La inflación monetaria en Francia se desarrolló en el transcurso de 7 años y tuvo su origen en una idea “revolucionaria”
Enviado por David Lara • 5 de Agosto de 2015 • Resumen • 1.690 Palabras (7 Páginas) • 132 Visitas
La inflación monetaria en Francia se desarrolló en el transcurso de 7 años y tuvo su origen en una idea “revolucionaria” de legisladores franceses de esa época básicamente la idea que tenían era que la inteligencia humana puede hacer a un lado las leyes permanentes e inmutables que gobiernan a la acción humana y sustituirlas por inventos del intelecto para lograr la prosperidad, Hubo una búsqueda general de algún atajo hacia la prosperidad, y poco tardó en aparecer la idea de que la principal necesidad del país era más moneda circulante Como consecuencia de hacer a un lado las leyes permanentes, el desempleo cundió y los salarios de las clases obreras se estancaron, lo cual causó gran sufrimiento para la gente más pobre, pues subían lo precios de los artículos de primera necesidad. El desempleo fue aliviado solamente por las levas que llevaron a millones de franceses a morir en las guerras de la Revolución. Las costumbres sufrieron una degradación notable. Toda actividad económica se volvió un juego de azar. La especulación facilitó el enriquecimiento de hombres carentes de moral a la vez que sumió a las clases más pobres en la miseria.
Necker era el Ministro de Finanzas en aquel período. En cuanto a sus habilidades financieras, era reconocido como uno de los grandes banqueros de Europa, pero la suya era algo más que habilidad financiera: tenía un profundo sentimiento de patriotismo y un alto sentido del honor personal, Cuando surgieron dificultades, la Asamblea Nacional se apartó de él y pronto hubo entre sus miembros renovadas sugerencias de emitir papel moneda Necker luchó lo mejor que pudo contra la tendencia hacia la emisión de papel moneda irredimible. Sabía muy bien a dónde había llevado siempre esa práctica, incluso aunque estuviera rodeada de garantías ideales. El reporte apeló al patriotismo del pueblo francés con la siguiente exhortación: “Mostrémosle a Europa que conocemos nuestras fortalezas; iniciemos inmediatamente el camino despejado hacia nuestra liberación, en lugar de arrastrarnos por los tortuosos y oscuros caminos de los préstamos fragmentarios”. Concluyó recomendando una emisión de papel moneda cuidadosamente protegida, por la cantidad total de cuatrocientos millones de libras, y se continuó con la discusión hasta que se eliminó la objeción a emitir billetes menores.
La Asamblea Nacional había determinado confiscar los inmensos bienes raíces de la Iglesia, sumaban un valor de dos mil millones de libras, por lo menos .Mediante unos cuantos decretos, todo esto se volvió propiedad de la nación. Al parecer, nunca un gobierno había garantizado una base más sólida para un promisorio futuro financiero. Se alegó en forma apremiante que la emisión de cuatrocientos millones en papel (no en forma de bonos generadores de intereses, como se había propuesto en un principio, sino en billetes pequeños y grandes), le daría a la tesorería recursos inmediatos y que aliviaría las necesidades nacionales; y que una vez en circulación este papel moneda estimularía los negocios. En abril de 1790 vino el decreto final para emitir cuatrocientos millones de libras en papel moneda, basados en la propiedad confiscada a la Iglesia como garantía. Esta suma –cuatrocientos millones, tan grande en aquellos días –se emitió en assignats, que eran billetes asegurados por una garantía en bienes raíces productivos y que le generaban intereses al propietario a razón de un tres por ciento.
En apariencia, el primer resultado de esta emisión fue todo lo benéfico que podían haber deseado los más optimistas: el tesoro se alivió enormemente y en forma inmediata; se pagó una parte de la deuda pública; se alentó a los acreedores; se reavivó el crédito; se cumplieron los gastos ordinarios y, como una considerable parte de este papel moneda había pasado del gobierno a manos de la gente, aumentó el comercio; todas las dificultades parecieron desvanecerse. Las preocupaciones de Necker y las profecías de Maury y Cazalès parecían haber demostrado ser absolutamente falsas. Y, de hecho, es bastante posible que si las autoridades nacionales se hubiesen detenido en esta emisión, los males financieros que después surgieron no habrían sido tan severos; los cuatrocientos millones en papel moneda emitidos entonces, simplemente habrían descargado la función de una cantidad similar en especie. Pero pronto apareció otro resultado: los tiempos se tornaron menos fáciles; para fines de septiembre, dentro de un lapso de cinco meses a partir de la emisión de los cuatrocientos millones en assignats, el gobierno ya los había gastado y estaba de nuevo en dificultades Entonces, de forma inmediata y natural, el viejo remedio apareció en la imaginación de los hombres. A lo largo del país empezó a demandarse otra emisión de papel moneda; los pensadores empezaron entonces a recordar lo que sus padres les habían dicho sobre el seductor camino de las emisiones de papel moneda durante la época de John Law, y a recordar las profecías que ellos mismos habían escuchado, menos de seis meses antes, en el debate originado a raíz de la primera emisión de assignats. Otro nuevo problema comenzó a manifestarse. Aunque el papel moneda había aumentado en cantidad, la prosperidad había disminuido continuamente. A pesar de todas las emisiones de papel moneda, la actividad comercial crecía cada vez más espasmódicamente. El impulso empresarial y los negocios se estancaban más y más. En su discurso, que fue decisivo para la segunda gran emisión de papel moneda, Mirabeau había insistido en que, aunque los banqueros podrían sufrir, esta emisión sería de gran utilidad para los fabricantes y les restauraría la prosperidad a ellos y a los obreros. Habiéndose reducido ahora el poder adquisitivo de este papel a casi nada, se decretó el 22 de diciembre de 1795 que la cantidad total emitida debía limitarse a cuarenta mil millones, incluyendo todo lo que se había puesto en circulación previamente, y que cuando esto se alcanzara debían destruirse las placas de cobre que servían para su impresión. A pesar de esto, se realizaron emisiones adicionales que totalizaron aproximadamente diez mil millones. Pero el 18 de febrero de 1796, a las nueve de la mañana, en presencia de una gran muchedumbre, la maquinaria, las placas y el papel para imprimir assignats fueron llevados a la Plaza Vendome y allí, en el punto dónde ahora se encuentra la columna de Napoleón, estos objetos fueron solemnemente rotos y quemados. Quizás la parte más caprichosa de toda esta situación fue que el gobierno, presionado como estaba por exigencias de todo tipo, continuó emitiendo los viejos assignats, al mismo tiempo que estaba desacreditándolos al emitir los nuevos mandats. Y sin embargo, para hacer que los mandats fueran “tan buenos como el oro” se planeó, mediante empréstitos forzosos y otros medios, reducir la cantidad de assignats en circulación, para que el valor de cada assignat se elevara a una trigésima parte del valor del oro, y enseguida darle a los mandats el carácter de moneda de curso legal y sustituir con ellos a los assignats, a razón de un mandat por treinta assignats. Las grandes expectativas nunca fueron defraudadas en forma más cruel. Incluso antes de que los mandats pudieran salir de la imprenta cayeron a treinta y cinco por ciento de su valor nominal; desde ahí cayeron rápidamente a quince, y poco después a cinco por ciento, y finalmente, en agosto de 1796, a seis meses de su primera emisión, a tres por ciento. El dinero fiat llegó cuando se buscaba un remedio para un mal comparativamente pequeño, y el remedio hallado resultó un mal infinitamente más peligroso. Para curar una enfermedad temporal en su naturaleza, se administró un veneno corrosivo que carcomió los órganos vitales de la prosperidad francesa.Progresó según una ley de la física social que podemos llamar la «ley de la aceleración de la emisión y depreciación”. Fue compa rativamente fácil abstenerse de hacer la primera emisión; fue sumamente difícil abstenerse de la segunda; abstenerse a partir de la tercera y de las que siguieron, fue prácticamente imposible.
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