ECONOMIA POLITICA
Enviado por marubv22 • 28 de Mayo de 2013 • 5.331 Palabras (22 Páginas) • 294 Visitas
ECONOMÍA POLÍTICA I
1. EL MÉTODO DE LA CIENCIA ECONÓMICA
1.1. EL MÉTODO CIENTÍFICO COMO AUTOLIMITACIÓN. LAS RESTRICCIONES DEL MÉTODO ECONÓMICO
1.2. LA CIENCIA ECONÓMICA EN RELACIÓN CON EL RESTO DE CIENCIAS SOCIALES
1.1. EL MÉTODO CIENTÍFICO COMO AUTOLIMITACIÓN. LAS RESTRICCIONES DEL MÉTODO ECONÓMICO
Aplicar la metodología propia de una ciencia supone, por una parte, utilizar unas determinadas técnicas y protocolos comúnmente admitidos por la comunidad científica correspondiente. En Sociología por ejemplo se emplean técnicas cuantitativas (la encuesta, el censo) y cualitativas (la encuesta en profundidad, la observación directa). Pero, junto a las técnicas con las que analizar sistemáticamente la realidad que se pretende estudiar, una metodología también implica escoger: no se pueden estudiar todos los aspectos de una realidad a la vez, así que tenemos que descartar buena parte de lo que tenemos delante, reducir la complejidad para poder avanzar en el conocimiento sistemático. En el ámbito de las ciencias sociales, aplicar la metodología propia de una ciencia significa:
1. imponerse ciertas limitaciones sobre el tipo de aspectos que de un fenómeno se van a estudiar.
2. modelizar, simplificar el comportamiento humano bajo unas hipótesis de cumplimiento pretendidamente general.
En el caso de la economía esas limitaciones podrían estar contenidas en el siguiente inventario:
Primera limitación → La economía estudia situaciones de escasez (esto es un clásico que no merece demasiada explicación), esto es aquellas en que existen recursos limitados para satisfacer necesidades alternativas. No se ocupa de un bien que abunda.
La economía, por ejemplo, no se va a ocupar del aire que respiremos mientras no hagamos viajes extraatmosféricos o hasta que la contaminación no lo convierta en un bien escaso. No se ocupa de los sistemas de calefacción en el Trópico ni de refrigeración en los Polos. Ni se hubiera ocupado de apenas nada si siguiéramos en el Paraíso, pero se comieron la manzana.....
Y tampoco se ocupa por ejemplo de la esquizofrenia. Dedicará sus esfuerzos para maximizar los servicios médicos que hay que prestar a los enfermos de dicha enfermedad, pero no de la enfermedad en sí misma. No tiene sentido utilizar el estrecho corpus metodológico de la economía porque no existe explicación económica fiable para explicar el problema ni se soluciona cambiando la estructura de incentivos del enfermo (no podemos ofrecerle dinero a cambio de que se olvide de su enfermedad)
Segunda limitación → la economía no entiende de fines. Interviene cuando ya los objetivos están dados e intenta maximizar dicho objetivo establecido exteriormente de acuerdo con los recursos disponibles.
Su problema es, por tanto, el de la eficacia y no entra en el proceso de decisión de aquello que se desea obtener (eficazmente)
Por supuesto, que eso no significa que los economistas no hayan incorporado, a lo largo de toda la historia del pensamiento económico, su propia opinión sobre los objetivos mejores que debe perseguir una sociedad (especialmente en tiempos de la escuela clásica, cuando aún más justificadamente a la economía se la denominaba economía política). Pero eso es tan inevitable como que al científico le influya su propia ideología personal al hacer su trabajo. En todo caso, el ideal de ciencia económica es una economía sin juicios de valor y, por tanto, un corpus teórico en el que sólo se analizan caminos y no destinos.
Tercera limitación → Criterio de comparación entre alternativas Óptimo de Pareto que es el único criterio no discutido.
No haría falta recordarlo pero bueno: una alternativa es preferida a otra cuando alguna o algunas de las personas implicadas mejoran de situación sin que empeore la del resto de personas.
Se trata de un método de validación de alternativas que admite poca discusión. Digamos que, en ausencia de envidia, una situación que sea óptimo paretiana será preferida a otra, por ejemplo, a aquella de la que se parte.
La economía puede aceptar una lectura menos exigente del óptimo de Pareto, aquella en la que los individuos que mejoren de situación compensen a otros. De hecho la institución más querida para la escuela de economía vigente (ortodoxa), el mercado es el gran generador de óptimos paretianos producto de la negociación, el regateo, el contrato. Cuando vamos a comprar una barra de pan, para nosotros la pieza de pan tiene más valor que los 0,60 c€ que entregamos a cambio, mientras que al panadero le sucederá lo contrario: preferirá el dinero a la barra de pan. Es decir, que tras el intercambio todos mejoran sin que nadie empeore, es decir una situación óptimo paretiana.
Donde no puede entrar la economía es en situaciones en las que alguna persona perjudicada no acepte la solución. Sin embargo, a lo largo de la historia del pensamiento económico se han elaborado propuestas que implican traicionar el estricto criterio de Pareto. Sobre todo, a partir del concepto de bienestar social que en su versión más simple podría definirse como la suma del bienestar individual de los miembros de un colectivo. La idea es fácil de comprender: si quitamos un euro a la persona más rica para dárselo a la más pobre, todos estaremos de acuerdo en que aumentará el bienestar social total (el bienestar individual del más rico apenas se reduce porque un euro no representa nada para él, mientras que el del más pobre se dispara al alza porque no sabía si iba a poder comer ese día). El problema es cómo convertir en una regla de cumplimiento universal esta función de bienestar social, es decir, en el ejemplo que hemos utilizado: ¿cuándo se maximiza el bienestar social, hasta dónde tenemos que redistribuir la renta para que el bienestar de una sociedad sea máximo: cuando todo el mundo tenga el mismo nivel de renta quizá? No lo sabemos, ni tampoco se puede saber ya que depende de la opinión y la ideología de cada persona. Por eso, la función de bienestar social no puede constituirse en un criterio de comparación de aplicación universal, como sí sucede con el óptimo de Pareto. De ahí que sea éste último, el único que admite la ciencia económica.
Pongamos un ejemplo: imaginemos una comarca donde se planea la construcción de una presa. Gracias a la presa, sus residentes van a disfrutar de electricidad abundante y más barata de la que pagan hasta ese momento. Pero hay un problema, la construcción del salto de agua supone inundar un pueblo de 100 habitantes. Pero dirá el economista: “Problema, ningún problema. Déjenme a mi”. Visita el pueblo con una oferta irrechazable: entregará 1 millón de euros a cada uno de los vecinos, dinero más que suficiente para construirse una nueva
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