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Tabla De Alimentos


Enviado por   •  18 de Febrero de 2015  •  792 Palabras (4 Páginas)  •  246 Visitas

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Mis últimos minutos a bordo del "barco lobo"

"Ya estamos en el golfo", me dijo uno de mis compañeros cuando me levanté a almorzar, el 26 de febrero. El día anterior había sentido un poco de temor por el tiempo del golfo de México. Pero el destructor, a pesar de que se movía un poco, se deslizaba con suavidad. Pensé con alegría que mis temores habían sido infundados y salí a cubierta. La silueta de la costa se había borrado. Sólo el mar verde y el cielo azul se extendían en torno a nosotros. Sin embargo, en la media cubierta, el cabo Miguel Ortega estaba sentado, pálido y desencajado. luchando con el mareo. Eso había empezado desde antes. Desde cuando todavía no hablan desaparecido las luces de Mobíle, y durante las últimas veinticuatro horas, el cabo Miguel Ortega no había podido mantenerse en pie, a pesar de que no era un novato en el mar. Miguel Ortega había estado en Corea, en la fragata "Almirante Padilla". Había viajado mucho y estaba familiarizado con el mar. Sin embargo, a pesar de que el golfo estaba tranquilo, fue preciso ayudarlo a moverse para que pudiera prestar la guardia. Parecía un agonizante. No toleraba ninguna clase de alimentos y sus compañeros de guardia lo sentábamos en la popa o en la media cubierta, hasta cuando se recibía la orden de trasladarlo al dormitorio. Entonces se tendía boca abajo en su litera, con la cabeza hacia afuera, esperando la vomitona. Creo que fue Ramón Herrera quien me dijo, el 26 en la noche que la cosa se pondría dura en el Caribe. De acuerdo con nuestros cálculos, saldríamos del golfo de México después de la media noche. En mi puesto de guardia, frente a la torre de los torpedos, yo pensaba con optimismo en nuestra llegada a Cartagena. La noche era clara, y el cielo, alto y redondo, estaba lleno de estrellas. Desde cuando ingresé en la marina. me aficioné a identificar las estrellas. Desde esa noche me di gusto, mientras el A. R. C. "Caldas" avanzaba serenamente hacia el Caribe. Creo que un viejo marinero que haya viajado por todo el inundo, puede saber en qué mar se encuentra por la manera de moverse el barco. La experiencia en ese mar donde hice mis primeras armas, me indicó que estábamos en el Caribe. Miré el reloj. Eran las doce y treinta minutos de la noche. Las doce y treinta y uno de la madrugada del 27 de febrero. Aunque el buque no se hubiera movido tanto, yo hubiera sabido que estábamos en el Caribe. Pero se movía. Yo, que nunca he sentido mareos, empecé a sentirme intranquilo. Sentí un extrafio presentimiento. Y sin saber por qué, me acordé entonces del cabo Miguel Ortega, que estaba allá abajo, en su litera, echando el estómago por la boca. A las seis de la mañana el destructor se movía como un cascarón. Luis Rengifo estaba despierto, una litera debajo de la mía. -Gordo -me dijo-. ¿Todavía no te has mareado?

Le dije que no. Pero le manifesté mis temores. Rengifo, que, como

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