Revolución Y Reconstrucción En Los años Veinte
Enviado por asdghgfha • 10 de Abril de 2014 • 2.236 Palabras (9 Páginas) • 233 Visitas
Este último razonamiento fue adoptado por otro análisis revisionista, el de Stephen
Haber (1989), sobre la industria de manufacturas. Haber reconoce que durante la lucha
armada hubo poca destrucción de capital físico y que en consecuencia casi toda la planta 6
manufacturera emergió intacta, pero argumenta que hubo un efecto “psicológico”, una
crisis de confianza e incertidumbre entre los inversionistas, que se manifestó en un cese de inversión en planta y equipo nuevos “en los años siguientes a la Revolución”. El nuevo
papel que jugaban ahora los obreros en el Estado mexicano, continúa, tuvo un impacto
profundo en las perspectivas de los inversionistas, que dejaron de colocar recursos en las firmas de manufacturas.
Para sustentar su hipótesis, Haber estimó series sobre tres principales indicadores
financieros para una muestra de 10 a 13 empresas: el valor en libros de la planta física, el precio y el rendimiento de las acciones de las compañías y los dividendos pagados por
éstas. Menciona entonces que el valor de la planta física de Compañía Industrial de
Orizaba, S. A. (CIDOSA), la algodonera más grande del país, cayó 16% de 1920 a 1924; el
de El Buen Tono, la segunda cigarrera más importante, cayó 21% entre 1918 y 1924; y la
Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey registró una aparente inversión de capital en
1920-1921 pero tal situación se revirtió más tarde (Haber, 1989: 141-2). A partir de sus series, Haber también estima la relación del valor de mercado respecto a valor en libros del acervo de capital, semejante a la q de Tobin, para justificar que los inversionistas percibían en la manufactura una inversión no rentable. Por último señala que la inversión registrada en las industrias de bienes de producción se debió a los grandes pedidos de acero y cemento del gobierno hacia finales de los años veinte, pero que esto fue la excepción y no la norma en las manufacturas (Haber, 1989: 165-8).
Debe advertirse, sin embargo, un desacierto grave en las conclusiones de Haber: la
generalización que hace para toda la industria de manufacturas a partir de una muestra de empresas muy importantes pero poco representativas de todo el sector. CIDOSA era la
textil algodonera más grande del país, pero no la única; su producción combinada con la de 7
Compañía Industrial de Veracruz (CIVSA), Compañía Industrial de Atlixco (CIASA) y San
Antonio Abad sumaba 30% de la producción nacional, por lo que quedan fuera a las firmas
que producían el 70% restante. Fundidora Monterrey, por su parte, era responsable de
prácticamente toda la producción de acero del país, pero entre 1910 y 1920 no había
logrado satisfacer más del 15% de la demanda nacional (Toledo y Zapata, 1999: 131).
Es muy probable que muchas compañías textiles, incluyendo CIDOSA y CIVSA
hayan dejado de invertir durante los años veinte, pero es poco convincente argumentar que la razón fue “psicológica” y de mera incertidumbre. Una razón más técnica podrían ser los inventarios que progresivamente fueron acumulándose, de los cuales las firmas no pudieron deshacerse con facilidad porque el gobierno las obligó a permanecer abiertas como
respuesta a las demandas sindicales. Otro argumento plausible es el de Aurora Gómez
(2002), quien encontró que, al menos en el caso de CIVSA, el cese de inversiones se
explica por la caída en las utilidades esperadas debido a los incrementos salariales
concedidos a los sindicatos.
Una omisión todavía más grave en el trabajo de Haber es que subestima el impacto
del establecimiento de nuevas firmas en distintas actividades manufactureras. Él mismo
cita los casos de las compañías Ford Motors, Du Pont de Nemours, Palmolive (Haber,
1989: 143-4), de capital extranjero; la cigarrera El Águila y las cervecerías Modelo y
Central, de capital doméstico (Haber, 1989: 163-4), pero no les da mayor importancia. Sin embargo, la magnitud de las sumas invertidas para el establecimiento de estas empresas no debería ignorarse: tan sólo la Cervecería Modelo se fundó con un capital de 3.5 millones de pesos oro (Herrero, 2002: 45), cifra equivalente, por ejemplo, a casi el 10% del crédito de largo plazo otorgado por la banca privada en 1925 (Cárdenas, 1987: 220) y en 1927 su
capital sumaba ya 6 millones de pesos oro (Herrero, 2002: 50). La misma Fundidora
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Monterrey, a pesar de tener una amplia capacidad instalada ociosa, invirtió importantes
sumas de dinero en la modernización e instalación de maquinaria y equipo nuevos (Torres
y Zapata, 1999: 158-9; Gómez, 1990: 110).
Los argumentos de Haber sobre la incertidumbre y el cese de inversiones tampoco
son consistentes con los resultados obtenidos por Enrique Cárdenas (1987) en su trabajo
sobre la industrialización de México durante los años treinta. Cárdenas demostró que,
contrario a la idea que tradicionalmente se tenía en el sentido de que la sustitución de importaciones inició hasta los años cuarenta, este proceso “estaba ya bastante avanzado en muchas industrias en 1929”. Los productores de mercancías como ropa interior, azúcar y
alcohol, tabaco, calzado y jabón suministraban prácticamente todo el mercado interno para finales de los años veinte, de manera que la sustitución ocurrió en las industrias de textiles, de alimentos varios, de productos de la construcción y vidrio, y de bienes de hule y papel, que todavía dependían de las importaciones para cubrir el mercado interno (Cárdenas,
1987: 118-9). En realidad, dice Cárdenas (1987: 9), “el sector industrial se convirtió en el motor del crecimiento durante la década de los treinta y, probablemente, desde algunos
años antes”.
En resumen, Womack encontró que la Revolución causó pocos daños en la planta
física industrial del país, de manera que hacia 1917-1919 la industria retomó el dinamismo que había mostrado hacia finales del Porfiriato. Cárdenas demostró que al iniciar los años treinta el sector industrial estaba mucho más desarrollado de lo que tradicionalmente se pensaba. Entonces quedaba pendiente por establecer qué pasó exactamente con la industria mexicana entre 1920 y 1929 y los argumentos de Haber, que concibieron este período como
años de incertidumbre, desconfianza y cese de inversiones, no llenaron este vacío.
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El objetivo
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