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Coeficiente Intelectual - Coeficiente Emocional


Enviado por   •  29 de Noviembre de 2013  •  1.927 Palabras (8 Páginas)  •  282 Visitas

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Introducción

Coeficiente intelectual – coeficiente emocional; ¿cuál cree usted que es el más importante? ¿Será suficiente ser intelectual para un buen desarrollo laboral y personal? .El poco control de las emociones puede ser no favorable para ser exitoso.

Inteligencia emocional - el cociente intelectual (conceptos complementarios)

La inteligencia emocional, como la gestión del conocimiento y otras técnicas de gestión tan de “moda” en los últimos años, es un tema que siempre me ha interesado por razones profesionales y de desarrollo personal.

Algunas veces nos preguntamos: ¿Por qué un alumno, en ocasiones el más “inteligente” de la clase, no tiene luego el mismo éxito en su trabajo? O al contrario, ¿Por qué algunas personas, no precisamente las más destacadas por su “inteligencia”, parecen tener un don especial para prosperar en la vida profesional? Es decir: ¿Por qué unos son más capaces que otros para enfrentar contratiempos, superar obstáculos y ver las dificultades bajo una óptica distinta?

En los últimos siglos la sociedad siempre ha valorado un ideal: la persona inteligente. En la escuela, el niño inteligente era aquel que dominaba sobre todo las Matemáticas. Un referente que más tarde se identificó con el cociente intelectual (CI), mal llamado todavía por muchos “coeficiente intelectual”, cuando en realidad se trata de un cociente, de una división, y no de ningún coeficiente. Y más en concreto con obtener la máxima puntuación en los siempre recordados “test de inteligencia”. Se decía que existía, y es verdad, una relación positiva entre el CI, parámetro de comparación de los estudiantes, y su rendimiento académico. Algo que motivó sin razón que muchos de los jóvenes con un CI más bajo del requerido para continuar con los estudios no fueran apoyados en superar esas limitaciones, creando un futuro de vacíos personales muy difíciles de llenar.

Un grave error. Por un lado, porque hasta las personas más “deslumbrantes”, con un elevado cociente intelectual, pueden ser unos pésimos conductores en su vida personal o profesional. Y por otro, porque no nos damos cuenta que el niño clasificado pronto como “torpe”, puede perder la motivación necesaria para realizar el esfuerzo que le exigen los estudios. Le basta con una pequeña auto justificación para poner en práctica lo que le transmitimos: “Es igual, de todos modos no lo conseguiré porque dicen que soy tonto, torpe y voy siempre un poco retrasado”. Y, en el lado contrario, también sirve para aquellos padres que hacen creer a sus hijos que son más inteligentes que la media y que si no consiguen resultados brillantes es porque son muy “vagos”. En este caso el joven se llega a creer su “superioridad” y deja de esforzarse, piensa que lo conseguirá de todas formas. Engrave error, y en ambos casos por creer que el cociente intelectual es el único que garantiza o no el éxito.

Aunque ya a partir de los años 1920-40 algunos investigadores comenzaban a reconocer la importancia de cualidades integradas en lo que denominaban “inteligencia social” como la habilidad para comprender y motivar a las personas, desde siempre se había considerado la inteligencia más relacionada con aspectos del conocimiento como la memoria y la capacidad para resolver problemas. Insistían, con poco éxito, en que los modelos de inteligencia existentes no serían completos si no incluían este tipo de influencias; es decir, aquellos factores no relacionados con el intelecto que conforman el llamado “comportamiento inteligente”.

Aunque el término inteligencia emocional se había ya utilizado en varias tesis relacionadas con las emociones, parece que no fue hasta 1990 cuando el psicólogo Peter Salovey, Universidad de Yale, y John Mayer, Universidad de New Hampshire, le dieron el gran impulso. Más tarde, en 1995, David Goleman, psicólogo por Harvard y redactor científico del New York Times, fue quien sugirió que el cociente intelectual era menos importante que lo que en su día se llamó carácter. Las emociones y el cociente intelectual podrían ser la base de la inteligencia humana. En su conjunto no tienen por qué ser conceptos opuestos. Precisamente, lo que los investigadores intentan hacer entender es cómo se complementan el uno al otro, cómo la capacidad de control de una persona afecta al uso de su inteligencia.

Para comprender el gran poder de las emociones es necesario conocer la evolución de nuestro cerebro. La vida emocional se desarrolla en la zona del cerebro llamada sistema límbico, y más en concreto en la amígdala, donde se originan el goce y el asco, el miedo y la ira. Hace millones de años se les sumó el neocórtex, conocido también como el cerebro “pensante”, que permitió a las personas aprender y recordar. Cuantas más conexiones haya entre sistema límbico y neocórtex, más respuestas emocionales son posibles. El deseo sexual procede del sistema límbico; el amor del neocórtex. El hecho de que el cerebro emocional sea muy anterior al racional, y que éste sea una derivación de aquél, revela con claridad las auténticas relaciones existentes entre el pensamiento, el sentimiento y las emociones. El neocórtex aumenta la complejidad de la vida emocional, aunque no la gobierna totalmente porque descarga muchas veces en el sistema límbico.

Daniel Goleman puso de “moda” en España el concepto de “inteligencia emocional” (IE), en un libro publicado en 1995 que tuvo una gran publicidad. Desafiaba con fuerza al “cociente intelectual” (CI), que era entonces para muchos la garantía del éxito. Argumentaba que las emociones de una persona juegan un papel esencial en su pensamiento, toma de decisiones y por tanto en su futuro. Para Goleman este nuevo concepto de la inteligencia “real” de las personas, al que define como un conjunto de habilidades que incluyen el control de impulsos, motivación, empatía y capacidad para relacionarse con los demás, tiene una gran importancia. Sostiene que la conciencia individual o de “uno mismo”, junto al entorno de cada persona, es la clave para ser “realmente” inteligentes. El correcto ejercicio de esta función mental, a la que algunos llaman instinto de supervivencia, permite a las personas ejercer su autocontrol y una mayor creatividad. Para Goleman, esta “conciencia” es quizás la capacidad más relevante porque nos permite ejercer un autocontrol. La idea no es reprimir los sentimientos sino hacer lo que decía Aristóteles

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