Liderazgo En La Escuela
Enviado por tatukiana • 23 de Enero de 2012 • 4.898 Palabras (20 Páginas) • 804 Visitas
TEMA 5 – PODER Y LIDERAZGO EN LAS ORGANIZACIONES EDUCATIVAS
INTRODUCCIÓN
En este tema vamos a desarrollar las influencias de poder y las estructuras básicas en una organización educativa. Nos centraremos en la cultura democrática y participativa para llevar a cabo un liderazgo eficaz, y con ello el cambio de la educación. Haremos un recorrido por los diferentes tipos de liderazgo y sus características más importantes. Y finalmente, veremos algunos aspectos para la mejora de la educación.
ESTRUCTURAS DE PODER
Vamos a describir a continuación cinco modalidades o configuraciones de poder elementales que podemos encontrar en una organización. Lo que define a cada una de ellas es la base o fuente de poder que predomina, aun reconociendo que esta fuente primaria de poder convivirá probablemente con una variedad de fuentes secundarias. La idea es que, aunque estas modalidades teóricas no se den de manera pura e inequívoca en la realidad, nos pueden ayudar a analizar la modalidad real de poder que caracteriza a un centro determinado.
La autocracia
Allí donde predomina una dinámica organizativa de este tipo se asume que unos tienen la capacidad de tomar decisiones y otros el deber de acatarlas. La fuente de poder que predomina es el poder formal, esto es, la autoridad. Por lo tanto, los agentes más poderosos son los que ocupan cargos en la cumbre de la pirámide organizativa.
Como puede suponerse, las modalidades de poder fuertemente autocráticas son a priori enemigas de la democracia y la participación, a menos que dicha participación signifique implicarse activamente en defensa del proyecto visionario de los líderes.
La burocracia
La modalidad burocrática comparte algunos rasgos con la autocrática. Los agentes con poder coinciden, como en aquella, con los que ocupan los cargos jerárquicos. Sin embargo, la lógica que legitima su poder es diferente. En este caso no se basa en las visiones o proyectos de los líderes formales, sino en las normas establecidas: esto o aquello debe hacerse porque lo dice el reglamento. El funcionamiento de la organización está regido por una tupida red de normas, reglamentaciones y procedimientos difícil de remover.
La burocracia tampoco favorece, a priori, la democracia. El funcionamiento plano, sin iniciativas, que impone a la escuela, desalienta la crítica constructiva y la participación. Se asume que todo está en los reglamentos y que lo que hay que hacer, por tanto, es dejarse llevar. Sin embargo, como ocurría en la autocracia, bajo determinadas formas moderadas de burocracia podemos encontrar elementos positivos. Por ejemplo, esta configuración del poder puede proporcionar estabilidad y regularidad a una organización como contrapunto a periodos turbulentos o conflictivos.
Lo que caracteriza a una escuela democrática, no es que no se ejerza el poder en ella o que se ejerza lo menos posible. El poder es un fenómeno del que no se puede huir, una cualidad que marca inevitablemente las relaciones sociales. Lo que caracteriza al poder en una organización democrática es que éste adopta una lógica distributiva -el poder llega a muchos lugares- y que todas las instancias aceptan someterse al control de las demás.
Por lo tanto, debemos ser conscientes de que la democracia es una configuración organizativa dinámica y compleja.
La meritocracia
Tenemos una modalidad meritocrática cuando el poder se concentra en un sector de la organización al que se le atribuye una capacidad mayor que la del resto para tomar decisiones, en razón de su experiencia en la organización o de un conocimiento mayor sobre la actividad básica de la misma.
A su favor tiene el hecho de que garantiza la gobernabilidad que toda organización requiere para alcanzar sus objetivos, en este caso vinculando las decisiones a la experiencia y el conocimiento. Sin embargo, en su contra encontramos la tendencia a instalar en la organización un discurso único y a no admitir el debate con otras miradas.
La modalidad ideológica o misionaria
La fuente de poder que predomina en la configuración ideológica o misionaria del poder es la cultura institucional. El poder se concentra en el grupo de personas que comparte las creencias y valores que con el paso del tiempo se han convertido en dominantes o hegemónicos en la organización. Es decir, las cosas se hacen o no se hacen allí porque así lo dicta la tradición o los valores mayoritariamente compartidos.
Una modalidad de poder moderadamente ideológica o misionaria sí es un buen fundamento para la democracia en la escuela. Lo es por el hecho de que al menos una mayoría importante de sus miembros comparte una visión de la organización y unas aspiraciones o ideales.
Sin embargo, una configuración ideológica del poder se puede deslizar con cierta facilidad hacia el sectarismo, el afán por guardar celosamente las esencias ideológicas y, consecuentemente, la exclusión de quienes no las comparten.
La micropolítica
La modalidad micropolítica es la más heterogénea de todas. En ella una variedad de agentes y grupos luchan por el poder sin que se pueda señalar a ninguno de ellos como claramente hegemónico. En esa confrontación, más o menos velada o explícita, usarán cualquiera de las fuentes de poder a su alcance, aunque predominarán las basadas en las habilidades sociales (capacidad de persuasión, de obtención de información sensible, perseverancia, resistencia a la incertidumbre, etc.) y en los juegos o estrategias políticas (negociación, mediación, resistencia, contrainsurgencia, cooptación, etc.).
La micropolítica, que es la fuente de poder habitualmente usada para contrarrestar los excesos de las otras fuentes de poder y para dar voz a los colectivos desposeídos de ella bajo las demás modalidades, puede convertirse –cuando todo el funcionamiento organizativo está dominado por ella- en la principal barrera de la participación.
Por lo tanto, una organización democrática es una sabia síntesis de las modalidades de poder anteriormente expuestas. Quiere decir que cada una de ellas debe encontrar la configuración de poder que resulte más adecuada para el desarrollo de una profunda democracia y una verdadera participación. Cada organización debería preguntarse por su propia dinámica de poder, analizarla y promover los cambios que la lleven hasta una configuración acorde con su identidad y sus aspiraciones. En todo caso sabemos que en una configuración democrática del poder no encontraremos el predominio absoluto de una cualquiera de las fuentes anulando a las demás. Las acciones que más y mejor ayudarán a sostener el funcionamiento democrático se orientarán a equilibrar continuamente las consecuencias negativas
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