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Utopia


Enviado por   •  27 de Marzo de 2012  •  Resumen  •  10.249 Palabras (41 Páginas)  •  680 Visitas

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UTOPIA

Tomas Moro

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Indice

Libro primero pag 3.

Libro Segundo

Introducción pag 26.

Las ciudades y en particular Amaurota pag 29.

Los magistrados pag 31.

Las artes y los oficios pag 32.

Las relaciones públicas entre los utopianos pag 36.

Los viajes de los utopianos pag 40.

Los esclavos pag 54.

El arte de la guerra pag 61.

Religiones de los utopianos pag 68.

Conclusión final pag 76.

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LIBRO PRIMERO

Diálogo del eximio Rafael Hitlodeo sobre la mejor forma de comunidad política.

Por el ilustre Tomás Moro, ciudadano y sheriff de Londres, ínclita ciudad de

Inglaterra

No ha mucho tiempo, hubo una serie de asuntos importantes entre el invicto rey de

Inglaterra, Enrique VIII, príncipe de un genio raro y superior, y el serenísimo príncipe

de Castilla, Carlos. Con tal motivo fui invitado en calidad de delegado oficial a

parlamentar y a conseguir un acuerdo sobre los mismos. Se me asignó por

compañero y colega a Cuthbert Tunstall, hombre sin igual, y, elevado años más

tarde, con aplauso de todos, al cargo de archivero, jefe de los archivos reales.

Nada diré aquí en su alabanza. Y no porque tema que nuestra amistad pueda

parecer se torna en lisonja. Creo que su saber y virtud están por encima de mis

elogios.

Por otra parte, su reputación es tan brillante que lanzar al viento sus méritos, sería

como querer, según el refrán, «alumbrar al sol con un candil».

Según lo convenido, nos reunimos en Brujas con los delegados del príncipe Carlos.

Todos ellos eran hombres eminentes. El mismo prefecto de Brujas, varón magnífico,

era jefe y cabeza de esta comisión, si bien Jorge de Themsecke, preboste de

Cassel, era su portavoz y animador. Este hombre cuya elocuencia se debía menos al

arte que a la naturaleza, pasaba por uno de los jurisconsultos más expertos en

asuntos de Estado. Su capacidad personal, unida a un largo ejercicio en los

negocios públicos, hacían de él un hábil diplomáticos.

Tuvimos varias reuniones, sin haber llegado a ningún acuerdo en varios puntos. En

vista de ello, nuestros interlocutores se despidieron de nosotros, por unos días,

dirigiéndose a Bruselas con el fin de conocer el punto de vista del príncipe.

Ya que las cosas habían corrido así, creí que lo mejor era irme a Amberes. Estando

allí, recibí innumerables visitas.

Ninguna, sin embargo, me fue tan grata como la de Pedro Gilles, natural de

Amberes. Todo un caballero, honrado por los suyos con toda justicia. Difícilmente

podríamos encontrar un joven tan erudito y tan honesto. A sus más altas cualidades

morales y a su vasta cultura literaria unía un carácter sencillo y abierto a todos. Y su

corazón contiene tal cariño, amor, fidelidad y entrega a los amigos que resultaría

difícil encontrar uno igual en achaques de amistad. De tacto exquisito, carece en

absoluto de fingimiento, distinguiéndose por su noble sencillez. Fue tan vivaz su

conversación y su talante tan agudo, que con su charla chispeante y su ameno trato

llegó a hacerme llevadera la ausencia de la patria, la casa, la mujer y los hijos a

quienes no veía desde hacía cuatro meses, y a quienes, como es lógico, quería

volver a abrazar.

Un día me fui a oír misa a la iglesia de Santa María, rato ejemplar de arquitectura

bellísima y muy frecuentada por el pueblo. Ya me disponía a volver a mi posada, una

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vez terminado el oficio, cuando vi a nuestro hombre, charlando con un extranjero

entrado en años. De semblante adusto y barba espesa, llevaba colgado al hombro,

con cierto descuido, una capa. Me pareció distinguir en él a un marinero. En esto me

ve Pedro, se acerca y me saluda. Al querer yo devolverle el saludo me apartó un

poco y señalando en dirección al hombre con quien le había visto hablar me dijo:

-¿Ves a ése? Estaba pensando en llevártelo a tu casa. -Si viene de tu parte, le

recibiría encantado, le respondí.

-Si le conocieras, se recomendaría a sí mismo. No creo que haya otro en el mundo

que pueda contarte más cosas de tierras y hombres extraños. Y sé lo curioso que

eres por saber esta clase de cosas.

-Según eso -dije yo entonces- no me equivoqué. Apenas le vi, sospeché que se

trataba de un patrón de navío.

-Pues te equivocas. Porque, aunque este hombre ha navegado, no lo ha hecho como

lo hiciera Palinuro, sino como Ulises, o mejor, como Platón. Escucha:

-Rafael Hitlodeo (el primer nombre es el de familia) no desconoce el latín y posee a

la perfección el griego. El estudio de la filosofia, a la que se ha consagrado

totalmente, le ha hecho cultivar la lengua de Atenas, con preferencia a la de Roma.

Piensa que los latinos no han dejado nada de importancia en este campo, a

excepción de algunas obras de Séneca y Cicerón.

Entregó a sus hermanos el patrimonio que le correspondía allá en su patria, Portugal.

Siendo joven, arrastrado por el deseo de conocer nuevas tierras acompañó a

Américo Vespucci en tres de los cuatro viajes que ya todo el mundo conoce. En el

último de ellos ya no quiso volver, Se empeñó y consiguió de Américo ser uno de los

venticuatro que se quedaron en una remota fortificación en los últimos

descubrimientos de la expedición. Al proceder así, no hacía sino seguir su

inclinación más dada a los viajes que a las posadas. Suele decir con frecuencia: «A

quien no tiene tumba el cielo le cubre» y «Todos los caminos sirven para llegar al

cielo». Desde luego, que, si Dios no se cuidara de él de modo tan singular, no iría

lejos con semejantes propósitos. De todos modos, una vez separado de Vespucci

se dio a recorrer tierras y más tierras con otros cinco compañeros. Tuvieron suerte,

pudiendo llegar a Trapobana y desde allí pasar a Calicut. Aquí encontró barcos

portugueses que le devolvieron a su patria cuando menos lo podía esperar.

Agradecí de veras a Pedro su atención al contarme todo esto, así como el haberme

deparado el gozo de la conversación de un hombre tan extraordinario. Y sin más,

saludé a Rafael con la etiqueta de rigor en estos casos al vernos por primera vez.

Los tres juntos nos dirigimos después a mi casa y comenzamos a charlar en el

huerto, sentados en unos bancos cubiertos de verde

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