Libro.
Enviado por estefaniaculo • 3 de Junio de 2013 • Informe • 793 Palabras (4 Páginas) • 232 Visitas
reCuando joven Ti Noel escuchaba fascinado los mitos de Mackandal, un negro rebelado contra los blancos. Estas historias, ocurridas en los grandes reinos africanos donde hombres y animales se ayudaban mutuamente y donde los héroes eran capaces de manipular mágicamente los elementos, alimentan las ansias de libertad de los esclavos, quienes se lanzan a la lucha y proclaman la rebelión, envenenando al rebaño y la gente. Mackandal, investido de Altos Poderes, puede transformarse en animal de pezuña, en ave, pez o insecto.
Aunque el alzamiento fracasa y Mackandal perece en la hoguera de los amos franceses, los esclavos creen en sus poderes, que cantan al son de los tambores por todos los rincones de la isla, poseídos de una fe colectiva inquebrantable.
Pasan los años, y un maduro Ti Noel asiste con nuevas esperanzas a la rebelión del caudillo Bouckman, el jamaicano que trae las noticias de una lejana revolución francesa que ha declarado ilegal la esclavitud, pero que no consigue imponer sus teorías en Haití. Después de batallas perdidas, fracasos, represiones y peligros sin fin, Ti Noel emprende el regreso a la hacienda de su juventud por una tierra en que la esclavitud (eso cree) ha sido abolida para siempre. Pero un día se detiene a contemplar maravillado el espectáculo más inesperado en su larga existencia: el Palacio de Sans-Souci, que miles de esclavos negros vigilados por húsares negros construyen para el rey negro de Haití, Henri Cristophe, el nuevo tirano, antiguo cocinero de una posada de Ciudad del Cabo.
Había largos cobertizos, una cúpula asentada en blancas columnas, terrazas, estatuas, arcadas, jardines, pérgolas y laberintos de boj. Jóvenes capitanes de bicornio, constelados de reflejos, sonaban el sable sobre los muslos en la explanada de honor. A las ventanas se asomaban damas coronadas de plumas. Pero, cuando Ti-Noel está admirado, un garrotazo en el lomo inicia su vuelta a la esclavitud. Deberá trabajar para el rey Christophe en la construcción de una fortaleza, más impresionante que el palacio: el castillo de La Ferrière. Ésta se alza en la cima del Gorro del Obispo, florecida de hongos encarnados, mole de ladrillos tostados, levantada más arriba de las nubes, con tales proporciones que las perspectivas desafiaban los hábitos de la mirada. Henri Christophe instaura allí una corte napoleónica, rica de entorchados y libreas doradas, reluciente de uniformes y botas de charol.
Allí hace tocar a las bandas militares las músicas europeas y ordena cuando le place la muerte de un perezoso o la ejecución de los peones tardos. Pero su reino es efímero, un decorado falso de imitación europea, con disciplinas impuestas sin sentido y falaces emulaciones de otros poderosos del Viejo Mundo.
Un día los tambores del relevo de guardia suenan con ritmos aciagos para el primer rey negro de Haití, desacompasándose en tres percusiones distintas
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