La Educaion
Enviado por yosaidi • 27 de Octubre de 2013 • 1.468 Palabras (6 Páginas) • 284 Visitas
"El conocimiento del santísimo es la inteligencia". "Vuelve ahora en amistad con
él".
NUESTRO concepto de la educación tiene un alcance demasiado estrecho y bajo.
Es necesario que tenga una mayor amplitud y un fin más elevado. La verdadera
educación significa más que la prosecución de un determinado curso de estudio.
Significa más que una preparación para la vida actual. Abarca todo el ser, y todo el
período de la existencia accesible al hombre. Es el desarrollo armonioso de las
facultades físicas, mentales y espirituales. Prepara al estudiante para el gozo de
servir en este mundo, y para un gozo superior proporcionado por un servicio más
amplio en el mundo venidero.
Las Sagradas Escrituras, cuando señalan al Ser infinito, presentan en las
siguientes palabras la fuente de semejante educación: En él "están escondidos
todos los tesoros de la sabiduría".* "Suyo es el consejo y la inteligencia".*
El mundo ha tenido sus grandes maestros, hombres de intelecto gigantesco y
abarcante espíritu investigador, hombres cuyas declaraciones han estimulado el
pensamiento, y abierto a la vista vastos campos de conocimiento; y estos hombres
han sido honrados como guías y benefactores de su raza; pero hay Uno superior a
ellos. Podemos rastrear la ascendencia de los maestros del mundo hasta donde
alcanzan los informes humanos: pero antes de ellos 14 estaba la Luz. Así como la
luna y los planetas de nuestro sistema solar brillan por la luz del sol que reflejan,
los grandes pensadores del mundo, en lo que tenga de cierto su enseñanza,
reflejan los rayos del Sol de Justicia. Todo rayo del pensamiento, todo destello del
intelecto, procede de la Luz del mundo.
En estos tiempos se habla mucho de la naturaleza e importancia de la "educación
superior". Aquel con quien están "la sabiduría y el poder"* y de cuya boca "viene el
conocimiento y la inteligencia"*, imparte la verdadera educación superior.
Todo verdadero conocimiento y desarrollo tienen su origen en el conocimiento de
Dios. Doquiera nos dirijamos: al dominio físico, mental y espiritual; cualquier cosa
que contemplemos, fuera de la marchitez del pecado, en todo vemos revelado
este conocimiento. Cualquier ramo de investigación que emprendamos, con el
sincero propósito de llegar a la verdad, nos pone en contacto con la Inteligencia
poderosa e invisible que obra en todas las cosas y por medio de ellas. La mente
del hombre se pone en comunión con la mente de Dios; lo finito, con lo infinito. El
efecto que tiene esta comunión sobre el cuerpo, la mente y el alma sobrepuja toda
estimación.
En esta comunión se halla la educación más elevada. Es el método propio que
Dios tiene para lograr el desarrollo del hombre. "Vuelve ahora en amistad con él"*,
es su mensaje para la humanidad. El método trazado en estas palabras era el que
se seguía en la educación del padre de nuestra especie. Así instruyó Dios a Adán
cuando, en la gloria de una virilidad exenta de pecado, habitaba éste en el
sagrado jardín del Edén.
A fin de comprender lo que abarca la obra de la educación, necesitamos
considerar tanto la naturaleza del hombre como el propósito de Dios al crearlo. 15
Necesitamos considerar también el cambio verificado en la condición del hombre
por la introducción del conocimiento del mal, y el plan de Dios para cumplir, sin
embargo, su glorioso propósito en la educación de la especie humana.
Cuando Adán salió de las manos del Creador, llevaba en su naturaleza física,
mental y espiritual, la semejanza de su Hacedor. "Creó Dios al hombre a su
imagen", con el propósito de que, cuanto más viviera, más plenamente revelara
esa imagen -más plenamente reflejara la gloria del Creador. Todas sus facultades
eran susceptibles de desarrollo; su capacidad y su vigor debían aumentar
continuamente. Vasta era la esfera que se ofrecía a su actividad, glorioso el
campo abierto a su investigación. Los misterios del universo visible "las maravillas
del Perfecto en sabiduría", invitaban al hombre estudiar. Tenía el alto privilegio de
relacionarse íntimamente, cara a cara, con su Hacedor. Sí hubiese permanecido
leal a Dios, todo esto le hubiera pertenecido para siempre. A través de los siglos
eternos, hubiera seguido adquiriendo nuevos tesoros de conocimiento,
descubriendo nuevos manantiales de felicidad y obteniendo conceptos cada vez
más claros de la sabiduría, el poder y el amor de Dios. Habría cumplido cada vez
más cabalmente el objeto de su creación; habría reflejado cada vez más
plenamente la gloria del Creador.
Pero por su desobediencia perdió todo esto. El pecado mancilló y casi borró la
semejanza divina. Las facultades físicas del hombre se debilitaron, su capacidad
mental disminuyó, su visión espiritual se oscureció. Quedó
...