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Katharina- Freud


Enviado por   •  3 de Septiembre de 2014  •  2.851 Palabras (12 Páginas)  •  296 Visitas

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Katharina... (Freud)

En las vacaciones de 189... hice una excursión a los Hohe Tauern(86) como para olvidar por un tiempo la medicina y, en particular, las neurosis. Casi lo había logrado, cuando cierto día me desvié de la ruta principal para ascender a un retirado monte, famoso por el paisaje que ofrecía y por su bien atendido refugio. Llegué, pues, a la cima tras dura ascensión y, ya recuperado y descansado, quedé absorto en la contemplación de arrobadoras vistas, tan olvidado de mí que a punto estuve de no darme por aludido cuando escuché esta pregunta: « ¿El señor es un doctor?». Pero la pregunta se dirigía a mí, y provenía de una muchacha de unos dieciocho años que me había servido en el almuerzo con gesto bastante fastidiado y a quien la posadera llamó por el nombre de «Katharina». Por su vestido y su porte no podía ser una doméstica, sino que debía de ser hija o parienta de la posadera.

Ya vuelto en mí, le respondí:

«Sí, soy un doctor. ¿Cómo lo sabe?»

«El señor se ha inscrito en el libro de viajeros, y yo me dije que si el señor doctor tuviera ahora un poquitito de tiempo. . . Es que estoy enferma de los nervios y ya una vez estuve en casa de un doctor en L.; es cierto que él algo me ha dado, pero todavía no estoy buena».

Heme ahí de nuevo con las neurosis, pues de otra cosa no podía tratarse en esta muchacha grande y vigorosa, de gesto apesadumbrado. Me interesó que las neurosis se hubieran propagado a más de 2.000 metros de altura, y seguí interrogando. Reproduzco en lo que sigue la conversación que hubo entre nosotros tal como se ha grabado en mi memoria, y le dejo a la paciente su dialecto.

«¿Y de qué sufre usted?».

«Me falta el aire; no siempre, pero muchas veces me agarra que creo que me ahogaré».

A primera vista no suena esto neurótico, pero se me hacía probable que fuera sólo una designación sustitutiva para un ataque de angustia. Del complejo de sensación de la angustia resalta de manera indebida un solo factor, el angostamiento para respirar.

«Tome usted asiento. Descríbame cómo es ese estado de "falta de aire"».

«Se abate de pronto sobre mí. Primero me hace como una opresión sobre los ojos, la cabeza se pone pesada y me zumba, cosa de no aguantar, y me mareo tanto que creo que me voy a caer, y después se me oprime el pecho que pierdo el aliento».

«¿Y no siente nada en la garganta?»

«Se me aprieta la garganta como si me fuera a ahogar».

«¿Y en la cabeza no le sucede nada más?».

«Martilla y martilla hasta estallar».

«Bien; ¿y no siente usted miedo mientras tanto?».

«Siempre creo que me voy a morir; yo de ordinario soy corajuda, ando sola por todas partes, por el silo y todo el monte abajo; pero cuando es un día de esos en que tengo aquello no me atrevo a ir a ninguna parte; siempre creo que alguien está detrás y me agarrará de repente». Era realmente un ataque de angustia, y por cierto que introducido por los signos del aura histérica; o, mejor dicho, era un ataque histérico que tenía por contenido la angustia. ¿No habría algún otro contenido?

« ¿Piensa usted siempre lo mismo, o ve algo frente a sí cuando tiene el ataque?».

«Sí, siempre veo un rostro horripilante; me mira tan espantosamente; yo le tengo miedo».

Ahí se ofrecía, quizás, un camino para avanzar con rapidez hasta el núcleo de la cuestión.

«¿Reconoce usted ese rostro? Creo que será un rostro que usted ha visto realmente alguna

vez».

«No».

«¿Sabe usted de dónde provienen sus ataques?».

«No».

«¿Cuándo los tuvo por primera vez?».

«La primera vez fue hace dos años, cuando aún estaba con mi tía en el otro monte. Antes tuvo ahí el albergue; ahora estamos aquí desde hace un año y medio, pero eso me sigue viniendo».

¿Debía emprender aquí un intento de análisis? Por cierto que no me atrevía a trasplantar la hipnosis a esa altitud, pero quizá lo consiguiera en una simple plática. Debía arriesgarme. Harto a menudo había discernido la angustia en muchachas jóvenes como una consecuencia del horror que invade a un ánimo virginal cuando el mundo de la sexualidad se le abre por primera

vez.

Le dije entonces: «Si usted no lo sabe, yo le diré de dónde creo que le han venido sus ataques.

En algún momento, dos años atrás, usted ha visto o escuchado algo que la embarazó mucho, que preferiría no haber visto».

Y ella: «i Cielos, sí! ¡He pillado a mi tío con la muchacha, con Franziska, mi prima!».

« ¿Qué historia es esa de la muchacha? ¿No quiere contármela usted? ».

«A un doctor una puede decírselo todo. Sepa, pues, que mi tío, el marido de mi tía a quien usted ha visto, tenía entonces la posada con mi tía en el monte X. Ahora se han separado, y yo soy la culpable de que estén separados, pues por mí se destapó {aufkommen} que él se entiende con Franziska».

«Bien; ¿cómo llegó {kommen} usted a ese descubrimiento? ».

«Fue así. Cierta vez, hace dos años, unos señores habían ascendido allá {beraufkommen} y pidieron de comer. La tía no estaba en casa, y a Franziska no se la encontraba por ninguna parte; era la que siempre cocinaba. Tampoco se hallaba al tío. Buscamos por doquier, y entonces el muchacho, Alois, mi primo, dice: "Al cabo, Franziska está con el padre". Entonces los dos echamos a reír, pero sin pensar en cosa mala. Vamos al dormitorio que tiene mi tío, y la puerta está con tranca. Pero me resultó llamativo. Y dice Alois: "En el pasillo hay una ventana, desde ahí se puede mirar dentro del dormitorio". Vamos al pasillo. Pero Alois no se anima a la ventana, dice que tiene miedo. Entonces yo digo:

"¡Ah, muchacho tonto! Voy yo, no tengo miedo ninguno". Pero en todo eso yo andaba sin malicia ninguna. Miro adentro, el dormitorio estaba bastante oscuro, pero ahí veo al tío y a Franziska, y él yace sobre ella».

«¿Y entonces?».

«Al punto me he apartado de la ventana, me he apoyado en la pared y me entró la falta de aire que desde entonces tengo; se me nubló el entendimiento, sentí un peso sobre los ojos y en la cabeza me martillaban y todo bullía».

«¿Se lo dijo enseguida, ese mismo día, a la tía de usted?».

«Oh, no, no le he dicho nada».

«¿Y por qué se aterró tanto cuando encontró juntos a los dos? ¿Acaso entendió algo? ¿Se le pasó por la mente lo que ahí sucedía?»,

«Oh, no; en ese entonces no entendí nada, sólo tenía dieciséis años. No sé qué me aterró».

«Señorita Katharina: si usted pudiera recordar lo que entonces pasó dentro de usted, cómo le entró

...

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