Psicoanalisis Lacan
Enviado por panilucia • 25 de Junio de 2013 • 3.680 Palabras (15 Páginas) • 353 Visitas
GOCE
s. m. (fr. jouissance, ingl. use o enjoyment; al. Genießen, Genuß, Befriedigung; Lust designa el placer). Diferentes relaciones con la satisfacción que un sujeto deseante y hablante puede esperar y experimentar del usufructo de un objeto deseado. Que el sujeto descante hable, que sea, como dice Lacan, un ser que habla, un «ser-hablante», implica que la relación con el objeto no es inmediata. Esta no inmediatez no es reductible al acceso posible o imposible al objeto deseado, así como la distinción entre goce y placer no se agota en que a la satisfacción se mezclen la espera, la frustración, la pérdida, el duelo, la tensión, el dolor mismo. En efecto, el psicoanálisis freudiano y lacaniano plantea la originalidad del concepto de goce en el hecho mismo de que nuestro deseo está constituido por nuestra relación con las palabras. Se diferencia así del uso común del término, que confunde el goce con las suertes diversas del placer. El goce concierne al deseo, y más precisamente al deseo inconciente, lo que muestra que esta noción desborda ampliamente toda consideración sobre los afectos, emociones y sentimientos para plantear la cuestión de una relación con el objeto que pasa por los significantes inconcientes. Este término ha sido introducido en el campo del psicoanálisis por Lacan; continúa la elaboración freudiana sobre la Befriedigung, pero difiere de ella. Quizás el término jouissance [goce] podría aclararse con un recurso a su etimología posible (el joy medieval designa en los poemas corteses la satisfacción sexual cumplida) y por su uso jurídico (el goce de un bien se distingue de su propiedad [lo que se llama «usufructo». Véase Seminario XX, 1972-73, «Aún»]). Desde el punto de vista del psicoanálisis, el acento recae en la compleja cuestión de la satisfacción y, en particular, en su relación con la sexualidad. El goce se opone entonces al placer, que disminuiría las tensiones del aparato psíquico al nivel mínimo. Sin embargo, es posible preguntarse si la idea de un placer puro de este tipo conviene para hablar de lo que experimenta el ser humano, dado que su deseo, sus placeres y displaceres están capturados en la red de los sistemas simbólicos que dependen todos del lenguaje, y que la idea de la simple descarga es una caricatura, en la medida en que lo reclamado radicalmente para la satisfacción es el sentido. Aun la masturbación, que se podría tomar como modelo de este goce singular, este goce del «idiota» [cita de Lacan, Seminario XX, «Aún»], en el sentido de la etimología griega idiôtês («ignorante»), está capturada en las redes del lenguaje, al menos a través del fantasma y de la culpa.
Desde aquí, puede preguntarse si esta tensión particular indicada por el concepto de goce no se debe pensar, dejando de lado el principio más imaginario de la termodinámica, con arreglo a los juegos de concatenación de la cadena significante en la que el hombre se encuentra comprometido por el hecho de que habla. El goce sería entonces el único término conveniente a esta situación. La satisfacción o la insatisfacción no dependerían sólo de un equilibrio de las energías, sino de relaciones diferentes, con lo que ya no puede concebirse como una tensión domesticada, sino con el campo del lenguaje y las leyes que lo regulan: «j’ouissens» [homofonía de «jouissance» que significa «yo-oigo-siento» y también, «¡goza (de tu) - sentido!», refiriéndose tanto a la orden del superyó como al sentido implicado en el goce]. Es un juego de palabras de Lacan que rompe con la idea mítica de un animal monádico que goza solo y sin palabras, sin la dimensión radicalmente intersubjetiva del lenguaje. Por el hecho de que habla, por el hecho de que «el inconciente está estructurado como un lenguaje», como lo demuestra Lacan, el goce no puede ser concebido como una satisfacción de una necesidad aportada por un objeto que la colmaría. Unicamente cabe allí el término goce y como goce interdicto, no en el sentido fácil de que estaría tachado Ibarré: barrado] por censores, sino porque está inter-dicto [entre-dicho], es decir, está hecho de la materia misma del lenguaje donde el deseo encuentra su impacto y sus reglas. A este lugar del lenguaje Lacan lo denomina el gran Otro. Toda la dificultad de este término goce viene de su relación con ese gran Otro no representable, ese lugar de la cadena significante. Pero a menudo este lugar es tomado como el de Dios o el de alguna figura real subjetivada, y la intricación del deseo y su satisfacción se piensa entonces en una relación tal con ese gran Otro que no se puede pensar el goce sin pensarlo como goce del Otro, como lo que hace gozar al Otro, que entonces toma consistencia subjetiva, y a la vez como aquello de lo que gozo. Se puede decir que la trasferencia, en una cura analítica, se juega, a partir de estos dos límites, hasta llegar al punto en que este Otro puede ser pensado como lugar y no como sujeto. Y si se demanda al psicoanalista que nos haga acceder a un saber sobre el goce, esta manera de concebir a este Otro como el lugar de los significantes, marcada por una falta estructural, permite al psicoanálisis pensar el goce tal como se le presenta: no según un ideal de plenitud absoluta, ni según la inclinación perversa de intentar capturar el goce imaginado de un Otro subjetivado, sino según una incompletud ligada al hecho de que el lenguaje es una textura y no un ser.
El principio de placer y el más allá del principio de placer. La cuestión de la satisfacción no basta para plantear la del goce. La filosofía antigua, en Platón y Aristóteles en particular, pone en evidencia la variabilidad de lo que parece agradable o desagradable, y los complejos lazos entre placer y dolor. Así, el diferimiento de un placer, que causa dolor, Puede permitir acceder a un placer más grande y más durable. La única cuestión entonces es saber orientarse hacia el verdadero Bien, que puede ser definido de manera distinta según cada filosofía. Es decir que la cuestión de la satisfacción está en el fundamento de lo que podemos llamar una sabiduría. Pero, ¿el psicoanálisis promueve una sabiduría? Para S. Freud, la complejidad de esta cuestión está dictada por la clínica misma: se pregunta por qué algunos sueños, especialmente en los casos de neurosis traumáticas de guerra, repiten con insistencia el acontecimiento traumático, cuando desde 1900 él ha fundado su teoría de «la interpretación de los sueños» en la satisfacción de un deseo inconciente. ¿A qué principio obedece esta repetición del dolor, cuando el principio de placer explicaba bastante bien el mecanismo de la descarga de la tensión, haciendo de la satisfacción el cese de esta tensión llamada «dolorosa»? Aparte de esto, ¿cómo explicar los numerosos fracasos en las curas histéricas emprendidas bajo la idea del
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