Analisis El Demonio En La Botella
Enviado por nesil • 24 de Junio de 2014 • 2.872 Palabras (12 Páginas) • 372 Visitas
DEMONIO
La palabra “demonio” proviene del griego daimon, que significa “dividir”. Entre los antiguos griegos, los demonios eran seres divinos, invisibles, que funcionaban como intermediarios entre los dioses y los hombres, a quienes acompañaban. Existían demonios buenos, que servían de guía y protección para las personas, pues las ayudaban a tomar sus decisiones o les daban consejos, y demonios malos, capaces de poner en peligro a los hombres o promover desastres o infortunios. Más tarde, el término pasó a designar en forma general a los espíritus malos.
A partir del cristianismo y los relatos de la Biblia, el demonio adquiere las características perversas y malignas con que lo conocemos hoy, y se convierte en el diablo. En la mitología y las religiones de todo el mundo, los demonios aparecen bajo diversas formas o aspectos, casi siempre ligados a las enfermedades, los incendios, las plagas y las guerras, pues en ocasiones sirven para explicar esos hechos.
El estudio sobre la naturaleza y cualidades de los demonios recibe el nombre de “demonología”.
DIABLO
La palabra “diablo” deriva de la palabra griega diábolos, que significa “el que desune o calumnia”. Se trata de un personaje que representa el mal, la oscuridad, y se opone a la luz que se identifica como la fuerza del bien.
De ahí que suela denominárselo “el príncipe de las tinieblas”. Bajo diferentes aspectos, se presenta con propuestas tentadoras para atraer a los hombres. Quienes acepten caerán, entonces, bajo sus dominios.
Por lo general, posee rasgos bestiales. Suele representarse con cuernos o con alas, una larga cola, garras en lugar de pies y porta un tridente en la mano, con el que castiga a los hombres condenados.
También se lo conoce como Belcebú, Mefistófeles, Lucifer, Satanás o Mandinga.
Es el nombre propio que el diablo asume con mayor frecuencia. Así se lo designa en la Biblia, a través del término hebreo shatan o schatan, que significa “adversario”. Se trata, según esas tradiciones, de un ángel que fue despojado de su rango y expulsado del Paraíso. Su misión será, a partir de entonces, tentar y corromper tanto a los hombres como a los ángeles.
A medida que la tradición cristiana se estableció, los demonios que existían en las diversas culturas pasaron a considerarse como servidores del diablo. Entre esos diablos menores, se encuentra Asmodeus, al que se identifica como el demonio de la envidia y la venganza.
Mandinga
Es el nombre que el diablo recibe en los relatos de América Central y América del Sur. En la Argentina y Paraguay, también se habla de un duende maligno, el Pombero, imaginado de diversas formas, del cual se dice que protege a los pájaros y rapta a los niños que los persiguen o salen a la hora de la siesta.
“El campesino y el diablo”
Érase una vez un campesino ingenioso y muy sagaz, que solía divertirse con sus picardías. En cierta ocasión, logró engañar con su astucia al mismo diablo, y hasta hacerlo quedar como un tonto.
Sucedió que, cierto día, después de labrar la tierra como era su costumbre y cuando ya se disponía a regresar a su casa, descubrió un montón de brasas encendidas en el medio de su campo. Asombrado, se acercó a ellas para ver de qué se trataba, pero apenas podía creer lo que veía: un diablillo negro sentado cómodamente sobre un resplandeciente tesoro.
–¡Acaso estás sentado sobre un tesoro! –exclamó el campesino.
–Así es –respondió el diablo–, sobre un tesoro en el que hay más oro y plata del que hayas podido ver en toda tu vida.
–Entonces el tesoro me pertenece, porque está en mis tierras –replicó el campesino.
–Si así lo deseas, tuyo será el tesoro –repuso el diablo–. Pero, a cambio, deberás darme la mitad de tus cultivos durante dos años. Dinero tengo de sobra, pero ahora me apetecen los frutos de la tierra.
El campesino aceptó el trato, pero agregó una condición:
–Para evitar discusiones a la hora del reparto –dijo–, te quedarás con lo que crezca sobre la tierra y yo, con lo que crezca debajo.
Al diablo le pareció bien la propuesta, pero resultó que el inteligente campesino había sembrado remolachas.
Cuando llegó el tiempo de la cosecha, el diablo se presentó para recoger sus frutos. Sólo encontró unas cuantas hojas amarillentas y marchitas, mientras el satisfecho campesino sacaba de la tierra sus remolachas.
–Esta vez, has ganado –dijo el diablo–, pero la próxima no será así. Te quedarás con lo que crezca sobre la tierra y yo recogeré lo que crezca debajo.
El campesino aceptó sin dudarlo y, cuando llegó el tiempo de la siembra, plantó trigo. Cuando los granos maduraron, cortó las repletas espigas justo al ras de la tierra.
Y el pobre diablo, que sólo encontró los rastrojos, se precipitó furioso en las entrañas de la tierra.
–Así es como hay que burlarse de los diablos –afirmó el campesino y se fue a recoger su tesoro.
“El diablo y el posadero”
El diablo paró una vez en una posada, donde nadie lo conocía, porque se trataba de gente cuya educación era escasa. Tenía malas intenciones y todos le prestaron oído durante mucho tiempo. El posadero lo hizo vigilar y lo sorprendió con las manos en la masa.
Tomó una soga y le dijo:
–Voy a darte de azotes.
–No tienes derecho a enojarte –dijo el diablo–. Soy sólo el diablo y mi naturaleza es obrar mal.
–¿Es verdad? –preguntó el posadero.
–Te lo aseguro –dijo el diablo.
–¿No puedes dejar de obrar mal? –preguntó el posadero.
–Ni en lo más mínimo –dijo el diablo–. Sería inservible y sería cruel dar de azotes a una cosa tan pobre como yo.
–Es verdad –dijo el posadero.
Hizo un nudo y lo ahorcó.
–Ya está –dijo el posadero.
“La escuela de hechicería”
Había una vez, en algún lugar del mundo (nadie sabe dónde), una escuela que se llamaba la Escuela Negra. Allí los alumnos aprendían hechicería y toda clase de artes antiguas.
Donde fuera que estuviese esa escuela, se hallaba en un sitio subterráneo; era una inmensa sala que, como no tenía ninguna ventana, estaba siempre a oscuras.
Tampoco había maestro alguno, sino que todo se aprendía en libros cuyas letras de fuego podían leerse en la oscuridad.
A los alumnos nunca se los dejaba salir al aire libre o ver la luz del día durante el tiempo que permanecían allí, que era de cinco a siete años. Al cabo de ese período, habrían adquirido el conocimiento completo y perfecto de las ciencias que debían aprender. Todos los días, una mano gris y velluda surgía
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