El Templo De Salomón
Enviado por fernando5550 • 23 de Marzo de 2015 • 1.931 Palabras (8 Páginas) • 212 Visitas
El Templo de Salomón
La construcción fue ejecutada bajo las órdenes de un arquitecto de Tiro, con la colaboración de obreros especializados de esta misma ciudad. Por tanto, sus planos y disposición respondían a los cánones usuales de los templos fenicios. Las descripciones bíblicas son confusas. Aunque ensalzan la magnificencia del Templo, su esplendor parecía radicar más en la decoración que en la estructura arquitectónica. Se estima que el edificio tenía unos 27 metros de longitud, articulados en tres espacios: un atrio (ulam), seguido de una sala rectangular (hecal), denominada "lugar santo" o "morada", y, a continuación, el debir o "santo de los santos". El hecal estaba iluminado por una hilera de ventanas; en él se celebraban los actos culturales y se encontraban la mesa de los panes presentados o "panes de la proposición", el altar de los perfumes y el candelabro de diez brazos. El debir se hallaba en un nivel ligeramente más elevado y estaba separado por una cortina del hecal. Aquí reposaba el arca. Aquí habitaba Yahvé.
La construcción tenía una orientación este-oeste con la puerta de acceso en el este. Esta entrada estaba flanqueda por dos grandes columnas de bronce meramente decorativas, sin función arquitectónica. A escasa distancia del atrio se hallaba el altar de bronce o altar de los holocautos. El emplazamiento ocupaba, con toda probabilidad, el lugar de la actual mezquita de Omar o Cúpula de la Roca. Junto al Templo se hallaba el palacio real.
En 587 a.C. el Templo fue arrasado hasta sus cimientos por las tropas babilónicas de Nabucodonosor. No queda de él ningún vestigio en la actualidad.
Una de las preocupaciones fundamentales del grupo de judíos que, en virtud del edicto de Ciro, retornaron del destierro babilónico a Jerusalén fue la restauración del altar de los holocaustos (538 a.C.), seguida, a los pocos meses, de los primeros trabajos de reconstrucción del templo (537 a.C.). Muy probablemente la construcción imitaba la traza del templo salomónico aunque, dada la precaria situación económica de la comunidad, fue de proporciones y ornamentación mucho más modestas. Ya no se menciona la presencia del arca de la alianza, tal vez perdida para siempre durante el saqueo babilónico. El candelabro tenía ahora siete brazos. En 167 a.C. el Templo fue profanado por el monarca seléucida Antíoco IV Epífanes, que ofreció sacrificios a Zeus Olímpico en el altar de los holocaustos de Yahvé. En 164 a.C., Judas Macabeo acorraló a la guarnición siria en la ciudadela de Jerusalén y purificó el templo (fiesta de la Dedicación).
Con la intención de ganarse la voluntad de los judíos, el monarca idumeo Herodes el Grande acometió, en el invierno del 20-19 a.C., grandiosas obras de ampliación y embellecimiento del templo, aún no concluidas en tiempos de Jesús. Los trabajos, llevados a cabo en una explanada de 1 500 metros de perímetro, incluían varios edificios rodeados de pórticos. En el curso de los trabajos se alzó, al suroeste del recinto, el "Muro de las Lamentaciones". Este tercer templo corrió la misma suerte que los dos anteriores. El 6 de agosto del año 70 d.C., en el curso del asedio y conquista de Jerusalén por las legiones romanas de Tito, fue pasto de las llamas.
Los sacrificios
El sacrificio, en su sentido esencial, es la entrega a Dios de un bien que nos es querido, como reconocimiento de que todo cuanto poseemos viene de Él y, al entregarle una parte, expresamos nuestra gratitud. La entrega puede revestir también el carácter de expiación, nacida del arrepentimiento y el deseo de obtener el perdón y la reconciliación con Dios.
En Israel, los sacrificios son tan antiguos como los primeros patriarcas. Abraham, Isaac y Jacob erigieron altares en lugares elevados o en aquellos en los que se había producido alguna manifestación especial de la divinidad. En ellos ofrecían como sacrificio productos del campo o cabezas de ganado. Al contrario que en los países de su entorno, en Israel parecen haberse excluido totalmente los sacrificios humanos.
Según las diversas motivaciones o finalidades, los israelitas practicaron diferentes tipos de sacrificios: de comunión, de acción de gracias, de expiación por los pecados... El más importante de todos ellos era el holocausto. Aquí la víctima era quemada en su totalidad, es decir, estaba enteramente dedicada a la divinidad, sin reservarse nada para el disfrute humano.
Con el curso del tiempo, y gracias a un proceso de profundización del significado del ritual, los conceptos de templo y sacrificio fueron adquiriendo creciente contenido espiritual. Los profetas anunciaron que el verdadero culto radica en el cumplimiento del derecho y la justicia. Este proceso de espiritualización alcanza su cumbre en el cristianismo con la idea de que la morada de Dios se encuentra en la comunidad de los fieles. Así, cada creyente es templo del Espíritu Santo.
Las festividades hebreas
Las solemnes festividades contribuyen a acentuar el sentimiento de pertenencia a un grupo en el que cada individuo se identifica con una comunidad en la que halla cobijo y sentimiento de seguridad.
En el calendario festivo hebreo se distinguen, en razón de su origen, dos componentes básicos: el derivado del pastoreo, que hunde sus raíces en el remoto pasado nómada de Israel, y el surgido del ciclo agrícola, predominante a partir de la conquista y el asentamiento en Palestina. A veces, ambos orígenes acaban fundiéndose en una misma festividad.
Dado que la religión judía está sólidamente anclada en la creencia de la intervención de Dios en la historia, es obvio que, con independencia de los orígenes reales de cada festividad, en su reinterpretación cultual posterior se las haya asociado con acontecimientos concretos tras los que se percibe una actuación singular de Yahvé en favor de su pueblo elegido. Se abre, por tanto, la posibilidad de que una misma fiesta haya tenido diferentes atribuciones e interpretaciones
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