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LOS CAZADORES DE MICROBIOS


Enviado por   •  4 de Diciembre de 2014  •  Trabajo  •  2.049 Palabras (9 Páginas)  •  238 Visitas

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“LOS CAZADORES DE MICROBIOS”

CAPÍTULO I

ANTÓN VAN LEEUWENHOEK

Se le despertó una extraña afición a tallar lentes; había oído decir que fabricando lentes de un trozo de cristal transparente se podían ver las cosas de mucho mayor tamaño. Visito tiendas de óptica y aprendió las básicas técnicas para tallar lentes; frecuento el taller de alquimista y boticarios, tuvo curiosidad de sus métodos secretos para obtener metal de los minerales, y se inicio en el arte de los orfebres. Hizo lentes en cuadriláteros de oro, plata y cobre, que el mismo había extraído de las minerales. Examinó con sus lentes diversos objetos, tales cono fibras musculares de ballena, las escamas de su propia piel, lana de oveja, pelos de castos y liebre.

Pasados los años provocaba la burla de los habitantes de Delf; sin embargo, había un hombre que no lo hacía, llamado Regnier de Graaf, a quien una sociedad de intelectuales de la época llamada “La Real Sociedad”, había llamado miembro correspondiente por haberle dado cuenta de sus estudios sobre el ovario humano. Graaf se maravilló de las lentes de Leeuwenhoek y escribió una carta a la Real Sociedad donde decía que se le rogara a Leeuwenhoek que le escribiera una carta retándoles sus descubrimientos. Leeuwenhoek hizo llegar a este grupo una carta titulada “Exposición de algunas observaciones hachas con un microscopio realizado por Mr. Leeuwenhoek, referentes a las suciedades que se encuentras en la piel, en la carne, etc. Carta que dejo maravillados a los miembros de la Real Sociedad.

Su descubrimiento más grande se dio cuando manipulaba un tubo de cristal e intentaba darle la forma de un cabello; lo calentaba en rojo y los estiraba, lo rompe en pedacitos y sale al jardín y se inclina sobre una vasija de barro con una cantidad de lluvia, va de nuevo a su laboratorio, enfila el tubito de cristal en la guja del microscopio.

Hizo otra observación, lavó cuidadosamente el vaso, lo enjuagó; estaba lloviendo, tomo una gotita en uno de sus tubos capilares y entonces corrió al microscopio y observó esos microorganismos. Tomó un plato de porcelana, lo lavó, salió y lo colocó encima de un gran cajón, para que las gotas de lluvia no salpicaran de barro dentro del plato; tiró la primera porción de agua recogida, y después recogió unas gotas de uno de sus delgados tubitos y regresó al laboratorio, recogió unas gotas en sus capilares y observó esta vez no había nada.

CAPÍTULO II

LÁZARO SPALLANZANI

“Los microbios nacen de microbios”

Seis años después de la muerte de Leeuwenhoek, no hubo nadie que se ocupara en serio de los estudios que aquel holandés dejó. Lázaro Spallanzani, un hombre que dejaría huella en el mundo de la microbiología. A los 25 años escribió un ensayo intentando explicar la mecánica de las piedras que caen al agua. Antes de cumplir los 30 años fue nombrado profesor de la Universidad de Regio.

El negaba la posibilidad de que existiera la generación espontánea, y leyó un libro que demuestra experimentalmente como la generación espontánea era un hecho ciertamente falso: Tomó dos tarros y tomó un poco de carne cruda en cada uno de ellos; deja al descubierto uno y tapa el otro con una gasa. Se pone a observar y ve como las moscas acuden a la carne que hay en el tarro destapado, y poco después aparecen en el, larvas y posteriormente moscas. Examina el tarro tapado con la gasa y no encuentra ni una sola larva y ninguna mosca.

Sapallanzani padecía una enfermedad en la vejiga y murió en el año 1799, dejando un legado que sentó bases firmes para el trabajo de los demás. “Cazadores de Microbios”.

CAPÍTULO III

LUIS PASTEUR

“Los microbios son un peligro”

Luis Pasteur cuando tenía 25 años descubrió que existían 4 tipos de ácido tartárico y no solo 2; y que en la naturaleza hay variedad de compuestos extraños exactamente iguales. Tiempo después, un destilador de alcohol, Monsieur Bigo fue a visitarle para pedirle que le ayudara con unas dificultades de fermentación que este tenía.

“Fue a la destilería y olfateo las cubas que o daban alcohol, tomó muestra de la sustancia grisácea y viscosa y las puso en frascos para transportarla al laboratorio, sin olvidar recoger cierta cantidad de pulpa de remolacha de las cubas sanas en fermentación que producían cantidades normales de alcohol. Volvió al laboratorio y examinó la sustancia procedente de las cubas sanas; y vio que estaba llena glóbulos diminutos de color amarillento, y en cuyo interior había enjambre de curiosos puntos en continua agitación. Al observar al microscopio se dio cuenta de que esas esferas estaban agrupadas unas en racimos y otras en cadenas, y después, miró como salían yemas de sus paredes. Tomo el frasco que contenía la sustancia procedente de la cuba enferma, lo olió, lo examinó y descubrió unas motitas grises pegadas a las paredes del frasco y otras flotando en la superficie del líquido. Separó esas motitas y las examinó al microscopio y observo grandes masas móviles y enredadas de cadenas de botecitos, agitados por una vibración extraña”.

Creía que estos bastoncillos eran fermentos del ácido láctico. También se le ocurrió un medio para probar que los bastoncillos estaban vivos y transformaban el azúcar en ácido láctico; tenía que idear alguna especie de caldo transparente para observar la posible reproducción de ellos. Ideó un método para observarlos: “Tomó levadura seca, la hirvió en agua pura y la filtró para obtener un líquido trasparente, al que añadió cierta cantidad de azúcar y un poco de carbonato de cal para evitar que el líquido tomara un carácter ácido. Con la punta de una aguja muy fina pesco después una motita gris en el líquido procedente de una fermentación defectuosa, y con todo cuidado las sembró en el nuevo caldo, coloco el frasco en una estufa de cultivo y se dispuso a esperar. Al día siguiente observó como muchas motitas grises y todas ellas desprendían burbujas. Agarro el frasco hacia la luz y vio elevarse del fondo ligeras espirales. Puso en el microscopio y en el liquido había millones de bastoncillos”.

CAPÍTULO IV

ROBERTO KOCH

“La lucha contra

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