El pensamiento adolescente y el rol del profesor
Enviado por xhimenas • 28 de Noviembre de 2018 • Trabajo • 1.548 Palabras (7 Páginas) • 218 Visitas
El pensamiento adolescente y el rol del docente
Las características que muestra el adolescente han sido objeto de múltiples investigaciones, aunque todas concuerdan que es una etapa de transición entre la niñez y el mundo adulto. Es un periodo de cambios biológicos, intelectuales, afectivos y sociales que suponen una crisis en la vida de los adolescentes que buscan la tan ansiada independencia relacionada con la autonomía y la responsabilidad que esto conlleva, generalmente no entendida ni por ellos ni por los adultos que los rodean. Debido a esto último, es que el rol del profesor asume una importancia particular, ya que en la sociedad actual se ha desvirtuado el objetivo principal de su tarea que es la de enseñar. Ahora es depositario de expectativas sociales y culturales, como aquel que imparte valores por ejemplo; logrando que el adolescente adquiera responsabilidades transformándose en un ciudadano crítico y partícipe de su propio conocimiento.
Es por ello que creemos que el rol del docente se ha modificado a lo largo de los años debido a las crisis de los modelos educativos reinantes y de la sociedad en su conjunto, entonces ¿Cuál es el rol del docente de hoy?
Sin dudas el nuevo docente de hoy es diferente al docente de varias décadas atrás. En la medida que la sociedad va avanzado y la educación se va convirtiendo cada vez más en derecho y necesidad de todas y todos, la disposición de docentes sólo por su buena voluntad es actualmente insuficiente, cualitativa y cuantitativamente hablando. Ser docente ayer comprendía un sentido social y un arraigo casi exclusivo con el bien y desarrollo solidario de los estudiantes. En este contexto, para ser docente, bastaba ser parte de la cultura letrada y tener una clara vocación magisterial, expresada en buena voluntad, sentido misional y de disfrute con relación al acto de enseñar a los demás. Pero el ser docente hoy, implica estar inserto en las nuevas complejidades de esta sociedad del conocimiento, se le exige un nivel de formación promedio que le posibilite un ejercicio profesional con óptimos estándares de calidad y cientificidad. Para ello, el docente necesita someterse a procesos formativos, de investigación y trabajo en equipo que le multiplican los desafíos originarios del educar. De ahí que las y los docentes de hoy, más que nunca, y sin perder el sentido vocacional, necesitan disponer de condiciones suficientes para hacer de su perfil, un servicio profesional, con estándares y condiciones desplegables para el buen desarrollo de su tarea. Esto conlleva a que se diversifiquen cada vez más los desafíos al docente y a la escuela como institución cohesionadora de esfuerzos, capacidades y voluntades a favor de una educación para la vida y desde condiciones humanas adecuadas, a diferencia de la función del docente de antaño, en donde sólo impartía conocimientos a través de una clase magistral de carácter expositivo, en donde éste concentraba todo el conocimiento y saber.
Sin embargo a la transformación de la imagen del docente que acabamos de señalar, se suma que los adolescentes están en constante cambio, bombardeados por información que alimenta la ambigüedad propia de la edad. De un tiempo a esta parte varios autores sostienen que las operaciones intelectuales que elaboran nuestros adolescentes están muy ligadas a la cultura y a su contexto social, es por ello la importancia que adquieren las teorías implícitas y los conocimientos previos en un determinado nivel de desarrollo. Pero nuestra propia experiencia dentro del aula nos muestra que gran parte de nuestros estudiantes no ponen de manifiesto un pensamiento formal consolidado, como lo indicaría su edad biológica.
Si tomamos en cuenta el vínculo existente entre la construcción de ese pensamiento formal, la escolarización y el contexto sociocultural que poseen nuestros estudiantes, nos damos cuenta que es en el aula en donde nosotros como docentes desplegamos una serie de recursos personales y didácticos, que tienen como eje la relación con el estudiante adolescente. Esta relación posee características implícitas y explicitas, que imprimen un sello y una dinámica particular, que la diferencia de cualquier otra relación interpersonal. Muchas veces nuestros estudiantes nos ven como el enemigo a vencer, tratando todo el tiempo de “medir” el límite de su transgresión. Es en este tipo de situaciones en las cuales nosotros como adultos y “autoridad” dentro del aula donde tenemos que emplear todas nuestras herramientas pedagógico-didácticas para poder sortear esta situación, esto se diferencia enormemente del rol que asumimos en el pasado, donde nuestra palabra y autoridad era incuestionable.
Por otro lado, también tenemos que competir con todos los medios con los cuales el adolescente cuenta para su estimulación tales como, internet, redes sociales, etc, que generan un constante bombardeo de información que el adolescente utiliza y necesita para estar comunicado con el resto de sus pares y “para sentirse par”. Es por ello que debemos construir clase a clase nuestra legitimidad, a diferencia de lo que ocurría antaño ya que el docente era la máxima autoridad dentro del aula y concentraba todo el poder. Por otro lado también debemos luchar contra un currículo que no ha sido diseñado para la heterogeneidad, que es la realidad de nuestras aulas.
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