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Las Dos Orillas


Enviado por   •  31 de Agosto de 2014  •  14.933 Palabras (60 Páginas)  •  261 Visitas

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Carlos Fuentes, Las dos orillas

[en: Carlos Fuentes, El naranjo, México 1999]

Como los planetas en sus órbitas,

el mundo de las ideas tiende a la

circularidad.

Amos Oz, Amor tardío

Cambien de royaumes nous ignorent!

Pascal, Pensées.

10

Yo vi todo esto. La caída de la gran ciudad azteca, en medio del rumor de atabales, el choque del acero contra el pedernal y el fuego de los cañones castellanos. Vi el agua quemada de la laguna sobre la cual se asentó esta Gran Tenochtitlan, dos veces más grande que Córdoba.

Cayeron los templos, las insignias, los trofeos. Cayeron los mismísimos dioses. Y al día siguiente de la derrota, con las piedras de los templos indios, comen¬zamos a edificar las iglesias cristianas. Quien sienta curiosidad o sea topo, encontrará en la base de las columnas de la catedral de México las divisas mágicas del Dios de la Noche, el espejo humeante de Tezcatlipoca. ¿Cuánto durarán las nuevas mansiones de nuestro único Dios, construidas sobre las ruinas de no uno, sino mil dioses? Acaso tanto como el nombre de éstos; Lluvia, Agua, Viento, Fuego, Basura...

En realidad, no lo sé. Yo acabo de morir de bubas. Una muerte atroz, dolorosa, sin remedio. Un ramillete de plagas que me regalaron mis propios hermanos indígenas, a cambio de los males que los españoles les trajimos a ellos. Me maravilla ver, de la noche a la mañana, esta ciudad de México poblada de rostros carcarañados, marcados por la viruela, tan devastados como las calza¬das de la ciudad conquistada. Se agita, hirviente, el agua de la laguna; los muros han contraído una lepra incura¬ble; los rostros han perdido para siempre su belleza oscura, su perfil perfecto: Europa le ha arañado para siempre el rostro a este Nuevo Mundo que, bien visto, es más viejo que el europeo. Aunque desde esta perspec¬tiva olímpica que me da la muerte, en verdad veo todo lo que ha ocurrido como el encuentro de dos viejos mundos, ambos milenarios, pues las piedras que aquí hemos encontrado son tan antiguas como las del Egipto y el destino de todos los imperios ya estaba escrito, para siempre, en los muros del festín de Baltasar.

Lo he visto todo. Quisiera contarlo todo. Pero mis apariciones en la historia están severamente limita¬das a lo que de mí se dijo. Cincuenta y ocho veces soy mencionado por el cronista Bernal Díaz del Castillo en su Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva Espa-ña. Lo último que se sabe de mí es que ya estaba muer¬to cuando Hernán Cortés, nuestro capitán, salió en su desventurada expedición a Honduras en octubre de 1524. Así lo describe el cronista y pronto se olvida de mí.

Reaparezco, es cierto, en el desfile final de los fantasmas, cuando Bemal Díaz enumera el destino de los compañeros de la Conquista. El escritor posee una memoria prodigiosa; recuerda todos los nombres, no se le olvida un solo caballo, ni quien lo montaba. Quizás no tiene otra cosa sino el recuerdo con el cual salvarse, él mismo, de la muerte. O de algo peor: la desilusión y la tristeza. No nos engañemos; nadie salió ileso de estas empresas de descubrimiento y conquista, ni los venci¬dos, que vieron la destrucción de su mundo, ni los vencedores, que jamás alcanzaron la satisfacción total de sus ambiciones, antes sufrieron injusticias y desencantos sin fin. Ambos debieron construir un nuevo mundo a partir de la derrota compartida. Esto lo sé yo porque ya me morí; no lo sabía muy bien el cronista de Medina del Campo al escribir su fabulosa historia, y de allí que le sobre memoria, pero le falte imaginación.

No falta en su lista un solo compañero de la Conquista. Pero la inmensa mayoría son despachados con un lacónico epitafio: "Murió de su muerte". Unos cuantos, es cierto, se distinguen porque murieron "en poder de indios". Los más interesantes son los que tu¬vieron un destino singular y, casi siempre, violento.

La gloria y la abyección, debo añadir, son igual¬mente notorias en estas andanzas de la Conquista. A Pedro Escudero y a Juan Cermeño, Cortés los mandó ahorcar porque intentaron escaparse con un navío a Cuba, mientras que a su piloto, Gonzalo de Umbría, sólo le mandó cortar los dedos de los pies y así, mocho y todo, el tal Umbría tuvo el valor de presentarse ante el rey a quejarse, obteniendo rentas en oro y pueblos de indios. Cortés debió arrepentirse de no haberle ahorca¬do también. Ved así, lectores, auditores, penitentes, o lo que seáis al acercaros a mi tumba, cómo se toman decisiones cuando el tiempo urge y la historia ruge. Siempre pudo ocurrir exactamente lo contrario de lo que la crónica consigna. Siempre.

Además, es para deciros que en esta empresa de todo hubo, desde el deleite personal de un fulano Morón que era gran músico, un Porras muy bermejo y que era gran cantor, o un Ortiz, gran tañedor de vihuela y que enseñaba a danzar, hasta las desgracias de un Enrique, natural de Palencia, que se ahogó de cansado y del peso de las armas y del calor que le daban.

Hay destinos contrastados; a Alfonso de Grado, me lo casa Cortés nada menos que con doña Isabel, hija del emperador azteca Moctezuma; en cambio, un tal Xuárez dicho El Viejo, acaba matando a su mujer con una piedra de moler maíz. ¿Quién gana, quién pierde en una guerra de conquista? Juan Sedeño llegó con fortuna —navío propio, nada menos; con una yegua y un negro para servirle, tocinos y pan cazabe en abundancia y aquí hizo más. —Un tal Burguillos, en cambio, se hizo de riquezas y buenos indios, y lo dejó todo para irse de franciscano. Pero la mayor parte regresó de la Conquista o se quedó en México sin ahorrar un maravedí.

¿Cuánto monta, pues, un destino más, el mío, en medio de esta parada de glorias y miserias? Sólo diré que, en esto de los destinos, yo creo que el más sabio de todos nosotros fue el llamado Solís "Tras-de-la-Puerta", quien se la pasaba en su casa detrás de la puerta viendo a los demás pasar por la calle, sin entrometerse y sin ser entrometido. Ahora creo que en la muerte todos estamos, como Solís, tras de la puerta, viendo pasar sin ser vistos, y leyendo lo que de uno se dice en las crónicas de los sobrevivientes.

Sobre mí, entonces, ésta es la consignación final:

"Pasó otro soldado que se decía Jerónimo de Aguilar; este Aguilar pongo en esta cuenta porque fue el que hallamos en la Punta de Catoche, que estaba en poder de indios e fue nuestra lengua. Murió tullido de bubas".

9

Tengo muchas impresiones finales de la gran empresa de la conquista de México, en la que menos de seiscientos esforzados españoles sometimos a un impe¬rio nueve veces mayor que España en territorio, y tres veces mayor en población. Para no hablar

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