Enfermedades Terminales

Ocurre, sin importar cuan vasta sea la frecuencia, que mientras realizamos actividades típicas de un fin de semana o trabajo, nos topamos con amigos, colegas e incluso familiares con los cuales no tenemos un contacto constante y que encontrárselos en la calle llega a ser más cotidiano que compartir con ellos en sus propias casas o en las de otros familiares. Usualmente las preguntas se limitan a “¿Y qué ha sido tu familia?, ¿Cómo se encuentran?” y claro, dentro de esto nada parece ser poco común, pero cuando nos contestan con algo como “¿Te acuerdas de María, mi esposa? Falleció el mes pasado, tenía un cáncer bastante avanzado” todo parece serlo, nadie espera la noticia de una muerte como respuesta.

Una enfermedad terminal se define, en principio, como un estado de salud incurable e irreversible definido por un médico al percatarse que las condiciones de un paciente han empeorado al analizar el transcurso de la enfermedad.

Podría fácilmente desglosar los factores biológicos que componen una enfermedad terminal analizando, por ejemplo, las causantes, el proceso, e, incluso, el tiempo estimado de vida dependiendo del grado degenerativo en una determinada persona. Y digo fácilmente porque son variables que pueden observarse y registrarse para seguir de cerca la evolución de la enfermedad, por lo cual decido tocar el tema que se pasa por alto y que llega a ser experimentado solamente cuando estos casos se dan: la postergación y sus consecuencias.

Probablemente al lector comience a dudar del real tema a tratar en este ensayo, pues se titula como "Enfermedades terminales" y en el párrafo anterior menciono explícitamente a qué va a estar enfocado, provocando que cueste percatarse de la relación entre ellos. Podrá sin embargo podrá darse cuenta que, con el transcurso de la lectura y el flujo de las ideas que componen ésta reflexión, el término ya antes mencionado engloba perfectamente cada concepto y enlaza efectivamente las situaciones con el núcleo del asunto.

Usualmente nos pasa que, con la llegada de noticias malas como el fallecimiento de algún conocido o, en el peor de los casos, un familiar, se manifiestan sentimientos que rara vez experimentamos o que no surgen frecuentemente, y con ellos llegan los pensamientos frecuentes como "¿Estoy valorando completamente a mi familia?", "¿Qué hubiera pasado si hubiera sido yo?". Sin embargo (y en la mayoría de los casos) se limitan a ser simples pensamientos vagos que poca conclusión sacan de una experiencia.

La pregunta recurrente de un paciente al ser diagnosticado con una enfermedad terminal es "¿Cuánto tiempo me queda?" y claro, no puede esperarse una pregunta distinta al enterarse que su enfermedad ha llegado a un punto tan avanzado que sólo le resta someterse a un tratamiento paliativo que no hará más que mantener al enfermo en una estado estable (dentro de lo que se pueda y dependiendo del deterioro del organismo), sin postergar su fecha estimada de partida. El afectado parte, frecuentemente, por analizar sus temas pendientes y buscar la posible solución para que todos queden resueltos antes de que el plazo se cumpla y llegue el momento donde su tiempo se acabe. Y es aquí donde viejas amistades renacen, donde los familiares son capaces de olvidar viejas rencillas (en algunos casos no sin antes tragar su orgullo por lo menos unas 3 veces) y vuelven a tomar parte de la vida de quién en su momento pudo haber sido desde un conocido hasta un hermano o mejor amigo, con la diferencia que, ahora, está próximo a morir. Todo para contribuir con el afectado.

Una enfermedad avanzada involucra a toda una familia, todos se unen formando causas que apoyen de una u otra forma al enfermo, participando activamente para lograr entregar cuanto sea necesario.

Y aquí es donde se encuentra el meollo del asunto, el gusto de esperar situaciones o casos extremos para empezar a actuar no puede verse de otra forma sino mala. Claro, muchos

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