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Enviado por   •  13 de Agosto de 2013  •  5.473 Palabras (22 Páginas)  •  350 Visitas

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II. EL INDIVIDUO, LA PERSONA y LA COMUNIDAD,

SUJETOS DE LA MORAL

Hemos visto ya que el sujeto de los valores no es "la sola buena voluntad", sino el hombre en su totalidad de alma y cuerpo, con todas las energías que de ellos dimanan. Mas no se alcanza a descubrir totalmente al hombre si sólo se lo considera en la unidad de sus componentes esenciales. Porque se encuentra siempre en medio de una multitud de relaciones en las que realiza los valores de su vida y en las que sus posibilidades interiores llegan a su pleno desarrollo.

Al hombre no se le puede comprender mirándolo como una mónada, sino considerándolo al mismo tiempo como individuo y como miembro de la comunidad.

1. Individualidad

Individualidad humana quiere decir unicidad, realización de una esencia en una existencia única, irrepetible, inintercambiable. Tampoco según SANTO TOMÁS, en cuya filosofía dominan los universales, es el individuo una simple actuación de una idea universal, pues encierra un valor que la desborda. El idealismo filosófico, basado en este punto en el racionalismo, diluye, por el contrario, al individuo en la universalidad de la idea. La atención y el interés por el individuo es un postulado esencialmente cristiano. Desde este punto de vista, se justifica la inquietud de Kierkegaard por la existencia individual.

Individualidad o existencia son dos ideas correlativas, así como universalidad y esencia se corresponden. El considerar exclusivamente lo universal delata una orientación inficionada de panteísmo o de filosofismo, satisfechos con un Dios cuya actividad se limitase a. pensar. El individuo es el amoroso desbordamiento de la voluntad del Dios creador, que ama lo individual, aunque haya formado todas las cosas según arquetipos previos : las ideas. Cada individuo es un pensamiento particular de Dios, pues para Dios no hay ideas universales como para el hombre. Todo ser individual es un rayo del amor del Dios creador, pero lo es sobre todo la persona individual. Ante Dios, cada persona tiene un nombre, y existe cada persona porque Dios la llamó por su nombre. Y el nombre con que Dios la llamó fue el nombre de "hijo". Y el amor paternal de Dios para con la persona es un amor inefable ; ante nuestro conocimiento limitado, el individuo es ineffabile, la persona es un misterio, es un enigma insoluble.

Así, cada individuo humano realiza la plenitud de un ser individual. Pero esa plenitud le ha sido dada por Dios con el encargo de cuidarla y con la misión de hacerla producir. Cada persona, mediante el cultivo de los valores morales, ha de aparecer ante Dios con aquellos caracteres irrepetibles e inintercambiables que Él mismo le prefijó.

La persona individual no es un simple "caso especial" del universal, sino la corporización de la esencia universal con un valor particular propio. Por lo mismo, en su vida moral deberá perfeccionar tanto los valores esenciales como los individuales. Mas la persona no podrá desarrollar sus talentos individuales si no se apoya sobre los valores y las leyes generales representadas por la comunidad de aquellos que pertenecen a la misma naturaleza. Así, la relación entre individualidad y esencia universal y común arroja este principio: el individuo debe estar sostenido por la comunidad y debe apoyarse en ella para el cumplimiento de los deberes de su propia vida moral, toda vez que sólo en ella se le manifiestan los valores y las leyes esenciales y universales. Así, individuo y comunidad no son dos entidades que deban guardar una actitud antagónica. El estudio de la personalidad lo mostrará aun mejor.

2. Individualidad y personalidad

La individualidad expresa el ser particular que se desprende de lo universal, al mismo tiempo que lo encarna. La personalidad supone el ser particular de la individualidad, pero dice más que ésta. La individualidad, como tal, es la expresión cabal de un ser completo; pero sólo la persona puede hacerse cargo de su propio ser y de su pertenencia a la comunidad universal, sin dejar de realizarse independientemente.

Ser una persona significa, pues, tener la posibilidad de distinguirse de todos los demás, de valorar en su interior las dotes de su propio yo, llegando así a conocer "su íntimo mundo" (SCHELER) en lo más profundo del corazón. Para ello la persona ha de vivir consigo misma. De otra forma no podrá relacionarse con el "yo" de los demás. Pero — y esto es lo importante — la persona no está nunca tan íntimamente consigo misma como cuando, desinteresándose de sí misma, por propio movimiento y determinación, se da a los demás. En cambio, sólo puede encontrar al "otro yo" guardando su propio mundo interior y el ajeno, es decir, en el respeto y distancia del "otro yo", que no ha de considerarse como simple objeto de conocimiento y de anhelo. Ser una persona significa, pues, de manera general, saber guardar la distancia con los demás, con el "no yo" que tengo ante mí. Y este "guardar la distancia" con "otro yo" quiere decir "respetarlo". Pero ser una persona significa también saber abrirse conscientemente al "no yo" por un conocimiento admirativo y afectuoso, que opera cierta trasmutación en él (fieri aliud in quantum aliud). Es claro que este abrirse al tú, a la persona singular, no puede ser mediante un conocimiento puramente abstracto y referido sólo a la esencia; se requiere una aprehensión concreta, llena de estima, se requiere la "comprensión", que sólo se realiza plenamente por los actos de amor y de entrega.

Dos personas no logran encontrarse sino mediante una polarización entre ambas, que conservando siempre la distancia del respeto, las acerca con la donación del amor.

El yo y el tú pueden abrirse recíprocamente y enriquecerse por una entrega mutua, puesto que cada cual es portador de la riqueza de su individualidad, cada cual lleva consigo el "mundo íntimo" de su propio existir. De una rica y auténtica individualidad es de donde fluye la fuerza para buscarse mutuamente, guardando las distancias y haciendo una donación de sí; lo que viene a significar que sólo en la donación al tú y en el respeto ante él alcanza la individualidad su plenitud perfecta.

Así, ni individualidad, ni mucho menos personalidad, quiere decir supremo aislamiento, sino, por el contrario, enriquecimiento, mediante la comunión del tú y del yo, comunión cuya posibilidad se funda en Dios.

Porque Dios nos ha llamado con un nombre y nos permite igualmente a nosotros darle a Él un nombre, por eso tenemos una individualidad y una personalidad y podemos tratarnos mutuamente

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