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ENSAYO - LA FORMACION DE LA VOLUNTAD


Enviado por   •  24 de Septiembre de 2016  •  Ensayo  •  4.466 Palabras (18 Páginas)  •  294 Visitas

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LA FORMACION DE LA VOLUNTAD

1. Importancia:

        Dentro de la jerarquía armoniosa de una personalidad madura, la voluntad está en la parte superior, como rectora del comportamiento. Será una voluntad iluminada por la razón, y en las opciones que implican la moralidad por la conciencia recta. Un hombre se valora en gran parte por lo que es su voluntad: según la rectitud de las opciones de la voluntad será un hombre bueno  o malo; según la fuerza y determinación de su voluntad,  será un hombre de valía o sin ella. En el campo personal, la fuerza de la voluntad lleva al hombre a ser dueño de sí mismo, dominando las pasiones inferiores. Hacia lo externo, la fuerza de la voluntad le permite ser perseverante para llevar a cabo sus empresas, superando las dificultades. Dicho de otra manera, será libre en la medida en que sea señor de sí mismo, en la medida en que guíe, encauce y domina sus pasiones, sentimientos, e instintos, y actué, por encima de las circunstancias externas de acuerdo con los criterios que le presenta la razón iluminada por la fe e informada por la caridad.

        El cristiano ha de aplicarse en la formación de una voluntad fuerte, dócil a la inteligencia, eficaz  y constante en querer el bien, tenaz frente a las dificultades y capaz de gobernar y encauzar con suavidad y firmeza todas las dimensiones de la persona.

2. Voluntades deficientes:

        Hay que recordar que siempre que se trabaja en la propia formación está implicada la voluntad y se forma; y por otro lado, todo esfuerzo para formar la voluntad implica otros campos de la formación. Esto es algo necesario, basado en la naturaleza de la voluntad como facultad de elección e imperio sobre las demás facultades del hombre. Aun así, sigue teniendo sentido hablar de la formación de voluntad como un tema aparte. Para entender mejor esto, comenzaremos con la descripción de algunos tipos de personas con voluntades deficientemente formadas, proponiendo luego el remedio. No va a ser una lista exhaustiva, sino sólo indicativa:

        El hombre caprichoso o pasional: Lo opuesto a un hombre de voluntad es aquel que se deja guiar por sus caprichos, sus estados anímicos, sus pasiones. Esto supone una gran inmadurez, pues es más propio de la edad de un adolescente, y sin embargo, no es tan raro encontrar hombres así en todos los campos de la vida humana. Desde luego, quien no ha superado esto no está preparado para recibir la ordenación sacerdotal. El formador tiene que estar atento a aquellos que por temperamento son más sentimentales o pasionales para ayudarles a comportarse según el dominio de la voluntad; hablaremos de este tema en otro momento.

En cuanto a aquellos que son dados a seguir sus caprichos, hay que ayudarles a hacer sus opciones según la voluntad de Dios, aceptando la regla evangélica de la abnegación personal.

        El hombre perezoso: La pereza es el vicio que más directamente se opone a una voluntad bien formada. Le pereza indica una verdadera enfermedad de la voluntad que rehúye y rechaza el esfuerzo. Manso y tranquilo mientras no se le molesta, se enfurece y se revuelve cuando uno le quiere hacer trabajar.

        En el hombre perezoso, los motivos del bien resultan ineficaces para llevarle a hacer lo que debe hacer. Esta pereza puede afectar toda la actividad del hombre, o sólo unos sectores: v.gr. hay quien sabe trabajar en cosas manuales pero rehusa todo esfuerzo intelectual. Como sacerdote, tendrá el peligro de no preparar con cuidado sus homilías u otras intervenciones, de no mantenerse al día en los progresos teológicos. Otros al contrario rehúsan todo esfuerzo físico: puede ser un motivo para profundizar en los móviles de la vocación no sea que se pretende, quizás inconscientemente, una vida "sin trabajo". Cuando la pereza se refiere a la vida de piedad se suele llamar "acidia", y es el inicio de la tibieza espiritual: significa un cierto desgusto en las cosas espirituales que lleva a hacer con negligencia, desinterés o sencillamente omitir toda práctica de piedad.

        Hay también diversos grados en la pereza: hay quien es muy lento para acometer el trabajo, dejándolo para después, comenzándolo con desgusto y flojedad. Otro pasa de una tarea a otra, no lleva a cabo lo comprometido. Hay perezosos que tienen energía para sus diversiones, para el deporte, pero para nada más.

        Es un vicio muy triste en un sacerdote, y si se deja llevar por ello no habría que ser superficial en medir la gravedad de las omisiones que nacen de allí. Hay que animar a los seminaristas a extirpar toda forma de pereza espiritual, intelectual, apostólica o física; a optar por una vida de laboriosidad, de apostolado intenso, enraizado en un apasionado amor a Cristo y un ardiente celo por la salvación de las almas.

        El hombre inconstante: Otro gran enemigo del sacerdote y apóstol es la inconstancia. Una voluntad inconstante quizás no se retrae de emprender una tarea, pero luego lo abandona por cansancio, espíritu voluble, o frente a las dificultades que se presentan. Es un fenómeno que a veces se encuentra durante los primeros años de la vida sacerdotal: los jóvenes sacerdotes quieren hacer todo, son generosos, trabajadores, celosos. Pero en algunos poco a poco se comienza a enfriar su celo y van decayendo en la rutina, la indolencia, la comodidad. Esto puede darse sencillamente por la falta de abnegación y generosidad que una vida de apostolado exige. O también al encontrar que la tarea es más difícil de lo que se soñaba y experimentando la frialdad de las almas, su desinterés, al tener algunos fracasos palpables, se desaniman y abandonan la lucha.

 

        Toda tarea pastoral requiere un labor constante y perseverante. A veces habrá que superar dificultades reales grandes, especialmente la resistencia del pecado en las almas. Otras veces pueden presentarse obstáculos inesperadas frente a las empresas e iniciativas. Hay que acostumbrarse a querer llevar a cabo las obras emprendidas, venciendo cuando obstáculos se presentan. Puede haber momentos de fracaso, y hay que saber que el único fracaso definitivo es abandonar la empresa. Otras veces, el sacerdote se sorprenderá a ver criticado sus esfuerzos más desinteresados; no por ello los tiene que dejar. Pero aún fuera de todo esto, la simple perseverancia en la tarea pastoral durante meses y años requiere una grande constancia, incluso podemos decir, requiere la práctica heroica de la virtud de la fortaleza. Sin una voluntad constante, nuestros sacerdotes no aguantarán las largas horas del confesionario, y la paciencia y bondad diarias en el trato con las almas.

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