Proyecto Especial Arqueológico Caral-Supe. Perú
Enviado por emsahi • 14 de Noviembre de 2013 • 16.336 Palabras (66 Páginas) • 515 Visitas
Política Cultural en el Perú y la Situación del Patrimonio Arqueológico - Ruth Shady Solís
Proyecto Especial Arqueológico Caral-Supe. Perú
Resumen
Si bien el Perú tiene prestigio internacional por su patrimonio cultural, en particular por los sitios y monumentos prehispánicos, un conjunto de amenazas se cierne sobre la preservación de los bienes arqueológicos. Estos problemas se encuentran relacionados con la política cultural que ha sido aplicada en el país y con las actitudes de indiferencia de parte de los diversos gobiernos y de la misma sociedad civil sobre los valores sociales y culturales que posee este patrimonio. Con el fin de explicar esta situación hemos realizado una evaluación de las relaciones del Estado y la sociedad con el patrimonio cultural en cada una de las etapas históricas del Perú. Finalmente, señalamos la importancia que tiene nuestra herencia cultural para fortalecer la identidad y la cohesión, así como para mejorar la autoestima, que son condiciones necesarias si se desea fomentar el desarrollo económico y social.
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Palabras Claves: Política Cultural; Patrimonio Arqueológico; Arqueología del Perú.
Antecedentes históricos
En el espacio geográfico del área norcentral del Perú se formó una de las civilizaciones prístinas más antiguas del planeta (Shady 1997, 1999, 2000, 2005, 2006 a-b; Shady et al. 2000; Shady y Leyva 2003) y, si bien el nuevo estadio de desarrollo significó especialización, vida urbana, producción de conocimientos y su aplicación tecnológica, con el también se inició, una organización social estratificada, sustentada por un poder político centralizado, que marcaría fuertes diferencias en las poblaciones, las cuales perdurarían a través de la historia. En este sistema social se aplicaban políticas de gobierno, sustentadas en una fuerte ideología (Shady 1999a, 2000, 2004; 2005, 2007), con ello se beneficiaron las autoridades religiosas y políticas pero se fortalecieron la identidad cultural y la cohesión social. Como consecuencia, los pobladores vieron al Estado como agente dinámico del desarrollo pero esta política, afectaría la autoestima de quienes
conformaban el estrato más numeroso, pues no intervenían en las decisiones sociopolíticas. Ellos participaron en el proceso como ejecutores de las actividades señaladas por la clase dirigente del Estado local. En esta situación, para los componentes de este estrato, no importaba si el Estado era asumido por gobernantes de otras nacionalidades o procedencias, pues su vida continuaba sin mayores cambios, salvo cuando la extracción de tributo se hacía mayor. Así ocurrió durante el imperio Inca: a los bienes y servicios entregados a sus huacas, al gobierno local y al nacional debieron sumar las obligaciones con los nuevos gobernantes, el Inca, las hermanas de éste y el sacerdote del templo del sol.
Por más de cuatro milenios y medio, desde la civilización de Caral hasta el imperio Inca, un sistema de relaciones sociales marcadamente diferenciadas, mediante estratos jerarquizados, acostumbró a la población a una rutina de trabajo preestablecida por sus autoridades comunales y a intervenir en trabajos del Estado cuando era convocada por éste a través de sus propias autoridades.
Con la política del Virreinato, implantada por el gobierno del Estado español, se produjeron marcados cambios en el sistema social; no fue un simple reemplazo de gobierno, se desestimó a las autoridades tradicionales pero no se reconstituyó el tejido social que integraba a los pobladores. Estos fueron afectados no sólo en su organización política, sino en su ordenamiento social y en su propia ideología y cultura. Además, las decisiones políticas vinieron de afuera, de una realidad muy diferente, y se ejecutaban en función de los beneficios que podían reportar para la metrópoli, establecida en otro continente.
Además de los cambios en la estructura política, social y cultural el gobierno virreinal dispuso intervenciones que mellaron aún más la seguridad del individuo. La política de evangelización aplicada en el Perú no sólo destruyó templos e imágenes de dioses sino que prohibió y persiguió a todo aquel que tuviera alguna práctica cultural relacionada con las religiones nativas, como narrar sus mitos, mencionar a sus dioses, cantar sus canciones o tocar sus instrumentos musicales. Por el temor al castigo la población ocultó y disfrazó estas manifestaciones culturales, y continuó realizándolas a escondidas, conforme a sus tradiciones, por serles necesarias para su estabilidad emocional (Figura 1). No obstante, esa agresión hacia las culturas incidió en la autoestima social y afectó el comportamiento de los pobladores y, con el tiempo, éstos fueron sintiéndose avergonzados de expresar sus costumbres, creencias e idiomas.
La independencia política y los casi dos siglos de establecimiento del Estado republicano no modificaron las condiciones socioeconómicas de la mayoría de las poblaciones ni las actitudes hacia las culturas nativas. Han asumido el poder grupos que no conocen la realidad social y cultural del país o no se identifican con ella para resolver los problemas, muchos de ellos pendientes por varios siglos.
Las actitudes de antaño han persistido hasta nuestros días por la ausencia de políticas de revaloración cultural; se pone poca atención a la conservación de las expresiones propias de nuestras culturas, caso de las lenguas quechua o aymara; peor todavía, hay quienes reniegan de su manejo, como si ellas fueran las causantes de su precaria situación económica y de su marginación social. El Estado no fomenta el aprendizaje de idiomas nativos, muchos de los cuales están en peligro de desaparecer debido a la significativa reducción del número de hablantes de los pocos idiomas que han quedado.
Los sucesivos gobiernos han mostrado similares actitudes por las culturas y han aplicado políticas ajenas a la realidad nacional, sin promover, por ende, un desarrollo según las peculiares condiciones de cada parte del país: continúa la ausencia de un manejo transversal del territorio, como también el centralismo con atención preferencial a las poblaciones costeñas en desmedro de las que habitan en la sierra y en la selva; el descuido por las actividades agropecuarias y
la dependencia extrema en determinados recursos, agotables, como ocurrió con el guano de las islas o la harina de pescado, en un momento, y prosigue con la minería en la actualidad. Todo ello ha ocasionado el decaimiento de las ciudades del interior, cuya población ha buscado refugio en las ciudades costeñas, y ha incrementado el número y extensión de los barrios marginales
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