Montaigne
Enviado por esme98 • 17 de Junio de 2013 • 708 Palabras (3 Páginas) • 264 Visitas
1575. Francia. Castillo de Montaigne. El señor toma su cena. Queso y algo de fruta. Al terminar hace un gesto al servicio para que recoja la mesa y se retira a la biblioteca. En ella, conversa, como si de una sesión de espiritismo se tratara, con los grandes clásicos: Virgilio, Séneca, Plutarco etc. Los frutos del diálogo caerán sobre el papel formando una obra que funda un nuevo género: el ensayo. De su sentido no habrá duda, el mismo Montaigne se ocupará, en un texto que inaugura la obra y que lleva el título de “al lector”, de dejarlo bien definido. Dirá lo que sigue:
«Es este un libro de buena fe, lector. De entrada te advierto que con él no me he propuesto otro fin que el doméstico y privado. En él no he tenido en cuenta ni el servicio a ti, ni mi gloria. No son capaces mis fuerzas de tales designios. Lo he dedicado la particular solaz de parientes y amigos: a fin de que, una vez me hayan perdido (lo que muy pronto les sucederá), puedan hallar en él algunos rasgos de mi condición y humor, y así alimenten, más completo y vivo, el conocimiento que han tenido de mi persona. Si lo hubiera escrito para conseguir el favor del mundo, me habría engalanado mejor y me mostraría en actitud estudiada. Quiero que en él me vean con mis maneras sencillas, naturales y ordinarias, sin disimulo ni artificio: pues me pinto a mí mismo. Aquí podrán leerse mis defectos crudamente y mi forma de ser innata, en la medida en que el respeto público me lo ha permitido. Que si yo hubiera estado en esas naciones en de las que se dice viven todavía en la dulce libertad de las primeras leyes de la naturaleza, te aseguro que gustosamente me habría pintado por entero, y desnudo. Así, lector, yo mismo soy la materia de mi libro: no ha razón para que ocupes tu ocio en un tema tan frívolo y vano. Adiós pues».
Este pequeño texto nos da todas las llaves para entender el pensamiento de Michel de Montaigne. Un escepticismo de fondo, humor y, sobre todo, amor por lo cotidiano. No se pretende un sistema cerrado, si no un diálogo que queda abierto y en el que se da cuenta de tantos temas como sea posible. No hay objetos privilegiados. No hay ideas primeras. Montaigne tan sólo busca conocerse.
Enemigo de las pasiones violentas, por tensionar el espíritu impendiéndole conquistar la tranquilidad necesaria, todo su esfuerzo se dirige al autocontrol, a la configuración de un carácter que haga posible la serenidad, esto es, la posibilidad de gozar, dentro de lo posible, del día a día. Para este pensador uno es lo que siente. Conoce el poder de las emociones y sabe el lugar vertebral que ocupan. De ellas, todo, el pensamiento y el cuerpo, dependen por completo. Por eso, no es de extrañar, y frente a la actitud más clásica hacia ella, que Montaigne persiga a la tristeza y la condene diciendo de ella que es uno de los peores parásitos del espíritu. Ninguna obra, ningún fruto, la justifica.
Pero
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