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Eligi Vivir


Enviado por   •  11 de Noviembre de 2012  •  1.703 Palabras (7 Páginas)  •  513 Visitas

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— ¡Por supuesto que no! —dijo con voz segura—. Ahora existen unas prótesis de piernas y manos súper buenas, parecen de verdad. Y esas te vamos a poner.Aunque la palabra prótesis me asustó un poco entendí lo que me trasmitía mi papá. Mi felicidad fuecompleta y pude disfrutar de su compañía. Después de hablar un poco y de explicarles a ellos también lo queme había pasado, mi papá me preguntó si yo quería demandar a la Empresa de Ferrocarriles. Ni siquiera tuveque pensarlo.— ¡Obvio que sí! Esto no puede volver a pasar. Lo más probable es que yo me cayera porque soy chica yflaca pero ¿qué pasa si la próxima vez se cae un niño?De modo que mi padre, ese mismo día, se encargó de comenzar los trámites correspondientes.Poco rato después llegó Ricardo. Mis papas salieron y nos dejaron solos. Nos abrazamos y me sentí muyprotegida, corno siempre cuando estoy con él. Se lo notaba aún muy tenso y preocupado, así que lo miré ysonriendo le dije:— ¿Me vas a ayudar a armarme de nuevo?Más tranquilo, me aseguró que sí y nos reímos juntos.Yo no podía más de felicidad. ¡Lo había logrado! ¡Estaba viva! Y lo más importante, ya no estaba sola.

EN LA UCI

Pasé alrededor de tres días en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Mis recuerdos de ese lapso no sonmuy claros: seguía mal y me continuaban administrando muchos medicamentos. Pero yo, sin saber de migravedad, me sentía muy feliz pese a estar conectada a mangueras y a monitores que cada cierto tiempopiteaban. Me costaba mantenerme despierta; varias veces me quedé dormida mientras hablaba con alguien ydespués despertaba muerta de vergüenza. Incluso una vez pasó algo muy gracioso: conversábamos conRicardo y entró a la pieza su hermano Franz.—Te veo borroso —le dije asustada.— ¡Pero Dani! Si tienes la máscara de oxígeno tapándote los ojos —respondió Franz.No podíamos parar de reírnos.Pero en medio de mi confusión hay algo que recuerdo claramente. Es el cariño con que me tratabandoctores, enfermeras y auxiliares. Se ocupaban de los más mínimos detalles. Mi pelo, por ejemplo, estabaasqueroso, todavía pegoteado con tierra y sangre. La única solución será cortarlo, pensé, pero las auxiliarespusieron una palangana detrás de mi cabeza y me lo lavaron con champú y bálsamo. Después me lodesenredaron con increíble paciencia, un poco cada día, hasta que fue resucitando. Al principio, por midebilidad, no podía ni siquiera levantar un brazo sola, entonces cada cierto tiempo, durante el día y la noche,con mucho cuidado y afecto me cambiaban de posición para que yo estuviera cómoda. Siempre estabandispuestos a escucharme y a conversar conmigo, siempre tuvieron palabras de aliento. Hicieron muchas cosaspor mí, pero lo más importante fue entregarme amor, durante esas semanas, cuando más lo necesitaba.La pieza en que me encontraba era bastante pequeña, quizás de cuatro por dos metros, sin ventanas.Entera blanca y adornada sólo por los distintos monitores que registraban mis signos vitales. Los únicos ruidosque escuchaba eran los de esas máquinas, el de las bandejas metálicas que usaban las enfermeras, y algunasconversaciones entre ellas. Al no tener más distracciones, me concentré en distinguir los pasos y hasta lasvoces de las enfermeras. Y, por cierto, ese olor aséptico tan típico y familiar para una alumna de medicina.¡Cómo cambia la percepción cuando es uno el paciente! Afortunadamente mi cama enfrentaba la puerta, ycomo ésta era de vidrio yo me distraía mirando a enfermeras y médicos haciendo sus rondas. Yo les sonreía, ymás de alguno me miraba con lástima y daba vuelta la cara. Qué tontos, pensaba yo, ¿acaso no saben lo felizque estoy? Sobre todo porque desde lejos, a través de la puerta transparente, podía reconocer a quienesvenían hacia mí.El blanco de mi habitación no duró mucho. Mis hermanos tapizaron las paredes con hermosos carteles quedecían « ¡Gracias por luchar por nosotros!» o «Eres nuestra ídola». Mis amigos se contagiaron con la idea ytrajeron decenas de objetos de colores. Qué entretenido era cada vez que me cambiaban de posición yobservaba un mensaje distinto.Poco a poco me fui percatando de que estaba bastante más grave de lo que creía. A cada rato aparecía undolor o una herida nueva. Descubrí que tenía varios tajos con puntos en la cabeza, otro sobre mi ojo derecho yuna gran herida en mi glúteo izquierdo. Pero lo más desconcertante era la frecuente sensación de tener aún mispiernas y mis manos. A veces era tan real que levantaba las sábanas pero sólo para darme cuenta de que nadahabía cambiado. Después el médico me explicó que esto es normal en las amputaciones; se llama «sensacióndel miembro fantasma».A pesar de todo, yo seguía feliz y tranquila porque me rodeaba gente que me entregaba mucho cariño. Mispapas, por ejemplo, siempre me acompañaban. Incluso dormían en el hospital. Cada mañana, al despertar,esperaba impaciente verlos aparecer.Una mañana mi papá entró junto al que sería mi médico de cabecera en este proceso.

12

—Tú conoces al doctor Jorge Vergara, ¿cierto? Es traumatólogo y se va a encargar de ti —dijo mi padre.No pude menos que sonreír. Por supuesto que lo conocía, él había sido el jefe del curso

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