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La psicología y el Derecho


Enviado por   •  26 de Diciembre de 2022  •  Ensayo  •  5.114 Palabras (21 Páginas)  •  137 Visitas

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Alumno: Reyes Vilchis José Antonio

ENSAYO

La psicología y el Derecho son ciencias totalmente distintas, ya que una se dedica al estudio y y modificación de la conducta y la otra busca el orden de las personas y de la sociedad. Sin embargo ambas disciplinas se encuentran y deben trabajar en conjunto dentro de el marco de la legalidad. En un caso más preciso, en el caso de la asistencia para los menores infractores y en conflicto con la ley.

Existen diversas perspectivas teóricas desde las que se ha pretendido explicar la conducta antisocial y delictiva, es preciso profundizar en aquellas variables de tipo biológico, psicológico, social comunitario etc, que inciden en la aparición y mantenimiento de dicha conducta .Diversos autores coinciden en entender que la mejor forma de minimizar este fenómeno es prevenirlo  en la edad más crítica del desarrollo, la adolescencia (Arbach y Andrés –Pueyo, 2016), a partir de la identificación de aquellos factores de riesgo de mayor incidencia en cada caso en particular. Los mismos autores indicaron que a partir de estudios longitudinales se han evidenciado cambios en el efecto que estos factores tienen en la conducta del joven de acuerdo a la edad; así, Loeber, Slot y Stouthamer-Loeber (2008), demostraron que en la infancia temprana, la familia y las condiciones individuales son los factores que más influyen, en cambio en la infancia tardía es el contexto social el que más presión ejerce (amigos y escuela), y en la adolescencia el peso lo tienen los factores comunitarios.

A partir de investigaciones académicas que se han realizado sobrepoblaciones en prisiones y con base en datos etnográficos y experiencia directa en la Ciudad de México, han asegurado que cometer delitos en caso de los adolescentes en presidio es un acto de valentía, de goce adrenalínico y en muchas ocasiones son casos de lealtad hacia su gente, incluso en venganza. Los delitos con remuneración económica como el robo o el sicariato los consideran como un trabajo.

Lo anterior da cuenta de la influencia que estos diferentes contextos pueden tener en la conducta de adolescente y que son estos mismos contextos, el entorno en donde el joven emite con mayor frecuencia conductas delictivas.

En  la pubertad trae consigo cambios biológicos y sociales y culmina con un nivel de desarrollo físico, psicológico, sexual y social (Pineda y Aliño, 2002) que le permite al sujeto desenvolverse en nuevos entornos de una forma más independiente y consecuente, es decir, adaptarse a las dinámicas que vienen con la adultez. Otro aspecto de relevancia en esta etapa se relaciona con el tránsito a la autonomía, en que que el sujeto deja de ser el niño dependiente, principalmente de su familia y pasa a ser el joven que busca independencia, espacios, establecimiento de la identidad, emociones etc.

Como lo explica Morales y Greathhouse (2016), esta búsqueda de independencia lleva a que su interacción social se extienda de la familia a los amigos (escuela, barrio, etc) con quienes además se identifica en el proceso de la búsqueda de identidad y de experimentación de emociones nuevas; la evolución de su pensamiento de concreto a abstracto, le permite hacer una lectura diferente de su realidad, pero su conducta oscila entre el infantilismo y una mayor madurez, lo que conlleva a fluctuaciones emocionales y conflictos interpersonales, especialmente  con sus padres, de quienes aún depende. Y es en esta amalgama de sensaciones y cambios, que el adolescente debe tomar decisiones trascendentales que pueden cambiar su proyecto de vida.Durante muchas décadas, se consideró que estos múltiples cambios que experimentan los adolescentes se debían a alteraciones hormonales, apreciación que es válida pero que no tenía en cuenta los últimos hallazgos en neurociencia sobre el desarrollo cerebral. Como bien lo indica Olivia-Delgado (2012), la idea de que el cerebro se desarrolla durante la infancia ha sido en parte replanteada por los estudios realizados en los últimos años, cuyos resultados han determinado que si bien es cierto que gran parte del desarrollo cerebral llega a su máxima expresión al finalizar la infancia, también lo  es que se han conocido importantes cambios que se generan en la corteza prefrontal después de la pubertad culminando en la adultez temprana (Galvan, 2010: Morales y Greathhouse, 2016; Oliva-Delgado, 2012) y dando que esta zona del cerebro es la base de las funciones ejecutivas y la autorregulación de la conducta, estos cambios permitirían explicar conductas como las búsqueda de sensaciones y la asunción de riesgos. Además, los autores coinciden en valorar en alto nivel la plasticidad cerebral derivada de este desarrollo producido en la tercera década dela vida, pues trae consigo una adaptación del cerebro a las condiciones ambientales específicas del sujeto, es decir, sucede que desde el periodo gestacional se establecen nuevas conexiones entre neuronas (Oliva-Delgado, 2012) que alcanzan su máximo volumen en la corteza frontal hacia los 11 años y que desde ese momento hasta iniciar la pubertad, muchas de estas son suprimidas y las que se mantienen son mielinizadas. El proceso de mielinización comienza cerca del tercer mes de gestación y sigue un curso progresivo alcanzando el pico del proceso en las regiones prefrontales (Yakolev y Lecours, 1967). Por su parte, a medida que transcurre el tiempo, la sinapsis se van fortaleciendo y nuevas conexiones neuronales se van creando; es decir, desde la fecundación hasta la adolescencia, disminuye el volumen de sustancia gris (dado por la presencia de neuronas) a medida que aumenta el de sustancia blanca (conexiones neuronales) Roselli, Matute y Ardilla, 2010). Es entonces esta la principal diferencia entre el cerebro de un niño y un adolescente, mayor cantidad de conexiones en el de este último (Roselli et al, 2010). Por su puesto, este proceso depende, en gran medida,  del ambiente, pues lo que sucede es como un proceso de filtro de aquellas conexiones que el sujeto no utiliza y mantiene aquellas que sí, de acuerdo con el tipo de conductas que emite y actividades que desarrolla de forma permanente. Asimismo en esta etapa se evidencia un progreso en la conexión entre el lóbulo prefrontal (corteza órbito-frontal) y algunas estructuras límbicas (que aunque estructuralmente ya están bien desarrolladas en la infancia, su conexión con el lóbulo prefrontal culmina hasta terminar la adolescencia y se relaciona con la inhibición de emociones y conducta y con el control cognitivo) lo que llevará a que algunas de las respuestas automáticas derivadas del sistema límbico, sean más controladas al finalizar la adolescencia (Oliva-Delgado, 2012). Dicha desconexión entre la corteza órbito-frontal y las estructuras del sistema límbico permiten entender la tendencia de los adolecentes a la emisión de respuestas impulsivas y poco planeadas ante diferentes estímulos, y tener tiempos de respuesta más prolongados ante situación de alto riesgo en comparación con adultos.

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