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Liliana Regalado


Enviado por   •  20 de Julio de 2012  •  1.338 Palabras (6 Páginas)  •  372 Visitas

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Publicado por primera vez en Londres en 1973 y objeto de continuas reediciones en castellano, Las revoluciones hispanoamericanas tiene la reputación de haber sido el primer estudio verdaderamente global del movimiento emancipatorio que desembocó en la fundación de las repúblicas hispanoamericanas (con la excepción de Cuba). Su autor, el inglés John Lynch (Durham, 1927), es un prestigioso hispanista y americanista que se desempeñó entre 1974 y 1987 como director del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Londres. Entre sus publicaciones recientes se cuentan unas biografías de los próceres Bolívar (Crítica, 2006) y San Martín (Crítica, 2009). El libro que reseño se centra en los procesos políticos que se verificaron a lo largo de las luchas independentistas, con un análisis desagregado según regiones y con un fuerte énfasis en los respectivos contextos sociales y económicos.

Desagregación geográfica, procesos, contextos: plurales y enfoque que dan cuenta del significativo grado de dispersión y diversidad de unos hechos que afectaban a un verdadero conglomerado de pueblos que ya en la segunda mitad del siglo XVIII se perfilaban como entidades protonacionales bastante específicas; un conglomerado ciertamente vertebrado por la estructura imperial y dotado de un acervo cultural común de origen hispano, pero fuertemente condicionado por la vastedad y aspereza de los territorios y por la heterogeneidad étnico-demográfica. Al desencadenarse el proceso emancipatorio, la creciente conciencia patriótica de las élites criollas, que protagonizaron el movimiento, se hallaba revestida de una notoria pátina localista cuyo potencial centrífugo se plasmaría en la dispersión de intereses y lealtades políticas. Esta dispersión se impuso de hecho a los ideales federativos de corte panamericanista, culminando en la fundación de muchas repúblicas en vez de unas pocas. Por demás, a cuenta sobre todo de la inmensidad y dificultades de comunicación entre los dominios españoles, la corriente independentista tuvo no uno sino varios focos con sendos protagonistas, los que por ideas y temperamento irían a colisionar (cuando los escenarios confluían, obviamente: un Hidalgo o un Iturbide, en México, difícilmente iban a chocar con un Bolívar o un San Martín).

Triunfo del particularismo y la fragmentación. Factores estos que, sin embargo, no se agotarían una vez configurado el panorama de repúblicas que perdura hasta hoy: aún alcanzarían cotas casi delirantes en posteriores tentativas separatistas o violentas rebeliones contra el centralismo en los incipientes estados. Esto, por no hablar de las eternas rencillas entre países. La multiplicación de estados vecinos no parecía ser sino la de las ocasiones para disputar entre ellos; fallando la diplomacia, lo que sucedió con frecuencia, las diferencias entre repúblicas que ayer se proclamaban hermanas desembocaron en escaramuzas y guerras en toda regla. Separatismo, autonomismo regionalista (bajo el atuendo de un federalismo en ocasiones inviable) y nacionalismo batallador fueron genuinas constantes en el siglo XIX hispanoamericano.

A rasgos generales, la independencia es vista como culminación de un proceso de enajenación de las provincias americanas en relación con el gobierno colonial, en el que unas élites criollas progresivamente cohesionadas habían tomado conciencia de sus particularidades identitarias, de los recursos de que disponían y de su potencial político y económico, aunque en una abrumadora mayoría distaban mucho de alentar ideas radicales afines o conducentes al desmembramiento del imperio. Ya se sabe: sin el rastro devastador del torbellino napoleónico en tierras ibéricas, dichas élites no se habrían visto tan súbitamente abocadas a la tesitura de disgregarse de un centro con el que no sólo estaban vinculadas por lazos de sangre e intereses varios sino al que, en la dimensión simbólica representada por la Corona, profesaban sincera y profunda veneración. No obstante, el elemento rupturista adquirió mayor importancia conforme se precipitaban los hechos en la propia España. Como suele suceder tratándose de política, el entramado de discurso y acción en el crucial año de 1810 solía combinar convicciones desembozadas y tácticas dictadas por la necesidad, especialmente en quienes asumieron la iniciativa (esto es, aquellos que pronto se tendrían a sí mismos por «patriotas», desenvolviéndose

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