Manual Del Guerrero De La Luz
Enviado por krack_76 • 17 de Septiembre de 2013 • 13.739 Palabras (55 Páginas) • 464 Visitas
Manual del
Guerrero de la Luz
Paulo Coelho
Oh, María, sin pecado concebida, rogad por nosotros,
que a Vos recurrimos. Amén
PRÓLOGO
—En la playa al este de la aldea, existe una isla, con un gigantesco templo lleno de
campanas —dijo la mujer.
El niño reparó que ella vestía ropas extrañas y llevaba un velo cubriendo sus
cabellos. Nunca la había visto antes.
—¿Tú ya lo conoces? —preguntó ella—. Ve allí y cuéntame qué te parece.
Seducido por la belleza de la mujer, el niño fue hasta el lugar indicado. Se sentó en
la arena y contempló el horizonte, pero no vio nada diferente de lo que estaba
acostumbrado a ver: el cielo azul y el océano.
Decepcionado, caminó hasta un pueblecito de pescadores vecino y preguntó sobre
una isla con un templo.
—Ah, esto fue hace mucho tiempo, en la época en que mis bisabuelos vivían aquí —
dijo un viejo pescador—. Hubo un terremoto y la isla se hundió en el mar. Sin embargo,
aun cuando no podamos ya ver la isla, aún escuchamos las campanas de su templo,
cuando el mar las agita en su fondo.
El niño regresó a la playa e intentó oír las campanas. Pasó la tarde entera allí, pero
sólo consiguió oír el ruido de las olas y los gritos de las gaviotas.
Cuando la noche llegó, sus padres vinieron a buscarlo. A la mañana siguiente, él
volvió a la playa; no podía creer que una bella mujer pudiese contar mentiras. Si algún día
ella regresaba, él podría decirle que no había visto la isla, pero que había escuchado las
campanas del templo que el movimiento del agua hacía que sonasen.
Así pasaron muchos meses; la mujer no regresó, y el chico la olvidó; ahora estaba
convencido de que tenía que descubrir las riquezas y tesoros del templo sumergido. Si
escuchase las campanas, sabría su localización y podría rescatar el tesoro allí escondido.
Ya no se interesaba más por la escuela, ni por su grupo de amigos. Se transformó
en el objeto de burla preferido de los otros niños, que acostumbraban a decir: "Ya no es
como nosotros, prefiere quedarse mirando el mar porque tiene miedo de perder en
nuestros juegos".
Y todos se reían, viendo al niño sentado en la orilla de la playa.
Aun cuando no consiguiese escuchar las viejas campanas del templo, el niño iba
aprendiendo cosas diferentes. Comenzó a percibir que, de tanto oír el ruido de las olas, ya
no se dejaba distraer por ellas. Poco tiempo después, se acostumbró también a los gritos
de las gaviotas, al zumbido de las abejas y al del viento golpeando en las hojas de las
palmeras.
Seis meses después de su primera conversación con la mujer, el niño ya era capaz
de no distraerse por ningún ruido, aunque seguía sin escuchar las campanas del templo
sumergido.
Otros pescadores venían a hablar con él y le insistían:
—¡Nosotros las oímos! —decían.
Pero el chico no lo conseguía.
Algún tiempo después, los pescadores cambiaron su actitud.
—Estás demasiado preocupado por el ruido de las campanas sumergidas; olvídate
de ellas y vuelve a jugar con tus amigos. Puede ser que sólo los pescadores consigamos
escucharlas.
Después de casi un año, el niño pensó: "Tal vez estos hombres tengan razón. Es
mejor crecer, hacerme pescador y volver todas las mañanas a esta playa, porque he
llegado a aficionarme a ella". Y pensó también: "Quizá todo esto sea una leyenda y, con el
terremoto, las campanas se hayan roto y jamás vuelvan a tocar".
Aquella tarde, resolvió volver a su casa.
Se aproximó al océano para despedirse. Contempló una vez más la Naturaleza y,
como ya no estaba preocupado con las campanas, pudo sonreír con la belleza del canto
de las gaviotas, el ruido del mar, el viento golpeando las hojas de las palmeras. Escuchó a
lo lejos la voz de sus amigos jugando y se sintió alegre por saber que pronto regresaría a
sus juegos infantiles.
El niño estaba contento y —en la forma en que sólo un niño sabe hacerlo—
agradeció el estar vivo. Estaba seguro de que no había perdido su tiempo, pues había
aprendido a contemplar y a reverenciar a la Naturaleza.
Entonces, porque escuchaba el mar, las gaviotas, el viento en las hojas de las
palmeras y las voces de sus amigos jugando, oyó también la primera campana.
Y después otra.
Y otra más, hasta que todas las campanas de templo sumergido tocaron, para su
alegría.
Años después, siendo ya un hombre, regresó a la aldea y a la playa de su infancia.
No pretendía rescatar ningún tesoro del fondo del mar; tal vez todo aquello había sido
fruto de su imaginación, y jamás había escuchado las campanas sumergidas en una tarde
perdida de su infancia. Aun así, resolvió pasear un poco para oír el ruido del viento y el
canto de las gaviotas.
Cual no sería su sorpresa al ver, sentada en la arena, a la mujer que le había
hablado de la isla con su templo.
—¿Qué hace usted aquí? —preguntó.
—Esperar por ti —respondió ella.
Él se fijó en que, aunque habían transcurrido muchos años, la mujer conservaba la
misma apariencia: el velo que escondía sus cabellos no parecía descolorido por el tiempo.
Ella le ofreció un cuaderno azul, con las hojas en blanco.
—Escribe: un guerrero de la luz presta atención a los ojos de un niño. Porque ellos
saben ver el mundo sin amargura. Cuando él desea saber si la persona que está a su
lado es digna de confianza, procura verla como lo haría un niño.
—¿Qué es un guerrero de la luz?
—Tú lo sabes —respondió ella, sonriendo—. Es aquel que es capaz de entender el
milagro de la vida, luchar hasta el final por algo en lo que cree, y entonces, escuchar las
campanas que el mar hace sonar en su lecho.
Él jamás se había creído un guerrero de la luz. La mujer pareció adivinar su
pensamiento.
—Todos son capaces de esto. Y nadie se considera un guerrero de la luz, aun
cuando todos lo sean.
Él miró las páginas del cuaderno. La mujer sonrió de nuevo.
—Escribe sobre el guerrero —le dijo.
Un guerrero de la luz nunca olvida la gratitud.
Durante la lucha, fue ayudado por los ángeles; las fuerzas celestiales colocaron
cada cosa en su lugar y permitieron que
...