Kojéve - La Dialectica Del Amo Y Del Esclavo En Hegel /// PAUL RICOEUR - La Lucha Por El Reconocimiento Y La Economía Del Don
Enviado por yuli_rolon • 21 de Julio de 2014 • 2.491 Palabras (10 Páginas) • 665 Visitas
KÓJEVE - Dialéctica del amo y del esclavo en Hegel
Es en y por su deseo que el hombre se constituye y se revela como un Yo. Pero por sí sólo ese deseo no constituye más que un sentimiento de sí. El deseo torna inquieto al hombre y lo empuja a la acción. El deseo sólo puede ser satisfecho por la negación: la destrucción o, por lo menos, la transformación del objeto deseado. Toda acción es negatriz.
Para que haya Autoconciencia es necesario que el deseo se fije sobre un objeto no-natural, sobre alguna cosa que supera la realidad dada. Más la única cosa que supera eso real dado es el deseo mismo. Ese yo no será, como el Yo animal, identidad o igualdad consigo mismo, sino “negatividad-negatriz”.
Así, en una relación entre el hombre y la mujer, por ejemplo, el deseo es humano si uno desea no el cuerpo, sino el deseo del otro, es decir, si quiere ser deseado o amado, o más todavía: “reconocido” en su valor humano, en su realidad de individuo humano. “La historia humana es la historia de los deseos deseados” (Kojeve, 3).
Para que el hombre sea verdaderamente humano hace falta que su deseo humano prevalezca en él sobre su deseo animal. El valor supremo para un animal es su vida animal. Todos los Deseos del animal son en última instancia una función del deseo que tiene de conservar su vida. El deseo humano debe superar ese deseo de conservación. El hombre no se considera humano si no arriesga su vida en función de su deseo humano. Hablar del origen de la Autoconciencia implica hablar de una lucha a muerte por el “reconocimiento”. Sin esa lucha a muerte hecha por puro prestigio, no habrían existido jamás seres humanos sobre la tierra.
No obstante, si todos los hombres, o más exactamente, todos los seres en trance de devenir seres humanos se comportarán de la misma manera, la lucha debería culminar necesariamente con la muerte de uno de los adversarios, o de ambos a la vez. La imposibilidad se presenta sólo en el caso de la muerte de uno de los adversarios. Pues con él desaparece ese otro deseo hacia el cual se dirige el deseo para convertirse en deseo humano. El sobreviviente, al no poder ser reconocido por el muerto, no puede realizarse y revelarse en su humanidad. Para que el ser humano pueda realizarse son necesarios dos comportamientos humanos esencialmente diferentes.
Para que la realidad humana pueda constituirse en tanto que realidad “reconocida” hace falta que ambos adversarios queden con vida después de la lucha. Más eso sólo es posible a condición de que ellos adopten comportamientos opuestos en la lucha. Uno de ellos, sin estar de ningún modo “predestinado”, debe tener miedo del otro, debe ceder al otro, debe negar el riesgo de su vida con miras a la satisfacción de su deseo de reconocimiento. Debe abandonar su deseo y satisfacer el deseo del otro: debe reconocerlo sin ser reconocido por él. Pero, reconocer así implica reconocerlo como amo y reconocerse y hacerse reconocer como esclavo del amo.
“En un estado naciente, el hombre no es jamás hombre simplemente. Es siempre, necesaria y esencialmente, Amo o Esclavo” (Kojéve, 5).
“La dialéctica histórica es la dialéctica del amo y del esclavo” (Kojéve, 5).
“La autoconciencia existe en sí y para sí en la medida y por el hecho de que existe para otra Autoconciencia; es decir, que ella sólo existe en tanto que entidad-reconocida” (Kojéve, 6).
Esta evolución dejará expuesto el carácter desigual de dos autoconciencias: entidad-reconocida y entidad-reconocedora. El hombre que quiere hacerse reconocer, si lo consigue, será reconocido pero no reconocerá a quien lo reconozca.
El primer hombre que se encuentra por primera vez a otro hombre se atribuye ya una realidad: él cree ser hombre, tiene la certeza subjetiva de serlo. Pero su certeza no es aún un saber. El valor que se atribuye puede ser ilusorio. Para que esa idea sea una verdad es necesario que revele una realidad objetiva, es decir, una entidad que valga y exista no solamente para ella misma, sino también para otras realidades distintas de ella. El hombre debe hacerse reconocer por otros. Esa acción comenzará por el acto de imponerse al primer otro que se encuentre. Y puesto que ese otro, si es un ser humano, debe hacer lo mismo, la primera acción antropógena toma necesariamente la forma de una lucha. Los individuos humanos están obligados a comprometerse en esa lucha porque ellos deben elevar al rango de verdad la certeza-subjetiva que tienen de sí mismos.
El individuo humano que no ha osado arriesgar su vida puede ser reconocido en tanto que persona humana. Su realidad esencial se manifiesta en él como una entidad-otra. La entidad-otra es aquí una conciencia existente como un ser dado y confundido de manera múltiple y variada. Pero debe contemplar su ser-otro como ser-para-sí puro, en decir, como negatividad-negatriz absoluta. En tanto que no es aun reconocido por otro, es ese otro el que es el fin de su acción, es de ese otro que dependen su valor y su realidad humanas; es en ese otro donde se condensa el sentido de su vida. Está, pues, fuera de sí.
De nada sirve al hombre la lucha para matar a su adversario. Debe suprimirlo “dialécticamente” (negatividad-negatriz: suprimir conservando lo suprimido). Es decir, debe dejarle la vida y la conciencia y destruir sólo su autonomía. Debe someterlo.
La disolución de esta unidad simple-o-indivisa, el yo asilado, es el resultado de la primera experiencia. Por esta experiencia se establecen: una autoconciencia pura (que ha hecho abstracción de su vida animal por el riesgo de la lucha: el vencedor), y una conciencia que existe no puramente para sí sino también para otra conciencia (por ser en realidad un cadáver viviente: el vencido perdonado). Es una conciencia que existe en la forma concreta de la cosidad. Los dos elementos constitutivos son esenciales y son opuestos entre sí. Una conciencia autónoma, para la cual el ser para sí es la realidad esencial. Una conciencia dependiente, para la cual la realidad-esencial es la vida-animal, es decir, ser dado para una entidad otra. Este es el esclavo, él ha preferido la esclavitud a la muerte, es así que ha aceptado la vida elegida por otro.
El esclavo, rehusando arriesgar su vida animal en una lucha por puro prestigio, no se eleva por encima del animal. Se considera, por tanto a sí mismo como tal, y como tal es aceptado por el Amo. Pero por su parte el Esclavo reconoce al Amo en su dignidad y su realidad humanas, y se comporta en consecuencia. La “certeza” del Amo es pues no puramente subjetiva e “inmediata”, sino objetivada y mediatizada por el reconocimiento del otro, del Esclavo. Mientras que el Esclavo sigue siendo todavía un ser “inmediato”, natural, “bestial”, el Amo –por su lucha– ya es humano, “mediatizado”.
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