que son inconciliables, aunque el fin que nos proponemos sea el mismo. Como en la administración los medios son el todo una vez que se ha conocido y fijado el fin; he

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