ABORDAJE A LA INFANCIA DESDE LA OTREDAD LILIANA VICTORIA TRUJILLO GUARNIZO
Enviado por Chechu Correa • 15 de Junio de 2017 • Síntesis • 1.789 Palabras (8 Páginas) • 620 Visitas
ABORDAJE A LA INFANCIA DESDE LA OTREDAD
LILIANA VICTORIA TRUJILLO GUARNIZO
No es fácil para la mente adulta aceptar la otredad infantil. La infancia como objeto de estudio es algo que a través de nuestros saberes, prácticas y establecimientos educativos podemos explicar, sin embargo, la infancia es “lo otro” que inquieta nuestros saberes, cuestiona el poder de nuestras prácticas y genera cataclismos en los edificios bien construidos de nuestras instituciones dedicadas a su cuidado.
La infancia entendida como algo otro, no es lo que ya sabemos ni lo que ya hemos sido capaces de someter a la lógica de nuestras habilidades educativas. Para los adultos es habitual debatir y decidir sobre los asuntos de los niños en debates en los que no siempre se considera la opinión de ellos y en los que sus palabras suelen ser silenciadas por considerarse imprudentes y desconectadas. Desde la práctica pedagógica se trabaja para reducir lo que aún hay de desconocido en el niño y así someter lo que aún hay de salvaje en él. La formación de los niños, su bienestar y protección son motivo de inquietud y análisis en diferentes contextos y medios de la sociedad.
Si lo que hace al ser humano – Humano y sujeto de Derechos – es su capacidad de pensar en el otro, entonces la cuestión a resolver desde el discurso pedagógico en lo que respecta a la educación infantil sería: ¿Cómo emprender la labor educativa desde una ética singular que responda a la situación específica que afronta cada niño?.
En la búsqueda de referentes teóricos den luces a este planteamiento, es necesario acercarnos a autores como Jorge Larrosa quien nos enfrenta al enigma de la infancia al definir a los niños como “esos seres extraños de los que nada se sabe, esos seres salvajes que no entienden nuestra lengua” (LARROSA, 2000) y Carlos Skliar, reconocido especialista en educación quien ha abordado en profundidad la cuestión de la otredad en la educación y quien invita a “devolver la educación a la patria de los afectos” (SKLIAR, 2005).
Finalmente, cabe acotar que para afrontar la enseñanza de los niños y las niñas se requiere vocación, pero actualizada a parámetros que sean correspondientes a la ética singular, donde las condiciones para obtener una labor plena y satisfactoria sea - junto con la vocación - el desarrollo de la individualidades reconocidas mutuamente para encontrar la senda del diálogo en el que se abre las puertas de la interrogación.
La enseñanza es entendida como un proceso dialéctico, en el cual el significado de las estructuras se reconstruye en la conciencia de los individuos, cuando tratan de dar sentido a sus experiencias vitales. Desde esta perspectiva, el aprendizaje constituye la producción activa de significado y no una reproducción pasiva del mismo. Bajo esta concepción del quehacer educativo, la enseñanza involucrada en los procesos de cambio se estructura como una actividad capacitadora que intenta facilitar un proceso dialéctico entre las estructuras públicas de conocimiento y las subjetividades individuales (ELLIOTT, 1993)
Son numerosas las razones subyacentes a la definición de la educación como un derecho humano inalienable y, en particular, como un derecho de la población infantil. Desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se establece que:
“La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz” (Declaración Universal de los Derechos Humanos, 2014)
La Convención sobre los Derechos del Niño en su Artículo 29 conviene en que la educación del niño deberá estar encaminada a: Desarrollar la personalidad, las aptitudes y la capacidad mental y física del niño al máximo de sus posibilidades. Jean Piaget, sin duda el más importante teórico de la psicogénesis humana afirma:
“La diferencia esencial entre las sociedades humanas y las sociedades animales se basa... en que las principales condiciones sociales del hombre los medios técnicos de producción, el lenguaje con el conjunto de las nociones cuya construcción hace posible, las costumbres y las normas de todo tipo ya no vienen determinadas desde dentro por unos mecanismos hereditarios dados, dispuestos a ponerse en actividad al entrar en contacto con las cosas y con el prójimo: estas conductas se adquieren por transmisión externa, de generación en generación, es decir, por la educación, y sólo se desarrollan en función de unas interacciones sociales múltiples y diferenciadas”. (PIAGET, 1972)
Lo anterior implica que la educación contribuye a hacer del animal humano no sólo un miembro pleno de la sociedad, para lo cual es condición necesaria más no suficiente, sino que, además, ella es también una condición sine qua non para hacer posible la psicogénesis individual, interviniendo en el proceso de desarrollo del individuo como un factor fundamental, para el cual se multiplica con otros factores. Es decir, que si bien existe una base biológica sobre la cual se construyen las posibilidades del desarrollo humano, en especial del desarrollo infantil y de la adolescencia, es necesaria una transformación que se construye a través de la educación en todas sus variantes
Desde este punto de vista, la infancia, no es otra cosa que el objeto de estudio de un conjunto de saberes más o menos científicos, la presa de un conjunto de acciones más o menos técnicamente controladas y eficaces, o el usuario de un conjunto de instituciones más o menos adaptadas a sus necesidades, a sus características o a sus demandas, vemos la infancia como aquello que tenemos que integrar en nuestro mundo.
Contrario a ello para Larrosa la infancia es algo mucho más radical: “su absoluta heterogeneidad respecto a nosotros y a nuestro mundo, su absoluta diferencia, inquieta lo que sabemos, suspende lo que podemos, pone en cuestión los lugares que hemos construido para ella” (LARROSA, 2000). Es decir, la infancia es una etapa que nos lleva a una región en la que no rigen las medidas de nuestro saber y de nuestro poder.
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